Con la dirección y textos de Jorge Méndez, Magdalena Briones y Gerardo Moscoso, el hoy arquitecto, escultor y escenógrafo Hugo Ortiz produjo piezas para el teatro en la Comarca Lagunera, lo que le luego le permitió trabajar para empresas, colegios y particulares, en tanto desarrolló proyectos de largo aliento como sus Calaveras del Montón, presentadas en teatros y museos, así como el propio escenario de Telediario en Torreón.
En entrevista para MILENIO recuperó su historia que se remonta metafórica y literal a sus primeros pasos pues su mamá, la señora Tommy Nájera Mata, tuvo un hospital de muñecas donde él se familiariza con los colores, texturas y materiales, mundo que permite al artista, con sus manos construir escenarios sea para un teatro, la escuela o la misma iglesia. No fue raro pues que Hugo, con seis meses de edad, viviera rodeado de muñecas Shirley Temple, hoy consideradas objeto de colección.
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“Mi mamá tenía un hospital de muñecas que empezó en la Ildefonso Fuentes en 1942. Cuando yo nací en los cincuentas ya estaba el hospital, entonces toda mi vida vi plastilina, pintura, yeso y un montón de niños dios; arreglábamos imágenes religiosas”.
“Primero no me dejaban ayudar porque estaba bien chiquillo pero ya como a los cuatro o cinco años me sentaban en una silla y me ponían tareas para aprender porque pintarrajeaba, embetunaba, era niño”.
Aprendiz
Orgulloso de sus raíces, Hugo veía que los trabajadores hacían la pintura general mientras su mamá como especialista colocaba acabados. A él le urgía aprender, pero fue a los siete u ocho años cuando comenzó con encargos pequeños y a los trece años con las muñecas Lili Ledy que primero fueron de cuerda y, en los años ochenta de baterías.
“Las de cuerdas las arreglaba un señor que era conserje de la Escuela Centenario y cuando llegaron las eléctricas, después de tanto, comencé arreglándolas. Mi mamá antes de navidad les anunciaba a las clientes que compraba muñecas descompuestas y de ahí agarraba piezas y refacciones, otras veces con pistola para soldar reparaba o hacía piezas con laminitas para que funcionaran otra vez”.
El mundo de las muñecas se expandía a los mueblecitos y Hugo recuerda que incluso un señor le vendía a su mamá los ganchitos para colgar la ropa. Otras señoras les hacían vestidos para los niños Jesús y las muñecas, en tanto que él reparaba los mecanismos para que recobraran el habla.
Conforme llegó a la pubertad descubrió otras actividades porque de la parroquia del Perpetuo Socorro pidieron una intervención en los santos.
“En 1968, año de la inundación, los bajaron. Arreglaron el altar mayor y estuvieron en el taller; las figuras son enormes, como de dos metros y medio; son de estructura de madera y tienen vestuario de tela. San José, San Gerardo María Mayela, San Clemente y el obispo, San Alfonso María de Ligorio, son los cuatro que están en el altar mayor en la iglesia del Socorro. Mi mamá les hizo dedos, les puso oro de hoja, todo lo necesario. Yo le ayudé a lijar, eran puros detallitos”.
La virtud de ser adolescente
En realidad y como cualquier joven, Hugo Ortiz pensaba en dedicarse a otras cosas y por ello estudió medicina por un breve tiempo; de 120 muchachos que obtuvieron el pase a la facultad, él alcanzó el premédico, por lo cual sólo iba por las tardes a estudiar. Le parecía que tenía mucho tiempo libre así que, curioso, se inscribió en la Casa de la Cultura para estudiar solfeo, piano y violín, pero debió reconocer que no tenía talento y terminó en un taller para la elaboración de títeres, donde se encontró a un maestro de la preparatoria. Además no faltaron las clases de dibujo y pintura, donde sí tenía grandes habilidades.
