Con machetes, palas y picos poblanos ‘cortan’ el fuego del Popocatépetl

Crónica

Hoy los habitantes de San Pedro están desesperados porque en las faldas del volcán Popocatépetl se producen incendios.

Este hombre sube a combatir el fuego que consume las faldas del Popocatépetl. (Andrés Lobato)
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Puebla /

En San Pedro Benito Juárez, municipio de Atlixco, Puebla, los recuerdos se acumulan desde la primera vez, diciembre de 1994, cuando los habitantes fueron trasladados a diferentes albergues; lo mismo sucedió seis años después, en 2000, debido al incremento de la actividad del Popocatépetl, cuya intensidad duró mucho más que la del jueves pasado.

Ahora, los ejidatarios y comuneros están pendientes de que acabe la alerta volcánica y, como siempre ha sucedido, formar brigadas y subir para apagar el fuego que consume las faldas del Popo, “porque el monte es del pueblo”.

Esta es la segunda comunidad más próxima al volcán, con cerca de 3 mil 500 habitantes, quienes están conscientes de que el semáforo de alerta permanece en amarillo fase tres, pero sugieren que el gobierno envíe helicópteros para que apaguen el fuego que destruye el bosque.

Hoy los habitantes están desesperados porque en las faldas del volcán se producen incendios. Aunque la actividad no se puede comparar con la de 1994, recuerda Fernanda, quien era una niña cuando aquello sucedió, dice mientras señala el Popo, cuyo copete está envuelto con nubes blancas.

“Cuando está enfermito”, dice mientras sonríe, “Don Goyo no se deja ver”.

Hace 25 años la gente fue trasladas a los albergues instalados en Izúcar de Matamoros y la ciudad de Puebla, pero la familia de Fernanda se negó. En ese entonces miembros del Ejército tocaban las puertas de casas que tenían las luces prendidas para cerciorarse que no quedara nadie, pues “era por nuestra seguridad”.

Les dijeron: “Tienen que irse porque en cualquier momento puede hacer erupción o lanzar materia incandescente”.

El papá de Fernanda —ella tenía 14 años— les respondió: “Si Dios dice que hasta aquí llegamos, nos quedamos”. Finalmente se quedó él, mientras Fernanda, sus seis hermanas y su mamá partieron a los albergues.

Y habrá que trasladarse por un camino pedregoso y llegar a la casa del comisariado ejidal David Molina, de 52 años, que ahora mismo barbecha la tierra para sembrar maíz y frijol. “Allá”, señala lo alto del volcán, en la parte donde arde el bosque, “está la fuente de trabajo: leña para el sostén de la cocina”.

(Foto: Andrés Valle)

Él, como ha sucedido, formará parte de la brigada de unas 70 personas de la comunidad para abrir brechas y cortar el fuego. Llevarán machetes, picos y palas. Él tiene experiencia en esta labor. Incluso cuenta con videos sobre lo que hacen para detener la lumbre en las faldas del Popo.

“Estamos bajo el mando de Protección Civil”, dice, para luego mostrar una especie de bitácora manuscrita de lo que han hecho para mantener vivo “el monte”, como él le dice.

En el año 2000 fue la otra contingencia, “cuando se escucharon más tremendas las explosiones y nos preocupamos más, porque es nuestro monte, nuestro sostén”.

—¿Es demasiado peligroso?
De pronto, sí, pero la gente ya se acostumbró al cerro; pero tenemos que hacerle caso al gobierno, porque es para el bien de nosotros; y si los militares se arriesgan, pues tenemos que obedecer, responde Molina.

Sus padres y abuelos, comenta mientras sonríe el comisariado ejidal, “nos enseñaron a trabajar y a cuidar el monte; y sí, los fuertes y los valientes han llegado hasta el cráter”.

—¿Y cómo es el cráter, usted se asomó?
—Sí, mi primer viaje fue en 1989, era yo un chavo: adentro había agua verde y a los lados humeaba, pero en 1994 aquello reventó.
—¿Y ahora?
—Ahora fue un estruendo.

(Foto: Andrés Lobato)

  • Humberto Ríos Navarrete
  • Pedro Domínguez
  • pedro.fajardo@milenio.com
  • Reportero de MILENIO desde 2010. Viajo, leo y siempre quiero fumar menos. Hoy cubro Presidencia, mañana quién sabe.

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