Gene Hackman, quien nunca encajó en el molde de una estrella de cine de Hollywood, pero se convirtió en una, interpretando personajes aparentemente comunes y corrientes con engañosa sutileza, intensidad y a menudo encanto en algunas de las películas más destacadas de las décadas de 1970 y 1980, ha muerto, dijeron las autoridades de Nuevo México. Tenía 95 años.
Hackman y su esposa fueron hallados muertos el miércoles por la tarde en una casa de Santa Fe, Nuevo México, donde vivían, según un comunicado de la Oficina del Sheriff del Condado de Santa Fe. La causa de la muerte no estaba clara y se aún se investiga. Los agentes del comisario hallaron los cadáveres de Hackman; su esposa, Betsy Arakawa, de 64 años, y un perro, según el comunicado; no se sospechaba que se tratara de un crimen.
Hackman fue nominado a cinco premios de la Academia y ganó dos durante una carrera de 40 años en la que apareció en películas vistas y recordadas por millones de personas.
Era definido como el perfecto hombre ordinario de Hollywood. Pero quizá esa categorización fuera demasiado simple, pues sus personajes desafiaban el encasillamiento, al igual que sus representaciones llenas de matices.
Sin embargo, no negaba tener una imagen de tipo normal, ni le molestaba. Una vez bromeó diciendo que parecía “un minero cualquiera”. Y parecía haber nacido de mediana edad: ligeramente calvo, con rasgos fuertes pero anodinos; ni poco agraciado ni guapo, un hombre alto (1.87 m) más propenso a fundirse en una multitud que a destacar en ella.
Era un talento poder desvelar las capas de personajes que cargaban con el peso de la mediana edad. “Como han vivido lo suficiente para experimentar el fracaso y la pérdida, pero no lo suficiente como para tomárselo con calma, Hackman podía interpretarlos con una distintiva mezcla de luz y de sombra”, escribió Jeremy McCarter en una valoración de la carrera de Hackman en Newsweek en 2010.
“Mientras algunos actores se vanaglorian por aventurarse en la zona de moralidad dudosa —continuó McCarter—, Hackman la ha habitado durante tanto tiempo que hemos dejado de fijarnos en ello. En sus interpretaciones, como en la vida, los buenos no siempre son buenos, y los malos tienen encanto”.
Los críticos tenían una palabra para él como intérprete: “creíble”. Dijeron que parecía vivir sus papeles, no interpretarlos. “No hay ninguna cualidad identificable que haga destacar a Hackman —escribió Janet Maslin en The New York Times en 1988—. Simplemente se vuelve extraordinariamente vital y real”.
Evitaba el autoanálisis cuando hablaba de la actuación. “No me gusta analizar en profundidad lo que hago con mis personajes —dijo—. Es ese extraño miedo a que, si miras algo con demasiado detenimiento, desaparezca”.
A Hackman se le asoció para siempre con su papel revelación, el del tosco e implacable policía de narcóticos Popeye Doyle —un sabueso de rostro adusto con un sombrero estilo pastel de cerdo— en la película de 1971 Contacto en Francia. Esa interpretación le valió su primer Oscar a Mejor actor.
Ese fue solo uno de sus innumerables y memorables retratos cinematográficos. Recibió una nominación al Oscar por su trabajo en Mississippi en llamas (1988), de Alan Parker, en la que interpretaba a un agente del FBI que investigaba la desaparición de tres trabajadores de los derechos civiles: un “pueblerino sureño áspero, desaliñado, de habla rural, quien también busca el asesinato”, como escribió Vincent Canby en el Times.
En Los imperdonables (1992), su papel de un despiadado sheriff de pueblo que enfrenta su revólver al de un cazarrecompensas interpretado por Clint Eastwood fue un escalofriante estudio de la brutalidad sádica. Esa interpretación le valió su segundo Oscar, como Mejor Actor de Reparto.
Primeros reconocimientos
Al principio de su carrera, Hackman trabajó en programas de televisión como Ruta 66 y La ciudad desnuda; en teatro de improvisación y en comedias de Broadway, como Solamente los miércoles, de Muriel Resnik, y Poor Richard, de Jean Kerr.
Su actuación en un papel secundario en la película de Warren Beatty de 1964, Lilith, causó una impresión duradera en Beatty, quien se acordó de él cuando estaba produciendo Bonnie y Clyde y buscaba a alguien que interpretara a Buck Barrow, el explosivo hermano del gángster. La interpretación de Hackman en esa película, dirigida por Arthur Penn y estrenada en 1967, le valió su primera nominación al Oscar.
Cuando el director William Friedkin lo eligió para Contacto en Francia, ya tenía más de una decena de películas a sus espaldas y una segunda nominación al Oscar como actor secundario por Ese extraño, mi padre (1970).
No todos sus papeles exploraban el lado oscuro de la vida. Su talento para la comedia, perfeccionado en el teatro, resurgió en El joven Frankenstein (1974), de Mel Brooks, y le sirvió en películas posteriores como La jaula de las locas (1996) y Los excéntricos Tenenbaums (2001).
