Este 21 de marzo se cumple el 215 aniversario del natalicio de Benito Pablo Juárez García, un indígena zapoteco que pasó a las páginas de la historia porque gracias a su tenacidad y esfuerzo llegó a ser presidente de la República.
De igual forma, proclamó las Leyes de Reforma y enfrentó con éxito la Intervención Francesa y el Segundo Imperio, para preservar la soberanía e independencia de México.
Por este hecho, el 11 de mayo de 1867, en sesión del Congreso Nacional Dominicano, celebrada en Santo Domingo, recibió el reconocimiento de “Benemérito de las Américas”, por lo cual en la actualidad lo mismo figura en billetes, pinturas, monumentos, calles y parques.
Se conoce que durante el desarrollo de “la Batalla de Puebla” del 5 de mayo de 1862, cuando las fuerzas leales dirigidas por el general Ignacio Zaragoza se enfrentaron contra el ejército invasor de los franceses, el entonces presidente fue informado “en directo” de los pormenores que ocurrían a través de una línea de telégrafo que comunicaba la capital poblana con Palacio Nacional.
Fue así que, alrededor de las cinco de la tarde, fue enterado del triunfo del ejército mexicano cuando Zaragoza anunció que “Las armas nacionales se han cubierto de gloria”.
Esto originó que el 11 de septiembre del mismo año, por decreto del presidente Juárez se designara a la ciudad, Puebla de Zaragoza.
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Asimismo, a los pocos días después del citado triunfo, emitió el Decreto del Congreso para premiar con condecoraciones a los participantes en la victoria contra los franceses; y también decidió que el reconocimiento y el pago a los soldados debían hacerse con toda solemnidad en la misma ciudad de Puebla, a la que se trasladó.
Tres años después, el 16 de septiembre de 1869, el mandatario volvió a acudir a la capital poblana para inaugurar los 47 kilómetros de vía del ramal Apizaco a Puebla del Ferrocarril Mexicano.
En otro tema, de acuerdo con el ayuntamiento del municipio de Puebla se estima que en la capital del estado existen de 200 a 210 calles y avenidas que llevan el nombre de Benito Juárez, así como siete colonias con esa misma designación.
También reportó que hay cuatro estatuas y bustos de este personaje histórico localizadas en su territorio: un busto de bronce, base de concreto revestida con placas de mármol, en la calle Zapotitlán sin número, en la junta auxiliar de San Andrés Azumiatla; una estatua de bronce sobre una columna y base de piedra de cantera, en la avenida Juárez y la 25 Sur, en la Zona Esmeralda.
Así como otro monumento al benemérito en la Plaza de las Américas, localizada en la explanada del auditorio de la Reforma, en la Zona Monumental de los Fuertes de Loreto y Guadalupe, el cual está fabricado de piedra de cantera sobre una base de concreto y placa de bronce.
El último se ubica en el Parque Juárez, en Bulevar Héroes del 5 de Mayo sin número, frente al centro comercial Plaza Dorada, El Carmen Huexotitla. El monumento está esculpido en piedra con una altura aproximada de 10 metros, montado sobre un gran pedestal de unos 40 metros cuadrados.
Este jardín se construyó sobre lo que quedó del lecho seco del río San Francisco luego del embovedamiento en la zona de Huexotitla. Fue inaugurado el 21 de marzo de 1979.
Cabe resaltar un dato curioso que en torno a la estatua de bronce que se localiza sobre la avenida Juárez, en el hemiciclo del mismo nombre, se maneja.
Esta fue colocada en 1906, para conmemorar el centenario del nacimiento de Benito Juárez. El presidente Porfirio Díaz ordenó a los gobernadores de todos los estados la construcción de una estatua en su honor.
Cuenta la leyenda que en Puebla sólo se hizo una réplica de la cabeza de Juárez ya que el cuerpo de la estatua que vemos en la actualidad en la citada glorieta, pertenece a George Washington, presidente de los Estados Unidos. El cuerpo se encontraba en las bodegas del Colegio del Estado (actualmente Universidad Autónoma de Puebla).
Otros aseguran que el cuerpo pertenecía a una efigie de Abraham Lincoln, quien también fue mandatario del país de las Barras y las Estrellas.
