“Memoria de un hecho vergonzoso” subtituló a su guión cinematográfico Tomás Pérez Turrent, sobre el cual hizo la película “Canoa” Felipe Cazals; y “Canoa, El crimen impune” fue el título Guillermina Meaney eligió para el libro en el cual convirtió un reportaje publicado originalmente en el desaparecido periódico “Novedades”.
Con ligeras variaciones, y de acuerdo al medio que eligieron para contar los hechos, Pérez Turrent y Felipe Cazals, y Meaney decidieron contar la masacre sucedida en la junta auxiliar de San Miguel Canoa el 14 de septiembre de 1968, cuando trabajadores de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP) pretendían hacer una excursión a la Malinche y dos de ellos resultaron muertos por una turba; tres sobrevivieron para dejar constancia de los hechos, aun cuando no les fue fácil enfrentar el hecho, recordarlo y relatarlo.
Los muertos fueron Ramón Gutiérrez Calvario y Jesús Carrillo Sánchez, trabajadores de la UAP; el campesino Lucas García, quien había accedido a dejar que los empleados universitarios pernoctaran en su casa a petición de su hermano Pedro, quien llevaba a un amigo, Odilón Sánchez Islas, también asesinado. Los sobrevivientes fueron Julián González Báez, Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre.
Los testigos en la masacre fueron cientos: los propios participantes. Los heridos fueron rescatados por la Cruz Roja “medio muertos” y fueron atendidos cuando se les daba poca esperanza de vida. Al día siguiente, el 15 de septiembre de 1968, el periódico “El Sol de Puebla”, publicó en su sección de policía, una nota en la cual dio cuenta de lo acontecido la noche anterior en Canoa, la cual tituló: “Trataron de izar una bandera rojo y negro (sic) y fue la consecuencia”.
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En el cuerpo de la nota del periódico poblano se lee:
“La policía que intervino para acabar con la trifulca, afirmó que los vecinos de Canoa manifestaron que los empleados y la gente que llevaban, quisieron saquear una tienda donde tomaban refrescos y además implantar una bandera rojinegra en la torre del templo, y por eso fueron atacados”.
Pocas noticias hubo en la prensa no sólo local, sino nacional respecto a la masacre.
El guión cinematográfico de Pérez Turrent y la película de Cazals, lo mismo que el libro de Guillermina Meaney, tratan de dilucidar, entre otras cosas, lo sucedido realmente esa noche del 14 de septiembre de 1968 en Canoa, sus antecedentes y consecuencias; y al relatar la historia de cuatro crímenes, dos de ellos contra trabajadores de la UAP, muestran algunas de las consecuencias de éstos.
Sin embargo, las tres obras —el guión cinematográfico, la película y el libro de Meaney— coinciden finalmente en una cuestión: los asesinatos ocurridos en Canoa quedaron, y están impunes.
Memoria impresa y celuloide
La historia suelen contarla los vencedores y, a veces los sobrevivientes. En el caso de Canoa, Roberto Rojano, uno de los tres trabajadores de la UAP
sobrevivientes a la masacre de septiembre de 1968, sin proponérselo se encontró con Tomás Pérez Turrent en el ahora desaparecido restaurante Nevados Hermilo de la 4 Norte. Sin que ninguno de los dos lo sospechara ni siquiera lejanamente,
ahí nació la idea de rodar “Canoa”.Como relata Guillermina Meaney con base en los testimonios recogidos a lo largo de su trabajo, Rojano, una vez recuperado del ataque, se dedicó a la fotografía y a querer hacer algo sobre lo sucedido a él y a sus compañeros, tal vez un cortometraje o un testimonio en otros soportes.
Cuando Pérez Turrent escuchó de boca de Roberto Rojano la historia de Canoa y vio las heridas y marcas conservadas en su cuerpo, inició el trabajo sobre el cual Felipe Cazals hizo una película novedosa no sólo en su época —fue preestrenada en 1975 y al año siguiente fue estrenada comercialmente—sino aún hoy, por su ritmo, sus planos (casi inmóviles), la mezcla de relato, ficción y reportaje.
Para Guillermina Meaney fue fundamental el reportaje publicado en el desaparecido periódico “Novedades”; el primero, porque después la línea editorial de ese diario fue contraria, tratando de proteger a quien se señalaba como principal instigador de la masacre: el cura párroco de san Miguel Canoa, Enrique Meza Pérez.
Meaney incluso reprodujo en su libro “Canoa el crimen impune”, las fotografías que el jefe de información de ése diario, Carlos E. Sevilla le proporcionó. En ella se ve al cura, la casa de Lucas García con las huellas de las hachas que la destrozaron; los cadáveres todavía en el lugar de los hechos; y la imagen impactante de la portada del libro: la viuda de Lucas, María Tomasa Arce García, seguramente en una oficina, del ministerio público o alguna gubernamental, tal vez rindiendo declaración.
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Pérez Turrent, para quien fue fundamental en la elaboración de su proyecto y posterior guión la consulta del pequeño periódico local “El liberal poblano”, también incluyó en su texto fotografías: en la sección “Los hechos” del libro publicado por la UAP, de la página 87 a la 94, se ven los cuerpos de las víctimas, la puerta de la casa de Lucas García, uno de los heridos quizá rindiendo una primera declaración a un policía, la multitud en la noche, en la obscuridad del 14, quizá ya la madrugada del 15 de septiembre de 1968 en Canoa.
