Acción social dentro de las empresas, la nueva tendencia

Milenio Sustetable

Hay diversos caminos para convertirse en una empresa socialmente responsable, de acuerdo con el tamaño y giro de empresa.

Hipocampus es una empresa social que brinda cuidado y educación para la primera infancia.
Arturo Vallejo
Ciudad de México /

Tradicionalmente, el éxito para una empresa se mide por su crecimiento y utilidades. Sin embargo, en la opinión de los expertos, este paradigma está cambiando y las mejores empresas ya no se consideran las más rentables, sino las que generan mayor bienestar para las personas, la sociedad y el planeta. 

El término “emprendimiento social” comenzó a sonar fuerte en México entre 2011 y 2012, gracias a esfuerzos como Iniciativa México, un programa de televisión que estaba enfocado en organizaciones sociales, y a eventos como el Foro Latinoamericano de Inversión de Impacto. A partir de ahí, son cada vez más las empresas que buscan combinar su modelo de negocio con el impacto social. 

De acuerdo con Ashoka, una organización internacional que promueve el emprendimiento social, México es un importante centro para empresas que buscan equilibrar su necesidad de hacer dinero con el propósito de lograr un impacto positivo. Se trata de una forma diferente de concebir los negocios, que apunta a resolver problemáticas concretas, particularmente de los sectores más vulnerables de la sociedad.

Para ello se ha creado una amplia red, cuyos integrantes suelen denominar “ecosistema”, conformada por actores de diferentes sectores y que abarcan aceleradoras o incubadoras; fondos de inversión y organizaciones de financiamiento; asociaciones de vinculación; instituciones de gobierno y, el núcleo, las empresas mismas. 

¿Pero qué es el emprendimiento social y cómo lograr que sea sustentable? Expertos de tres de las principales organizaciones del ecosistema en México nos ofrecen un panorama de este fenómeno, el cual está experimentando un verdadero auge en nuestro país.

De propósito doble

De propósito doble “Hay muchas definiciones de lo que es una empresa social”, explica Nicolas Demeilliers, cofundador de Connovo, un company builder, como él mismo le llama. “Yo lo explicaría como una empresa que ofrece un producto o servicio que tenga un impacto, ya sea social o ambiental, que muchas veces van de la mano”. “Cuando piensas en el producto de un negocio, no es solamente para hacer dinero, sino que buscas lograr un cambio sistémico”, agrega. 

Un buen ejemplo serían empresas como Iluméxico, que vende paneles solares a personas de bajos recursos que no tienen acceso a la red eléctrica y lo hace a través de sistemas de financiamiento asequible. Es un negocio, pero beneficia directamente al medio ambiente y a la población. De acuerdo con Demeilliers, “esto tiene que ir de la mano con la sostenibilidad financiera. 

Si no la tienes, no creces, y al revés, si tienes buenas finanzas pero poco impacto, ya no eres una empresa social”. En países emergentes como México, los sectores más propicios para llevar a cabo proyectos de emprendimiento social suelen ser educación, salud, acceso a servicios básicos e inclusión financiera.

El boom

De acuerdo con Ethos, Laboratorio de Políticas Públicas, la primera inversión para un proyecto de emprendimiento social en el país se realizó en el año 2000. Desde entonces, los financiamientos han ido en aumento hasta que, entre 2016 y 2017, cerraron 108 inversiones por un total de 185 millones de dólares. “Antes pensábamos que éramos los únicos”, menciona Nallely Valdez, directora de Alianzas y Ecosistemas de Ashoka. “Sin embargo, en los últimos cinco años han surgido toda una serie de organizaciones que apoyan este tipo de emprendimiento; convocatorias y grandes empresas que han lanzado premios para emprendimiento social, y para trabajar con ellas”, agrega.

Una parte sustancial del cambio de paradigma es que el modelo de filantropía está siendo paulatinamente reemplazado. “Ahora las empresas ya no dan dinero solo porque sí, le están apostando a iniciativas que demuestren que tienen un impacto positivo, que sean proyectos de emprendimiento y no asistenciales”, agrega Valdez. 

A esto se suma el interés de sectores como el académico, que ofrece capacitación sobre el tema. En las universidades, por ejemplo, hay una tendencia a cambiar los currículos para que las materias de Emprendimiento e Innovación Social sean parte de los planes de estudio. 

El Tecnológico de Monterrey, la UNAM, la Universidad Anáhuac y el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE), son solo algunas de las instituciones que ofrecen cursos sobre el tema. 

“Ashoka también tiene un área muy grande dedicada a la educación, en la que nos vinculamos con empresas y universidades que promuevan una educación basada en emprendimiento social”, agrega Valdéz.

50 empresas

En México están certificadas por el Sistema B

Empresas B

Hasta ahora nos hemos referido a los objetivos de negocios y las acciones externas de las empresas que buscan un impacto social. Sin embargo, para lograr este objetivo son igual de importantes las prácticas internas de una compañia, sin importar cuál sea su giro. Ahí es donde entra el movimiento conocido como Empresas B.

Estos negocios comparten la premisa de utilizar la fuerza del mercado para ofrecer soluciones a las problemáticas sociales y ambientales. Aunque pueden ser de muy diferentes tipos y giros, tienen cuatro características básicas: 

• Incluyen en su misión el propósito de contribuir al bienestar de la sociedad y del planeta. 

• Han firmado un compromiso legal vinculante de dicho propósito, generalmente en su acta constitutiva. 

• Están certificadas como Empresas B bajo estándares internacionales. 

• Han suscrito una declaración de interdependencia con el resto de las empresas del movimiento. 

Nuestro país es uno de los que tienen mayor tasa de crecimiento en América Latina y en el mundo en términos de empresas certificadas, de acuerdo con Ramsés Gómez, director ejecutivo de Sistema B México. “Hoy tenemos 50 empresas que operan con esta certificación, 32 de las cuales son empresas mexicanas. Las 18 restantes son multinacionales que se certificaron en sus países de origen, pero al tener operaciones en México, forman parte del ecosistema local”, explica.

Dentro de los aspectos de la operación que son evaluados se consideran: si tienen menores brechas salariales, mayor inclusión, más mujeres en sus grupos directivos y consejos y si ellas tienen sueldos que sean equivalentes a los de los hombres.

 Además de lo anterior, explica Gómez, se toma en cuenta si trabajan de manera intencional con proveedores que también tienen este tipo de prácticas, la manera en la que se vinculan con la comunidad y el número de horas que sus colaboradores destinan al voluntariado. 

Sistema B ofrece un sistema de evaluación gratuito y confidencial, por medio del cual una empresa puede analizar sus prácticas. El sistema funciona con una escala de 0 a 200 puntos de impacto positivo. “Una compañía tradicional que realiza nuestra evaluación suele tener alrededor de 40 o 50 puntos, para ser Empresa B se requieren al menos 80. Esto significa que una empresa B tiene al menos el doble de impacto positivo que una tradicional. El promedio en México es de unos 100 puntos de impacto positivo”, dice Gómez.

La herramienta se encuentra disponible en bimpactassessment.net y, de acuerdo con el director ejecutivo, más de 900 empresas la utilizan para la toma de decisiones, aunque no necesariamente aspiren a estar certificadas como empresas B. 

En este sentido, Gómez menciona que los estándares para la certificación son muy exigentes, y que la idea no es necesariamente que todas las organizaciones sean Empresas B, sino que hagan una autoevaluación de su modelo de negocio para que lo replanteen tomando en cuenta el bienestar de las personas, las sociedades y la naturaleza.



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