Los historiadores coinciden en que, salvo la cabeza, la pieza no refleja las características del Benemérito de las Américas. Además de que el primer presidente de origen indígena no utilizaba bastón y en esa estatua se le plasma con saco largo y con ese artilugio.
De manera inicial la estatua se colocó en la Plazuela del Señor de los Trabajos, frente al Ferrocarril Mexicano, 12 Poniente y 11 Norte. En 1921 fue trasladada a la avenida de la Paz, que en la actualidad lleva el apellido del zapoteca, lugar que ocupa hasta nuestros días.
En esos tiempos, al monumento también se lo llamó “El milpero” porque se encontraba realmente entre las milpas.
También narran que para su traslado se contrató a un cargador, quien con la ayuda de un carrito de baleros lo llevó hasta el sitio donde se localiza.
Otro detalle curioso de este monumento es que la gente le llamaba el silbador, ya que está hecho de hoja de lata lo que hace que cuando sopla el viento se produzca una especie de silbido. Dicho sonido se intensificó porque le hicieron con un arma de fuego dos orificios, uno al ingresar la bala y el otro en su salida.
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En el 2017, el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi) notificó que en nuestro país existen 60 mil 148 calles con el nombre de Benito Juárez, así como ocho municipios que llevan el nombre del Benemérito. En Puebla, se encuentra el municipio de Tlacotepec de Benito Juárez.
En la entidad hay una universidad que lleva su nombre: Universidad Benito Juárez y una preparatoria de la UAP, donde hay un busto en su honor.
Por otra parte, casi todo mexicano ha usado o escuchado la expresión “Me hizo lo que el viento a Juárez”, que supuestamente hace alusión a la entereza del presidente nacido en el pueblo de San Pablo Guelatao, Oaxaca.
Aunque nadie puede asegurar a ciencia cierta de dónde viene esta frase, es interesante conocer que hay distintas versiones al respecto.
Fernando Benítez, en su libro “Un indio zapoteco llamado Benito Juárez”, apunta que en su infancia, Benito Juárez iba de cacería junto con otros niños y que en una ocasión se embarcaron en una canoa cuando fueron sorprendidos por un ventarrón. Por el temor que les infundió, los menores abandonaron la embarcación y nadaron a la orilla, sólo Benito se quedó en ella y aguantó hasta que terminó el vendaval. Esto provocó el reconoció de sus vecinos naciendo así la frase.
Otra versión hace referencia al cuidado de su peinado, mismo que siempre mantenía a pesar de que hiciera un fuerte viento.
De igual forma, algunos aseguran que se originó porque dos de sus estatuas, una ubicada en la cima del Cerro de las Campanas, en Querétaro, donde fueron fusilados Maximiliano de Habsburgo y los “traidores” Miramón y Mejía; y la otra localizada en una plaza en el puerto de Tampico, a pesar de que fueron azotadas por intensos ventarrones permanecieron inamovibles.
Por otra parte, el escritor Juan Villoro en su novela “El testigo” narra otra de las frases que en torno al benemérito se manejaron: “Ir a Juárez”.
Explica que el 23 de noviembre de 1855, Juárez promulgó la Ley de Administración de Justicia y Orgánica de los Tribunales de la Nación, del Distrito y Territorios, mejor conocida como “Ley Juárez”, con la cual abolió los privilegios de los militares y religiosos, además de que eliminó el fuero eclesiástico.
Esto originó que la sociedad más conservadora y de cepa católica la tomara contra el presidente, y la manera de expresar su desprecio fue que, cuando uno de ellos iba al escusado, decía “Voy a Juárez”, o bien, “Voy a verle la cara a Juárez”, al simbolizar al mandatario con la defecación.
Aunque la frase por la cual más se le reconoce y asocia es: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, misma que fue plasmada en su manifiesto a la nación mexicana del 15 de julio de 1867, cuando se restauró en nuestro país la república luego de años de luchas internas e intervenciones extranjeras.
Solo que algunos historiadores y conocedores han aclarado que esta noción no es propia de Juárez, sino que fue pronunciada, con otras palabras, por el filósofo alemán Immanuel Kant en su ensayo “La paz perpetua”.
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