En los últimos tiempos, hay un esfuerzo por tratar de recuperar trozos de la memoria social política y cultural del pasado reciente. Con esto me refiero, entre otras cosas, a la proliferación de narrativas, series o documentales que regresan a los años noventa, a revisar pasajes históricos que se consideran importantes en varios contextos; obras que vuelven la mirada, por ejemplo, desde a la muerte de Luis Donaldo Colosio hasta la de Chalino Sánchez.
En estas semanas, le toca el turno al caso de Paco Stanley y a sus relaciones con el crimen organizado. Yo soy historiador del corrido y, sobre todo, del narcocorrido. Soy autor de varios libros y artículos del tema y en ese sentido con frecuencia me preguntan acerca de las relaciones entre personajes del crimen organizado y músicos productores de este tipo de corridos.
Si bien claramente estas relaciones existen, yo estoy convencido que estos vínculos se sobredimensionan en el discurso público y que esto solo nubla nuestro entendimiento del fenómeno cultural que son los corridos, su aceptación y su consumo por parte de muchos millones, sobre todo de jóvenes. Peso Pluma y compañía existen y triunfan independientemente de quien pueda o no amistar con ellos. Su enorme éxito no se explica por esas relaciones. Es al menos perezoso limitarse a apuntar a estos vínculos como explicación del fenómeno global que son los corridos tumbados.
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Tradicionalmente, los músicos del corrido se han mostrado reacios a tratar ciertos temas, pero considero que a raíz de la pandemia muchos de los artistas del regional mexicano recalibraron su tradicional noción de discreción respecto precisamente de sus relaciones con personajes del crimen organizado. Se trata de un efecto colateral de la reclusión que inició ahí pero que ha continuado.
Abrumados por el aislamiento, los músicos se conectaban en vivo a sus redes sociales e interactuaban con sus fans, o simplemente se desahogaban. Eventualmente algunas de estas charlas se transformaron en podcasts que comenzaron a proliferar, con músicos “en cuarentena” que extrañaban el contacto con sus públicos y con sus colegas.
Esto, a la postre ha resultado ser una valiosa fuente de conocimiento para quienes historizamos la música popular. Así, poco a poco comenzaron a revelar detalles antes velados de estas relaciones, o incluso a aceptar que tales vínculos existen. Por supuesto que la evolución de esta admisión fue, de nuevo, gradual y paulatina. En algunas de estas charlas o podcasts comenzó a hablarse de presentaciones privadas, al principio de manera tímida, pero luego ya con una mayor apertura, o al menos una que yo no había percibido antes.
Ante la incertidumbre de los tiempos abundaba la ansiedad y la preocupación. Así, las entrevistas muchas veces eran menos acartonadas, con respuestas más sinceras, menos preparadas, en un contexto francamente de miedo e inquietud en el que todos nos encontrábamos ante la incertidumbre de la pandemia. Había, o al menos yo percibía, una sinceridad de quien contempla la muerte cercana y ya no le ve tanto caso a seguir fingiendo, presentando posturas preconcebidas. A partir de ahí los músicos han ido confesando lo que antes callaban. Desconozco las implicaciones jurídicas – si es que las hay- de estas confesiones o quizás simplemente podríamos llamarlas narrativas, porque supongo que después podrán negar lo dicho, aduciendo quizá que tan solo estaban creando contenido, entretenimiento en las redes.
En este sentido Manuel Diarte, líder de la banda sinaloense Los Nuevos Coyonquis, platicó en el podcast de Bocho Ramos, en septiembre del 2023, que la suya había sido una de las agrupaciones musicales favoritas de Amado Carrillo.
Contó que le tocaban con mucha frecuencia y por muchas horas, no solo en Sinaloa, sino que les pedía que fueran a amenizarle a diversos lugares de la república, como Sonora, Jalisco o Chihuahua. También relató que su trato con ellos fue muy bueno, que era muy generoso, siempre buscando beneficiarlos. A este respecto, Manuel comentó que en una ocasión un hermano suyo, también músico de la banda, le preguntó a Carrillo si conocía a alguien en Televisa para ver si podía ayudarles a presentarse en televisión nacional. Les respondió que sí y les dio a escoger si querían ir al programa de Ricardo Rocha o al de Paco Stanley, ambos tremendamente exitosos. Al final se acordó que irían al programa de Stanley.
Les dijo, eso sí, que tuvieran paciencia, que arreglaría la presentación para cuando él estuviera en la Ciudad de México, para aprovechar y escucharlos en vivo por allá. Después de un tiempo, Los Nuevos Coyonquis se desplazaron a la capital del país donde esperaron varios días en una de las fincas de Carrillo hasta que su gente se comunicó con ellos.
Dijo Diarte que efectivamente se presentaron en Televisa, en el programa Ándale, de Paco Stanley donde tocaron varias canciones.
De acuerdo a su testimonio, la canción Cuatro Caminos era una de las favoritas de Amado Carrillo. Ellos se la tocaban, pero no la habían grabado en disco, es decir, que no era parte de su repertorio ni una canción que les interesara promocionar. Sin embargo, Carrillo les había pedido que se la interpretaran cuando se presentaran en la televisión. Así lo hicieron y, justo antes de que la comenzaran a tocar, Paco Stanley habría dicho al aire: "Un saludo para el compadre", según Diarte, refiriéndose a Amado Carrillo.
Juan Carlos Ramírez-Pimienta,
Profesor investigador en San Diego State University que es reconocido como el mayor experto académico en los estudios del narcocorrido. Esta nota es la adaptación de un capítulo de su libro de próxima aparición, titulado 'De propia voz: Podcasts y prácticas en la música regional mexicana'.
hc