Francisco Hinojosa (Ciudad de México, 1954) es uno de esos escritores que ha buscado tener un diálogo con lectores de diferentes edades, incluso hasta ha buceado en el mundo de la poesía, pero sin duda es el mundo de la literatura infantil donde suele encontrarse mucho más a gusto, como se refleja en uno de sus títulos más recientes, Inche Farofe, publicado por el Fondo de Cultura Económica.
Una historia en la que retorna al eterno conflicto entre el universo infantil y el de los adultos, a partir de una palabra inventada por el protagonista del volumen y de la cual todos se quieren apropiar, incluso la Academia de la Lengua se muestra activa en ello, como por ejemplo cuando se trata de asuntos de género.
“Al hablar sobre la equidad de género, por ejemplo, los académicos dicen no, eso no está bien visto, y no puedo opinar lo mismo: ni que sí ni que no, pienso que el hablante tiene la decisión. Cotidianamente no, nunca le digo a un papá ‘oye, me saludas a tus hijos y a tus hijas’. Estas cosas que la academia quiere dictar de pronto, me parece que esta es una respuesta: la lengua es de los hablantes”.
A partir de ello, Pancho Hinojosa empieza a reflexionar sobre otros asuntos, vinculados siempre con la literatura, aunque no siempre al lado de ella.
¿Qué haces cuando no estás metido en la escritura?
Escribo por las mañanas y las tardes-noches me pongo a ver una película, a hacer labores de casa, veo a amigos… hago otras actividades. Me gusta mucho cocinar.
¿Qué platillo te sale de maravilla?
Todo lo que tenga que ver con la experimentación; aunque hay algunos que hago mucho, como por ejemplo una paella, que nunca me sale igual… porque veo lo que hay en el mercado y de ahí me pongo a inventar algo nuevo. Si hay muchas verduras, la hago vegetariana.
Un poco en comparación con la tarea de la escritura hay algo de creatividad, nunca sigo una receta.
Algunos miércoles sales con tus amigos a jugar dominó, ¿qué es lo que te gusta del dominó?
Que lo hago con amigos. Nunca apostamos, pero lo hacemos desde hace ya tiempo: cuando me fui a vivir a Cuernavaca, duré 13 años allá, lo que más extrañaba de Ciudad de México eran mis miércoles de dominó en el Covadonga. Era una manera de convivir, de platicar, de comer y de encontrarse con los amigos, a través de una excusa como el dominó.
¿Qué es lo que más valoras de la vida cotidiana?
La relación con mi familia, con mis hijos y con mi esposa: tengo hijos que se dedican a actividades a las que hay que ir a verlos, como una que es actriz, entonces hay que ir al teatro; el otro es músico, hay que ir a los conciertos, y otro es artista plástico, hay que ir a exposiciones. El año pasado me tocó ser actor y fueron a verme actuar.
¿Cuál pensarías que es tu placer culposo?
Fumar. Lo hago cuando “gorreo”, no compro cigarros, pueden pasar semanas, pero ya sé que si me toca ir a jugar dominó, me robó dos o tres cigarros de mis amigos. Hasta salivo solo de pensarlo.
¿De no haber sido escritor, dónde te imaginas?
En lugares donde no tengo ninguna aptitud, como en el dibujo, la actuación, el rock, el futbol… me hubiera gustado ser futbolista y jugué mucho futbol, pero nunca fui bueno. Tengo las ganas y el ímpetu, pero siempre envidié a los que sabían jugar bien.
“También me gusta el basquetbol, incluso en la Feria del Libro de Oaxaca jugamos con los niños triquis y puedo decir que fui el único escritor que metió dos canastas, porque los otros fueron cachirules que nos ayudaron”.
¿Jugabas alguna posición en particular?
Sí, de delantero y me apodaban “el príncipe”. Esto porque en Excélsior alguna vez salió una reseña sobre seis libros y en ella decía son “libros escritos por seis príncipes de la imaginación”. Lo leyó alguno de mis amigos y se me quedó el apodo del “príncipe”.
¿Qué te ha dejado la escritura?
El contacto. Soy muy solitario, pero el contacto con el mundo es lo que más me ha dado. Estoy presente en escuelas y en ferias del libro, y ese contacto con los demás me gusta, me atrae mucho, porque de otra manera no lo haría. Soy muy de familia, de unos cuantos amigos, pero el mundo exterior, vaya… me engento cuando me veo al espejo.
Una de las cosas que has enfrentado a lo largo de la vida, Pancho, es la enfermedad, ¿cómo ha sido todo este proceso?
La que más me pesó era la migraña en racimos, porque con esa sí me daban unos ataques muy fuertes, que no solo me afectaban a mí, sino a todo mi entorno. Ahora tengo padecimientos propios de mis 65 años, como por ejemplo me acaban de detectar una epilepsia focal y eso se ha convertido en una pérdida de memoria inmediata, entonces para compensar eso me puse a escribir memorias, pero de una manera distinta: si estoy, en Lima, por ejemplo, escribo sobre mis vivencias, pero también de lo que he vivido antes.
“Y la doctora me dijo: ‘ni un cigarro’, por eso ya se convirtió en un placer culposo. Suelo decir que poquito veneno no mata”.
¿Qué estás leyendo?
La memoria donde ardía, un libro de cuentos de Socorro Venegas. Creo que es una de las escritoras de las que he leído todo.