Maxmordonía y corrección

Bichos y parientes

Día Internacional del Corrector de Textos, celebración instaurada por la Fundación Litterae, en 2006. Participan tres países: Argentina, México y España, y eligieron esta fecha por ser el cumpleaños de Erasmo de Róterdam, pero...

La disciplina de corregir textos solo puede tener dos firmas: el error y esa estulticia para la que Juan Almela halló el epíteto epónimo “maxmordonía"
Julio Hubard
Ciudad de México /

Hoy es el Día Internacional del Corrector de Textos, celebración instaurada por la Fundación Litterae, en 2006. Participan tres países: Argentina, México y España, y eligieron esta fecha por ser el cumpleaños de Erasmo de Róterdam... pero Erasmo nació el 28 de octubre, no el 27, aunque el gran Johan Huizinga dice que fue el 27, porque en la noche comenzó el trabajo de parto. El distingo puede ser una errata o una ultracorrección. Y queda perfecto porque la disciplina de corregir los textos solo puede tener dos firmas: el error y esa estulticia para la que Juan Almela halló el epíteto epónimo “maxmordonía”, y lo echó a resonar en un poema notable: “Cultura”, donde interpela a la Señora, llamándola “Puerca albina maxmordona (sin la dichosa cubatura de la marrana auténtica) con un ojo azul y otro saltado”. Maxmordón es, entonces, el corrector que siempre sabe más que sus autores y lleva las corrigendas hasta los confines extremos de la cultura. 

Almela padeció muchos años el oficio de corregir los textos y se arruinó los ojos dejando los libros legibles. Y es que el de corrector, como el de burócrata, es uno de esos oficios en los que el trabajador se distingue por sus errores o por su necedad. Son oficios poco simpáticos, pero indispensables mientras seamos adeptos a las meteduras de pata. 

Porque entendemos que algo es verdadero cuando no depende del sujeto que lo dice. El ejemplo más simple y claro es la aritmética: la suma de dos más dos da cuatro, sin importar ni quién, ni cuándo, ni dónde lo diga. No es posible que sea falso y es independiente de toda opinión. La verdad es exterior a la persona que la enuncia. En cambio, el yerro, la metida de pata y los disparates siempre tienen autor, nombre y apellido. El buen burócrata es invisible; al malo se le recuerda con rencor. Lo mismo los correctores de textos: cuando hacen bien su trabajo, desaparecen, como si no hubieran existido nunca. Oficio de abnegación y santidad.

Y para celebrarlos, aciertan al elegir como Patrono al gran Erasmo, que corrigió mil cosas, tradujo un ciento y dejó una escuela de griego antiguo que se convirtió en la ortodoxia preferida en los países de tradición católica. Los protestantes defienden la tradición establecida por Johannes Reuchlin. Las diferencias principales entre ellas no son estructurales sino en las distintas conjeturas acerca de la pronunciación de una lengua muerta. De dirimir un griego antiguo han surgido enemistades acres y necedades intransigentes entre eruditos, que no se enteran de que nunca sabremos cómo diablos pronunciaba Sócrates la eta o la úpsilon. 

Lo que viene a cerrar la pinza, entre la muela del error y la de maxmordonía, es el Elogio de la locura, que Erasmo escribió como un divertimento breve para su amigo Tomás Moro. En griego, Morías Encómion le recordaba el apellido de Moro y él mismo tradujo esa forma griega de locura con el latín stultitia. En español existe y abunda la estulticia, pero ningún traductor pondría: “Elogio de la estulticia”, corrección que han intentado algunos maxmordones. Y no se puede traducir así porque las locuras, los empecinamientos y delirios no son equivalentes de una lengua a otra, ni de una época a otras. La verdad y el acierto, cosa de todos, son traducibles; el error y las locuras son de cada sujeto. 

Erasmo elogia cierta forma del empecinamiento que no es la del lunático sino la de aquel que apuesta vida y muerte a una verdad que nadie más puede ver o entender. Esa locura que aterraba a los dioses, titanes y mortales cuando atestiguaban el castigo a Prometeo, encadenado eternamente por su abominación: ese empecinamiento, su necedad. Según Esquilo, Océano llama a Prometeo a recuperar su sensatez: “¡Date cuenta de quién eres y cambia tu modo de actuar!” La monstruosa culpa de Prometeo fue obedecer a un pensamiento propio que no compartían los demás. Le dio el fuego a los hombres y, con la lumbre, los oficios que hicieron de esta raza menor una especie independiente, capaz de valerse por sí misma. Prometeo es el origen de la autonomía, salvó a la humanidad, pero nada bueno salió para él o los dioses.

Es loco, por supuesto, quien cree que existe la verdad personal, o la razón privada. Pero eso fue lo que hizo Prometeo. Y Sócrates. Y Antígona. Y Jesús... ¿Y cómo distinguir entre un benefactor de la humanidad y un maxmordón? Por lo pronto, celebremos la fundamental labor de quien corrige textos, aunque sea con un patrono que no es santo y en una fecha equivocada. 


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