El 9 de mayo de 1950, Robert Schuman, ministro francés de Asuntos Exteriores, pronunció un discurso que ha pasado a los libros de Historia como uno de los momentos fundacionales de la Unión Europea. Su Declaración, sobre las cenizas aún humeantes de la mayor devastación conocida por el hombre, buscaba que la guerra en el futuro fuera “no sólo impensable, sino materialmente imposible”. Forjar vínculos e intereses tan profundos que nada pudiera romperlos. Hoy, con una pandemia que ha cerrado el continente, matado a miles de personas y aflorado los peores instintos, los países del sur apelan de nuevo a gritos a ese “esplendor del espíritu”.
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“Vivimos un momento único. O salimos todos o nos hundimos todos”, explica a EL MUNDO la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya. “Es quizás lo más cercano al momento Schuman. Como entonces, la clave hoy son pasos que creen solidaridad de hecho. El BCE lo ha hecho. Queda por ver si la UE también lo puede hacer alrededor de tres pilares: una respuesta fiscal que vaya más allá de los instrumentos mancomunados actuales; un presupuesto de choque; y un gran plan de inversiones que no deje a nadie atrás. Si hoy no avanzamos, habremos retrocedido. Y retroceder es dar oxígeno a movimientos populistas”, avisa la ministra.
La imagen de la Unión ha quedado muy dañada. Hay un desencanto, una decepción profunda y una frustración que empuja a muchos a pedir incluso la ruptura. “Solidaridad es la palabra clave, está escrita en el Tratado de Lisboa. Yo lo firmé con Zapatero y parece que algunos se ha olvidado”, lamenta Miguel Ángel Moratinos.
La rabia y decepción es palpable en la calle, hay un sentimiento de abandono que puede transformarse en un movimiento euroescéptico o eurófobo articulado, político e intelectual. “Se produce una situación parecida a la de la fundación de la UE, que tendrá que afrontar esto con el mismo carácter que entonces. Son las mismas condiciones para exigir una unidad de acción entre todos los europeos, con solidaridad y medidas comunes.
Los que piensan que puedan hacerlo a su manera se equivocan”, apunta Carlos Westendorp, ministro a mediados de los 90.
La Unión Europea ha reaccionado. Tarde, pues los reflejos no son su mejor virtud. Sin gancho, porque las relaciones públicas se le han dado mucho mejor a China o Rusia. Y todavía de forma insuficiente, porque combinar 27 visiones e intereses es muchas veces imposible. Pero se han tomado medidas sin precedentes. Se han movilizado partidas de gasto multimillonarias, fondos de cohesión y estructurales, se ha congelado el Pacto de Estabilidad y los corsés fiscales. Se ha animado a cada capital a gastar sin mesura. Se han coordinado adquisiciones de material sanitario y financiado a laboratorios para buscar una vacuna. Han llegado aviones cargados de materiales desde París o Berlín a Lombardía con más mascarillas que desde Pekín. Y el BCE ha lanzado un paquete de 750 mil millones de euros. Eso es también Europa.
“Respecto a la crisis de 2008 hay por lo menos dos situaciones en las que ha habido un avance sustantivo a nivel europeo. La primera, una reacción más inmediata del BCE. La segunda, la flexibilización del marco fiscal. ¿Lo que ha hecho es suficiente? No, pero tengo una visión optimista. Creo que la UE puede jugar un papel y lo va a hacer”, apunta Trinidad Jiménez.
Sin embargo, la sinécdoque es poderosa. El todo por las partes y las partes por el todo. “Palpo la desazón, pero el problema no es la UE. Hay que ser más precisos: el Consejo no está a la altura de las circunstancias. La posición de Alemania y de Países Bajos, expresada incluso de forma demagógica, está mostrando las limitaciones, no sólo en este momento, sino del propio concepto de UE”, señala Josep Piqué.
