Bolivia está dividida. En las calles, las plazas, los cafés, los colegios, el transporte público y el Congreso, los ciudadanos (más de 11 millones) se arrebatan la verdad sobre la renuncia del ex presidente Evo Morales.
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Los bandos están definidos: socialistas contra demócratas, evistas contra golpistas, clase media contra clase baja, citadinos contra indígenas… La caída del líder social —algunos dicen golpe, otros la restauración de la democracia— dejó un vacío sobre el futuro del país.
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Evo Morales, primer presidente indígena de Bolivia, nació en Cochabamba, en el corazón del país en 1959. Fue activista y síndico de los campesinos de la zona en los 80 y 90.
Asumió por primera vez la presidencia en 2006, un periodo de esperanza y optimismo: prometió eliminar la desigualdad, bajó el salario de todos los funcionarios públicos para que nadie ganara más que el Presidente, lanzó campañas de alfabetización en zonas rurales y nacionalizó los hidrocarburos, aprovechó el boom de los precios del petróleo que le permitió a Bolivia crecer a un ritmo de 4.9 por ciento al año y que la convirtió en la economía más estable de la región; sin embargo, el logro por el que es más reconocido es por haber disminuido la pobreza.
Después de tres años en el cargo, en 2009 cambió la Constitución y limitó a dos las reelecciones presidenciales, fue reelegido ese año pero en 2014 contendió por tercera vez bajo el argumento de que sería “su primera reelección con esa nueva Constitución”. Arrasó en las urnas, pero algunos bolivianos comenzaron a criticar su apego al poder.
Para perpetuarse en el gobierno, en 2016 sometió a los bolivianos a una Consulta Ciudadana para que decidieran si un presidente podía reelegirse las veces que quisiera. “No” a un cuarto periodo, respondió el electorado, por lo que presentó un recurso ante el Tribunal Constitucional pues, a su consideración, se “vulneró su derecho a postularse”, y los magistrados le dieron la razón.
El 20 de octubre pasado, después de cerrar las urnas, Evo ganaba unas elecciones que fueron calificadas tanto por la oposición como por la Organización de los Estados Americanos de “fraudulentas”. La Unión Europea, las Naciones Unidas y otros países respaldaron a la OEA.
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En las calles estallaron las protestas masivas, partidos rivales, ciudadanos y hasta policías clamaron “fraude electoral”; el jefe de las Fuerzas Armadas, el general Williams Kaliman, tuvo que “sugerirle” a Evo “dejar el cargo” luego de 13 años y nueve meses en el gobierno.
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Tras la llegada de Jeanine Áñez a la presidencia interina el pasado 12 de noviembre, y con el nombramiento de nuevos ministros, el país encontró gobernabilidad, pero la estabilidad todavía depende de las regiones donde predomina el Movimiento Socialista (MAS): Santa Cruz, Cochabamba y El Alto.
De acuerdo con el gobierno, en Cochabamba —bastión de Morales— murieron nueve personas, aunque los evistas aseguran que fueron más de 20. La zona cocalera es donde hay más manifestaciones y choques entre civiles y autoridades.
En El Alto, una colonia popular de la ciudad capital, donde las calles son de terracería y las casas de tabique y lámina, los niños no van a la escuela: desde el 21 de octubre sus padres y familiares marchan a favor de Evo y mantienen cerrado intermitentemente el acceso vehicular y aeroportuario a La Paz.
Ese embudo ha generado desabasto de alimentos de primera necesidad como pollo, carne, huevo, jitomate y mate de coca, y los pocos productos que llegan se sobrevenden hasta 60 por ciento a su valor habitual.
En las gasolineras y estaciones de gas se hacen largas filas para conseguir los litros de combustible, mientras la mayoría permanece cerrada “hasta que resurtan”.
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Actualmente los vehículos se quedan varados en casa, el servicio de la flotilla de taxis disminuyó 60 por ciento, y las 10 líneas del transporte por cable Mi Teleférico suspenden su rutina.
Los comerciantes y trabajadores de la zona centro tampoco la pasan bien, el Ejército y la policía mantienen un cerco de cinco calles alrededor de la Plaza Murillo, sede de los Poderes de Bolivia, adonde intentan llegar las protestas de los evistas todos los días.
Se tienen que resguardar en sus locales con puertas y cortinas cerradas, pero con el riesgo de sufrir los estragos de las protestas, pues a la menor provocación, generalmente de grupos provenientes de El Alto o de Cochabamba, policías montados en moto todoterreno y con gas lacrimógeno repliegan a los manifestantes.
Varias horas duran los enfrentamientos entre evistas y autoridades del nuevo gobierno: unos claman por el retorno de un ex presidente asilado, mientras otros convocan a nuevas elección.
La historia de Bolivia se bifurca a través de la imagen de Evo Morales: una, la del luchador social que tuvo luces durante su gobierno; la otra, la de un presidente oscuro que quiso eternizarse en el poder.
En La Paz, los carteles e imágenes rotuladas de los comicios del pasado 20 de octubre, en los que se lee: “Vota MAS, VOTA X EVO”, conviven con las mantas con mensajes en aerosol que acusan: “Evo, dictador”, “Evo narco”.