Más adelante, el autor incluye, alternando con el guión fotogramas de la película, donde sí aparecieron brevemente algunos de los sobrevivientes —o parte de ellos, como una mano mutilada— pero donde se trata, fundamentalmente como ficción, de una recreación. Sin embargo, tanto Pérez Turrent como Felipe Cazals lograron una verosimilitud que les hizo estrenar su cinta con varias copias —las cuales llegaron a ser 120— y se mantuviera durante doce semanas en el cine Variedades de la Angelópolis, además de cinco semanas en siete salas de la hoy Ciudad de México, donde después fue repuesta en cuatro cines más.
En alto número de copias en una época donde las condiciones técnicas y de manipulación era muy distintas a las actuales, dejaron al original de Canoa “hecho un fideo”, de acuerdo con el propio Cazals, quien la remasterizó en 1998, cuando se cumplieron 30 años de la masacre y 23 de haber sido rodada en Santa Rita Tlahuapan, pues en san Miguel Canoa no se les permitió trabajar al cineasta y su equipo.
Habitante de la ciudad de México, Meaney, por su parte vino a Puebla, regresó una y otra vez y recorrió Canoa, cuando el padre Enrique Meza Pérez, cura párroco de Canoa ya había salido de ahí y vivía, con su empleada y el hijo de ésta en otra región de Puebla: Santa Inés Ahuatempan.
La película fue un éxito, el libro de Pérez Turrent se agotó y la UAP no ha hecho una reedición del original de dos mil ejemplares, y los también dos mil publicados del texto de Guillermina Meaney están agotados, aunque hay ejemplares en las bibliotecas de la universidad y de la Red Estatal de Bibliotecas en todo el estado, los cuales pueden ser consultados gratis.
Antecedentes de una noche
Pero regresemos un poco. Si bien Pérez Turrent en su libro entra directamente a contar lo sucedido el 14 de septiembre de 1968 en Canoa, más adelante hace un recuento sobre las condiciones de la junta auxiliar de la capital poblana, sus habitantes, sus modos de vida y las circunstancias en las cuales vivían poco antes de la masacre. Incluso siendo el cura el principal señalado como culpable de instigar al pueblo al linchamiento a los trabajadores de la UAP, consigna su versión, mediante la cual se defiende.
Felipe Cazals utilizó una voz en ‘off’ al principio de su película para narrar dónde está Canoa y cuáles eran sus circunstancias en 1968. Después, un personaje sólo identificado como “Testigo”, interpretado por Salvador Sánchez, sirve de guía para saber cuál es la historia que veremos, cual coro del teatro griego clásico, de obra de Shakespeare o personaje de “Fuenteovejuna” de Lope de Vega.
En resumen, los autores destacan las condiciones de miseria e ignorancia de la mayoría de los pobladores de Canoa, sus dificultades para sobrevivir, la importancia del cura párroco en la comunidad y, entre otras cosas, los conflictos por la tenencia de la tierra en dos grupos claramente diferenciados por pertenecer a las organizaciones oficialistas y una más que pretendía ser independiente. Subrayaron también el alto índice de alcoholismo entre los habitantes de la junta auxiliar.
Meaney hizo acopio de encabezados de prensa entre julio y agosto de ese 1968, en el cual crecía el movimiento estudiantil en la ciudad de México, y dejó en claro el clima previo que facilitó la masacre: “Las fuerzas oscurantistas se unían para el ataque final, que culminaría en la masacre de Tlatelolco, y de la cual la tragedia de Canoa fue un significativo y siniestro avance” escribió la autora.
Al no extrañarse “del poco eco que los hecho de San Miguel Canoa, el 14 de septiembre de 1968, tuvieron en la prensa”, Pérez Turrent cita: “Ese año, y sobre todo en ésa época del año, fue rico en acontecimientos, en noticias de primera plana. Septiembre de 1968 fue un mes en el que el movimiento estudiantil estaba en su punto más alto: los periódicos se dedicaban a glosar abundantemente los ‘conceptos’ del Informe Presidencial relativos a tal movimiento, ‘Díaz Ordaz fue hasta el fondo del problema’; ‘Se llegó el fin del libertinaje’… La mayoría de los órganos de la llamada ‘Gran prensa’ se dedicaba a apoyar a ocho columnas e incondicionalmente las posiciones oficiales”.
Pérez Turrent consultó “El liberal poblano” y se entrevistó con su director; calificó el seguimiento de la masacre de septiembre de 1968 en la pequeña publicación poblana como de “comecuras” pese a lo cual fue el único medio que durante un año insistió en Puebla en el deber de esclarecer los hechos por los cuales sólo hubo algunos detenidos y pocos en la cárcel, y por breve tiempo.
Por su parte, Felipe Cazals, en una declaración que sería citada varias veces afirmó: “Cuando la gente calma su sed con alcohol, se nutre mal y se llena de terrones acerca de su vida futura, es evidente que… se dispondrá de una masa de gente imbecilizada, de acuerdo con los fines de una clase dominante”.
AMV