Abel Matutes, comisario europeo durante casi una década y el primer ministro de Exteriores de José María Aznar, trata de poner en contexto la postura de los más criticados. “Ocurre lo de siempre, que los que cumplen escrupulosamente la norma, los que hacen los deberes, se niegan a poner la firma por los que son más laxos. Esto está detrás de los pocos avances del euro. Tienen sus razones. Las culpas están repartidas, si todo el mundo cumpliera las normas que ellos mismos se han dado nunca habría problemas para este tipo de avances”, explica. “Dicho eso, en circunstancias excepcionales se les debería pedir un esfuerzo adicional y un poco más de confianza”.
El pragmatismo ha sustituido a las ideas, a los ideales. Se aferran los responsables a los procedimientos, a los cauces habituales. Dicen que todo va bien porque es cierto que el 99% de los intercambios cotidianos en las instituciones sigue intacto, que el 99% de los temas comunitarios siguen funcionando a la perfección. Sin entender que esto es ahora mismo una cuestión de política y de símbolos, no de millones. Que con gente muriendo hacen falta gestos emocionales, no sólo eurogrupos telefónicos. Enviar unos aviones, unas cajas con material esencial envueltas en las banderas europeas, compartir generosamente médicos y especialistas con los más afectados, son imágenes más poderosas en momentos desoladores que cualquier comunicado del Consejo Europeo.
“El clima que parece reinar entre los jefes de estado y de gobierno y la falta de solidaridad europea representa un peligro mortal para la Unión Europea. El germen ha vuelto”, denunció ayer Jacques Delors, ex presidente de la Comisión Europea, rompiendo su silencio y prudencia y con más instinto político que esta generación.
“Es el momento de más Europa. La ciudadanía europea, y uso la expresión de Felipe González, espera que las instituciones europeas y las políticas europeas vengan a aportar soluciones”, asegura Moratinos. “Hay un desencanto porque Europa no está haciendo lo suficiente, pero la solución no es prescindir de ella, es hacer más, aprovechar para dar el salto cualitativo que la Unión pide desde hace mucho”, insta José M. García Margallo. “EEUU nació cuando las 13 colonias mutualizaron deuda de la Guerra de Independencia. Con bonos europeos ahora tendríamos el germen de los EEUU de Europa”, lamenta el hoy eurodiputado.
Ana Palacio, una de las españolas que mejor se mueve en Bruselas, tiene una visión más pragmática. “¿Se va a venir abajo la UE? No. ¿Puede agostarse? Sí. Es muy cortoplacista rasgarse las vestiduras y decir que es el fin de la UE, para nada. La idea de más Europa como solución casi para todo terminó con el Tratado de Maastricht. Ahora estamos en otra cosa. Vamos a una Unión distinta, alejada del método comunitario. ¿Es menos Europa? Es diferente”, apunta.
Los ex ministros españoles coinciden en que lo que más se echa en falta ahora tener una raison d’etre, perspectiva, metas más sofisticadas que el mero seguir tirando. “En otras épocas había horizontes, liderazgos que empujaban. La Ampliación era incorporar a los países que estuvieron bajo el yugo de la URSS, un momento de ilusión. De convicción de la bondad del proyecto. Ahora no tenemos ese horizonte”, explica Josep Piqué.
“Lo que ahora no tenemos es una idea grande, fuerte. Un relato. La UE arranca sobre las cenizas del continente. Esa base con el tiempo se va perdiendo y se queda la idea de prosperidad. Y cuando se rompe en 2008, porque ahí se quedó la idea de que Europa significa prosperidad, vimos que eran cimientos más superficiales si se compara con la paz, Schuman o la Carta Atlántica” añade Palacio.
LA VISIÓN DE QUIENES FORJARON LA UNIÓN
Hay estos días un desencanto, una decepción profunda y una frustración amplia entre los ciudadanos con Europa. Creen que no cumple, que los abandona. “Los españoles siempre hemos apoyado el proyecto europeo en sus momentos más difíciles, ahora toca que Europa apoye a España”, pidió este sábado Pedro Sánchez.
EL MUNDO ha preguntado a todos los ministros de Exteriores del país desde 1986 cómo ven la situación. Carlos Westendorp, Abel Matutes, Josep Piqué, Ana Palacio, Miguel Á. Moratinos, Trinidad Jiménez, entre otros, avisan de la gravedad del caso y exigen solidaridad.