La pandemia, la inteligencia artificial y la automatización de procesos han quebrantado el mundo laboral y los planes de empleabilidad. Las organizaciones requieren colaboradores capaces de adaptarse de una forma sana a un mundo cambiante, con empatía e inteligencia emocional. Nuestras comunidades necesitan personas que se adapten rápidamente y estén abiertas a un crecimiento continuo. El gran diferenciador es entonces evidente: una educación con enfoque en desarrollar habilidades socioemocionales.
El panorama educativo internacional es preocupante. Las brechas académicas se exacerbaron, sobre todo en las poblaciones más vulnerables. En las escuelas trabajamos de forma maratónica para lograr los aprendizajes y objetivos. Los docentes merecen nuestro respeto; hoy su trabajo parece imposible.
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La distancia social y la falta de acceso a los servicios básicos provocaron una inestabilidad más allá de los niveles académicos. La incertidumbre que nos invadió, derivada de la novedad y la atemporalidad del confinamiento, provocó un golpe a la estabilidad emocional de todos. Y he ahí un regalo: nos enseñó que la vulnerabilidad es humana, que el miedo no nos fractura y que está bien no estar bien.
Uno de nuestros pilares en la Red de escuelas SER es el desarrollo del carácter. Aprendimos que de nada sirve educar a un estudiante en matemáticas si no logramos formarlo como un ser humano ético, con mentalidad de crecimiento, curiosidad y autocontrol. En este sentido, si queremos fortalecer el carácter de nuestros estudiantes, debemos antes poner atención a los docentes. En nuestro programa, por ejemplo, los docentes reciben retroalimentación y ajustes a su enseñanza frente a los alumnos. Esto se traduce en estudiantes que perciben el error como parte del crecimiento necesario para adaptarse.
Las competencias socioemocionales deben ser un enfoque primordial dentro de las aulas. Nuestras niñas, niños y jóvenes merecen aprender mucho más que habilidades duras.
srgs