La figura de André Gide (1869-1951) reúne prodigiosamente al dandy decimonónico con el intelectual público contemporáneo. Gide no solo fue un creador refinado y admirado, sino un pensador de insólita intrepidez y franqueza, que protagonizó algunas de las controversias más sonadas de su tiempo. En particular, su idilio y luego desencanto con el comunismo soviético constituye uno de los episodios ideológico-pasionales más tórridos de la historia intelectual del siglo XX. En Tristeza de la verdad, Andre Gide regresa de Rusia, Alberto Ruy Sánchez rememora, con una sustentada perspectiva histórica y penetración psicológica, este episodio. Publicado por primera vez en 1991 y reeditado en 2017, el libro de Ruy Sánchez mantiene una pasmosa actualidad. Gide inicia su trayectoria guiado por el rigor de Mallarmé y por la audacia cáustica de Wilde. Con libros como Corydon, que escandaliza y reta prejuicios, o Viaje al Congo y Regreso de Chad en los que (cuando todavía no era moda) denuncia el colonialismo francés, Gide comienza a ejercer un creciente ascendente moral.
Hacia los años treinta, la pasión justiciera de Gide comienza a coincidir más estrechamente con el comunismo y la política de la URSS. Tanto por su prestigio literario como por su independencia (su adhesión no partía de la doctrina sino de una espontánea simpatía moral), el respaldo de Gide implicaba uno de los mayores triunfos propagandísticos para la URSS. Cuando en 1936 Gide aceptó viajar a ese país por nueve semanas, acompañado con una comitiva de amigos, se pensó que sería el flechazo definitivo entre el escritor y la patria socialista. La estancia de Gide en la URSS fue similar a la de un jefe de Estado y él y sus amigos fueron mimados, aunque cuidadosamente supervisados. No obstante, entre el oropel, el escritor logró observar alarmantes incongruencias. Tras su viaje, Gide decidió publicar su Regreso de la URSS. Su crítica era moderada y comedida, Gide consideraba que la URSS constituía un experimento social de vanguardia que enfrentaba problemas de los que, finalmente, podría salir avante. Gide observaba una sociedad con marcadas desigualdades, con nula productividad y mucha escasez y, sobre todo, con un culto a la personalidad del líder, una conformidad y unanimidad de la opinión y un clima de temor, desconfianza y delación entre la población. El desenlace es conocido: el idolatrado escritor se volvió un paria y un traidor para muchos de sus antiguos compañeros de ruta. Ruy Sánchez aporta varios valiosos detalles a esta historia: cierto dejo de protagonismo e ingenuidad de Gide, la fuerza de los aparatos de propaganda de los regímenes totalitarios de la época y, sobre todo, el ansia de creer de los intelectuales, aun los más dotados y perspicaces. Gide sufragó el costo de la fidelidad a su verdad y, tras el purgatorio de unos años, su discreto pero firme “no” se volvió uno de los paradigmas más duraderos de autenticidad y probidad intelectual.