Al renovar la fachada de un edificio en Beirut, Toni, un cristiano libanés, y Yasser, un refugiado palestino, se enfrentan por un problema doméstico. La discusión llega a niveles extremos e involucra a los líderes políticos de ambos países. En El insulto —cinta nominada al Oscar a Mejor Película en Habla No Inglesa en 2018—, el cineasta libanés, Zaid Doueiri, parte de una anécdota simple para reflexionar sobre temas que van de la justicia a la política.
Su película me dejó pensando sobre lo absurdos que podemos ser.
Entiendo a lo que te refieres, pero no creo que “el absurdo” sea lo que mejor define a El insulto. En realidad, los protagonistas se parecen bastante entre sí. El problema es que cada uno se aferra a la creencia de que es víctima del otro. La situación me sirve para hablar de la búsqueda de la justicia y la redención.
Justicia: eso no fue lo que recibió en su país, donde el gobierno lo obligó a advertir que la película no tenía nada que ver con las políticas del gobierno libanés.
Las autoridades libanesas habían pedido que se expidiera el descargo de responsabilidad como condición para la exhibición. Estaban preocupados de que alguien los culpara por aceptar su proyección. La censura todavía existe, pero también existe una censura bidireccional y más velada emprendida por los partidos de izquierda.
El insulto es una parábola sobre el orgullo llevado a niveles extremos.
Sí, también se trata de orgullo. En Líbano, ciertos comportamientos pueden verse como una forma de honor. Se lleva al extremo porque esta es la naturaleza de las personas en esta parte del mundo. Pero en la película, el orgullo también es un dinamismo significativo que impulsa a ambos personajes a buscar la verdad. Es su orgullo lo que tienen en común y aquello que los impulsa a aprender unos de otros.
A pesar de que ubica la historia en un pequeño barrio libanés, la dimensión humana la aproxima a países como México.
El escenario no es importante. Si quieres que una película se lea en otros países necesitas una historia de dimensiones universales. Al final la justicia, la fe o la empatía, están presentes en todas las culturas.
Añadiría el perdón.
Quería hablar del perdón, pero de manera sutil. No quería entrar en el debate sobre si hay que revalorarlo o no. Es algo que sientes o no. No me propuse hacer una película con un mensaje específico y no quería dar lecciones morales. No quería ser panfletario. En una forma resumida, cuento la historia de un personaje decidido a llegar a lo que considera correcto.
Aunque me parece que su cine habla sobre las dificultades para la reconciliación en su país.
Mis películas tratan sobre mi pasado en el Líbano, pero Estados Unidos y Francia enfrentan también conflictos vinculados al perdón, la justicia o la fe. Nunca busco soluciones porque soy incapaz de formular una. No creo que sea mi deber ofrecerlas. Hago películas porque me gusta contar historias. Sí, los problemas son complejos, pero trato de mantener una premisa simple. Me gustan las historias simples con personajes complejos.
Después de cuatro películas, ¿entiende mejor lo que sucede en Medio Oriente?
No pretendo entender la política del Medio Oriente como un político, como un científico político, o como un académico. Tengo mi propio punto de vista, mis propios sentimientos sobre ello, pero trato de construir historias sobre temas comunes, de expandirme a una audiencia más grande. Intento que mis historias sean universales.
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