Vigencia del 68: memoria, imaginación y utopía

Memoria

"Ser joven en un país como México es difícil: los jóvenes son con frecuencia víctimas de la violencia, de la desigualdad social y de tensiones socioestructurales..."

Protesta por la presencia de porros en la UNAM, septiembre 2018 Foto: AFP
Luis Xavier López Farjeat
Ciudad de México /

El activismo estudiantil siempre ha sido esencial en los procesos de regeneración social y política. Los movimientos de 1968 son el mejor ejemplo de lo que significa la lucha por la libertad individual y la justicia social. Lamentablemente, en el caso de México, también son el mejor ejemplo del modo en que las fuerzas políticas pueden silenciar cualquier voz dispuesta a defender las libertades individuales. En México las tensiones entre el gobierno y los movimientos estudiantiles han sido una constante histórica. El ejemplo más vergonzoso en los últimos años son las atrocidades cometidas contra los 43 normalistas de Ayotzinapa. Ser joven en un país como México es difícil: los jóvenes son con frecuencia víctimas de la violencia, son también víctimas de la desigualdad social, y de una serie de tensiones socioestructurales que les llevan en muchos casos a delinquir y a convertirse en los agresores.
En sociedades como la nuestra, marcada por el ensanchamiento de la desigualdad social, la pobreza, la exclusión, la violencia crónica, la corrupción, la eficacia criminal y la ineficacia gubernamental, el futuro de las juventudes es preocupante. Apresurando un diagnóstico algo simplista, los escenarios futuros para la juventud se dividen en dos: por una parte, están los jóvenes con privilegios económicos y sociales cuyas oportunidades futuras parecen ser optimistas; por otra parte, están los jóvenes —la mayoría— en una situación poco privilegiada, en unos casos tratando de alcanzar sus ideales sociales y económicos y, en otros, sobreviviendo como sea posible en los márgenes. Las estructuras que rigen la economía local y global no simplifican las cosas. En nuestro caso se suma, como se sabe, que desde 2008 México comenzó a experimentar una gravísima crisis de seguridad que a la fecha ha cobrado la vida de más de 170 mil personas y en donde hay más de 30 mil desaparecidos. Estas cifras nos dicen, evidentemente, que la violencia está fuera de control, pero también son un indicio de que no existe un Estado de derecho, de que los derechos humanos no se respetan, de que el Estado y las instituciones de seguridad están infiltradas por grupos criminales, de que las instituciones gubernamentales son frágiles, de que la descomposición social es creciente y de que los gobiernos en turno no han logrado generar controles eficaces contra el crimen y mucho menos abrir oportunidades para que los ciudadanos conciban un futuro menos ominoso. En este escenario, los jóvenes son los más desfavorecidos: serán herederos de las dificultades que nuestra generación no ha sabido afrontar. Aunque el nuevo gobierno promete ser más resolutivo, se sabe que se afrontarán problemas que no es fácil disolver a corto plazo.
Por otra parte, los problemas que enfrentará el nuevo gobierno van más allá de lo estrictamente regional: el panorama global no es halagador. Modificar las bases y las estructuras que por años han deteriorado a nuestro país y, al mismo tiempo, enfrentar los efectos de la globalización económica resulta un reto mayor. No podemos esperar a que los gobiernos en turno pongan a prueba sus estrategias, si es que las hay. Es indispensable la reactivación de la sociedad civil. Hace unos días declaraba Javier Sicilia que no hacen falta más diagnósticos sobre la situación del país; lo que hace falta es voluntad política. Pero también, habría que añadir, voluntad de la sociedad civil para regenerar el tejido social y fomentar una actitud más activa, más participativa y capaz de restablecer un ideal comunitario fundado en la justicia. Si los apoyamos, los jóvenes son quienes podrían llegar a representar el ímpetu que puede derivar en un cambio y una verdadera refundación de las instituciones responsables de vigilar el buen curso de nuestro país. Lo paradójico, no obstante, es que esa misma fuente de regeneración, los jóvenes, es uno de los sectores más lastimados y maltratados en el panorama actual. Una alternativa para despertar la esperanza de las juventudes es la recuperación de algunos ideales vigentes desde el 68: la memoria, la imaginación y la utopía.
La memoria porque la conmemoración de un pasado doloroso nos permite unirnos como sociedad y trabajar en comunidad para evitar la repetición de tragedias y construir de esa manera una sociedad más pacífica. La imaginación, porque es nuestro mejor recurso para generar alternativas lo suficientemente creativas para hacer frente a las adversidades. La utopía porque ninguna sociedad, ningún proyecto político, puede regenerarse o refundarse sin un ideal emancipador. No podemos permanecer en el recuerdo de un pasado trágico. La imaginación es, ya lo decía Baudelaire, la “reina de las facultades”. La regeneración de la sociedad, el resurgimiento de una nueva economía, el fortalecimiento de la solidaridad, la erradicación de la violencia, la pobreza extrema y la discriminación, solo serán posibles en la medida en que estemos dispuestos a imaginar modelos políticos y socioeconómicos distintos de los que hasta ahora hemos construido.
La imaginación creativa será indispensable para encarar la cantidad de transformaciones técnicas y tecnológicas, laborales, económicas, sociales, ecológicas, demográficas y científicas que nos esperan. De la mano de los jóvenes tendremos que ser capaces de construir alternativas de resolución en donde el valor de las personas y de la sociedad estén en el centro. Si hasta ahora la violencia estructural se ha encargado de degradar a las personas, nuestra apuesta habría de ser por la recuperación de la dignidad humana de manera radical. Imaginar otros mundos posibles, apostar por su concreción, aun cuando parezcan utópicos, ha sido una motivación y el motor esencial de la dinámica histórica. Vale la pena reactivar en nuestras juventudes la apuesta por la utopía. Solo de esta manera podemos transitar eficazmente de un estado de resistencia a una verdadera acción renovadora. 


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