“Yo acabé haciendo la escenografía y las luces y manejé el sonido durante las funciones que dimos con los títeres, además hice títeres. Para la escenografía hice una maqueta, de las ruinas, que era la última escena, las hice a escala de diez centímetros y se la presentamos a la maestra Magda Briones, directora de la Casa de la Cultura y fue la forma en que aceptó y dio el apoyo para hacer la escenografía”.
Esa fue su primera experiencia con el teatro hace medio siglo atrás junto al doctor Carlos Herrera Máynez, su maestro de prepa. Pero el telón del teatro se abrió para una escenografía que hizo en el Mayrán, hoy teatro Alfonso Garibay. Su primera obra fue Hipótesis, dramaturgia de Magdalena Briones, con la actuación de Humberto Zurita.
“Yo anduve de ayudante de quinta, yo iba con Ciro Alvarado, él era escenógrafo e hizo cosas para el doctor Garibay; el diseño era de Pepe Méndez y la escenografía era de Ciro. Yo iba y le ayudaba porque vivía frente a la Benito Juárez, en la Ildefonso Fuentes, y me quedaba muy cerquita el teatro y él fue mi primer maestro de escenografía. Los primeros trazos que di de madera fueron con él”.
Para la escena, dijo, el trazo debe ser rudo de tal suerte que el público en la primera y en la última fila vean las mismas cosas: ilusiones de madera construidas con papel maché, alimentos elaborados con yeso; ollas de peltre que en realidad son de unisel cubierto con papel y pintura.
Este mismo ejercicio es el que aplica a las escenas de las Calaveras del Montón, donde ha mostrado durante casi tres décadas, los oficios más comunes y los que se encuentran en peligro de extinción.
Identidad lagunera
“A las Calaveras les he dedicado mucho. Me preguntan cuánto me tardo en hacerlas y respondo que 29 años porque como trabajo haciendo escenografías en mi vida real, lo demás lo hago en ratos, hasta que voy terminando”.
Hugo Ortiz al momento realiza la escenografía para una obra de una academia; reúne piezas para un museo, piensa en la confección de un libro, e impulsa la memoria del Hospital de Muñecas de Torreón.
“Yo trabajo para cualquier persona o institución. En obras de teatro la más reciente ha sido Dinosaurios y Cowboys de Erón Vargas y Raúl Jáquez, hice toda la escenografía para el Teatro Nazas, hice la utilería, la flama, todo lo que salió. Para Laura Borrego en la obra El viaje de Ulises, les hice cascos, espadas, lanzas, los petos de los romanos, todo en fibra de vidrio pero se hace todo siempre contrarreloj”.
A Gerardo Moscoso le trabajó unos perros para una obra, y también en Retablo de Amor y Muerte, en el Teatro Isauro Martínez en el año 2000, le volvió a colaborar. A esto se suma la obra de Magda Briones, Mar de Niebla, que dirigió Jorge Méndez en 1999, donde le solicitaron penachos.
La nostalgia por el fin de siglo
Entre títeres, escenarios y la tramoya, Hugo Ortiz también diseñó el letrero de nieve seca que daba nombre al programa de televisión conducido por Juan Ángel Vázquez en la década de los ochenta, “Fiebre Menuda”, escenografía para el Canal 4, y para el Sonido Electric Light Show, famoso en la época disco por su robot “Arturito”, homenaje a R2-D2 de Star Wars.
Ahora realiza la escenografía del Rey León y otras historias infantiles, en tanto en su cuaderno de notas sobre Calaveras considera dar presencia en miniatura a diez o doce oficios que están en peligro de extinción como son el del afilador, el zapatero, el relojero, el carpintero y el voceador, que se han vuelto una verdadera rareza.
Las comilonas callejeras se seguirán viendo sin duda. Pero la calaverita que vende fritangas en Antojitos Gloria sí existió y Hugo recuerda que la buscaban en las inmediaciones del Cine Torreón hace cincuenta años para cenar. Otro vendedor de gorditas lo recuerda en el Mercado Villa, nunca le preguntó su nombre, aunque ahora es parte de sus primeras diez piezas de la colección. Seguirá en la fila la tienda de abarrotes, el vendedor de nieve y el cartero, antes de que el email desdibuje su presencia.
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