Su trabajo en La conversación formó parte de una serie de interpretaciones aclamadas por la crítica en los 70; entre las otras estaban su ex convicto pendenciero en El espantapájaros (1973) —que él consideraba la mejor interpretación de su carrera.
Hackman ganaba mucho dinero, pero también se estaba agotando. Su reaparición como Popeye Doyle en Contacto en Francia II, en 1975, fue una de las cuatro películas de Hackman que se estrenaron ese año. A finales de la década, decidió que ya había tenido bastante por un tiempo.
Tras interpretar a Lex Luthor, némesis del Hombre de Acero, en Superman: la película (1978) —y rodar simultáneamente sus escenas para Superman II—, abandonó brevemente Hollywood, hasta Contigo toda la noche, una comedia con Barbra Streisand, en 1981.
Pronto reanudó la actuación en Hoosiers (1986) y en Sin Salida (1987), luego en Testigo accidental (1990) y en La Jaula de las Locas, un remake de la comedia francesa La Cage aux Folles.
Sin freno
Ni siquiera la operación de corazón a la que se sometió en 1990 detuvo su ritmo. En 2001, un año después de cumplir 70, se vio a Hackman en cinco películas: Las estafadoras, Asalto, de David Mamet, Tras las líneas enemigas, La mexicana,con Brad Pitt y Julia Roberts, y Los excéntricos Tenenbaums, de Wes Anderson.
Ese mismo año, el crítico David Edelstein señaló que, a diferencia de la mayoría de actores de un nivel comparable, Hackman ocupaba “un término medio entre un actor de carácter y una estrella cinematográfica”, sugirió una clave de su éxito.
“Incluso en sus momentos más alegres —escribió Edelstein en The New York Times—, las interpretaciones de Hackman tienen un trasfondo volcánico. Puede que el secreto de su singularidad resida en que su zona de confort es un lugar tan aterrador y volátil”.
Eugene Allen Hackman nació en San Bernardino, California, el 30 de enero de 1930, y creció en Danville, Illinois. Su padre, también llamado Eugene, era impresor del periódico local, mientras que su madre, Anna Lyda (Gray) Hackman, era camarera.
Cuando el joven Gene tenía solo 13 años, su padre abandonó a la familia y se marchó mientras su hijo jugaba en la calle. Cuando su padre pasó a su lado, recordó Hackman años después, lo saludó con la mano.
“No me había dado cuenta de lo mucho que puede significar un pequeño gesto—dijo una vez—. Quizá por eso me hice actor”.
Mintiendo sobre su edad, se enlistó en el Cuerpo de Infantería de Marina (1946) para servir en China y luego en Hawái y Japón; un momento dado trabajó como disc jockey para la emisora de radio de su unidad. Tras su despido, estudió periodismo en la Universidad de Illinois durante seis meses y luego fue a Nueva York para aprender sobre producción televisiva.
Trabajó en emisoras locales de todo el país antes de decidirse a estudiar actuación, primero en Nueva York y luego en el Pasadena Playhouse de California, donde Dustin Hoffman era uno de sus compañeros de estudios. Entablaron una amistad duradera, aunque no aparecieron juntos en una película hasta 2003, cuando ambos participaron en Tribunal en fuga, un drama legal basado en una novela de John Grisham.
De vuelta en Nueva York, Hackman conoció y se casó con Faye Maltese, secretaria de un banco, y comenzó la clásica lucha de un actor por sobrevivir. “Conduje un camión, serví sodas, vendí zapatos”, aseguró a un entrevistador.
Un éxito en Broadway
Finalmente encontró trabajo en el teatro, primero en el teatro de verano y luego en el circuito Off Broadway. En Solamente los miércoles —su tercera obra en Broadway, pero la primera que duró más de unos días— interpretó a un joven de Ohio que va a Nueva York y se enamora de la amante de un magnate. Los críticos aplaudieron, la obra fue un éxito, y Hackman no tuvo que volver a vender zapatos.
El primer matrimonio de Hackman acabó en divorcio en 1986, tras varias separaciones temporales. En 1991 se casó con Arakawa, pianista clásica, y se establecieron en Santa Fe. Entre sus supervivientes figuran tres hijos de su primer matrimonio, Christopher, Elizabeth y Leslie.
Volvió a los escenarios en 1992, junto a Glenn Close y Richard Dreyfuss, en la producción de Mike Nichols de La muerte y la doncella, la obra de Ariel Dorfman sobre una mujer latinoamericana (Close) que consigue atrapar al hombre (Hackman) que cree que la violó y torturó como presa política años antes. Fue su primera aparición en Broadway en 25 años; también fue la última.
En sus últimos años, Hackman dedicó gran parte de su tiempo a la pintura y la escultura en su casa de adobe de Santa Fe. También se convirtió en autor. Colaboró con su amigo Daniel Lenihan, arqueólogo subacuático, en tres novelas históricas, y más tarde escribió Payback at Morning Peak (2011), un western, y Pursuit (2013), un thriller.
En esa misma entrevista, le pidieron a Hackman que resumiera su vida en una sola frase. Respondió: “‘Lo intentó’. Creo que eso sería bastante exacto”.
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