Solidaridad, clave en Marruecos para recuperarse del sismo

Mientras las bajas temperaturas preocupan a los damnificados, estos preven que la ayuda tarde en llegar.

Campo de damnificados en Marruecos (AFP)
Agencia AFP
Ouirgane, Marruecos /

Casi tres meses después del sismo que golpeó el sur de Marruecos, los habitantes de un pueblo cerca de Marrakech lidian con la dureza de su día a día transformando sus precarias tiendas de campaña en espacios de solidaridad.

En la entrada de su campamento, junto a una carretera cerca de su "aduar" (pueblo en el Magreb) parcialmente destruido, unas mujeres terminan de preparar el almuerzo, otras lavan la vajilla o apartan el pan recién hecho.

El electricista de la aldea de Imzilne, situada a 60 kilómetros al sur de la turística ciudad de Marrakech, consiguió conectar el campamento a la red del municipio de Ouirgane, y el fontanero instaló agua corriente.

En esta localidad de 250 habitantes, los recursos escasos, los conocimientos y las donaciones recibidas se comparten.

Se asignan tareas por turnos para "vivir en buenas condiciones" y evitar que "alguien se quede en su rincón", explica a la AFP Taoufiq Jaidi, que coordina la vida comunitaria.

Imzilne perdió tres habitantes en el terremoto del 8 de septiembre, que dejó casi 3 mil muertos y afectó a más de 2 millones de personas en una zona remota donde la tasa de pobreza casi duplica la media nacional, según las estadísticas oficiales.

Las autoridades desbloquearon ayuda de urgencia, con un presupuesto anunciado de casi 12 mil dólares para la reconstrucción y el realojamiento de los afectados.

En Imzilne, "algunos las recibieron, otros todavía no", afirma Jaidi.

"La solidaridad es clave para nuestra supervivencia", afirma Malika Agouray, de 48 años, del equipo encargado de preparar la comida ese día.

Campo de damnificados en Marruecos (AFP)

Bajas temperaturas preocupan a damnificados

Benefactores privados o empresas públicas ofrecieron equipamiento como baños o duchas móviles, instaladas por el fontanero local, y provistas de un calentador a gas, vital de cara al invierno.

En esta región montañosa, las temperaturas mínimas oscilan alrededor de los cero grados a los mil metros de altura.

"Pensamos en esto todos los días. La última vez que llovió fue difícil de gestionar", dice Malika Abbenay entre las tiendas cubiertas de lonas de plástico de este campamento que, con las gotas de lluvia, se convierte rápidamente en un terreno enfangado.
"El frío me preocupa. Ya no duermo por la noche debido a mi reumatismo", confía Fatima Abekkhar, de 67 años.

A varios centenares de metros de Imzilne, se levantó otro campamento para los 600 habitantes del "aduar" de El Bour, donde el sismo se cobró una cuarentena de vidas y destruyó un 90% de las viviendas, según Mohamed Ladib, un militante de Ouirgane.

Según el gobierno, a mediados de noviembre casi 24 mil afectados habían recibido ayudas financieras y más de 3 mil 300 peticiones de ayuda para la reconstrucción fueron aprobadas.

En paralelo continúan las operaciones de censo de daños y de desescombro. Más de 60 mil viviendas de la zona del Alto Atlas resultaron dañadas.

De pie frente a su tienda, Omar Biddar, de 71 años, parece tener la cabeza en otro lado.

Campo de damnificados en Marruecos (AFP)

No creen recuperar sus viviendas próximamente 

"Reflexiono sobre mi situación. La vida en una tienda no es fácil y presiento que esto va a durar", dice este jubilado, que recibe ayudas mensuales del Estado y también percibió una primera contribución a la reconstrucción de algo más de mil 900 dólares.

Pero ahora espera el permiso de las autoridades locales para rehabilitar su hogar y se pregunta por qué tarda tanto.

En El Bour, algunas familias tuvieron la fortuna de ser alojadas en contenedores adaptados.

"Siempre es mejor que una tienda, pero quiero volver a mi casa", dice Kalthoum Boussaboun, de 60 años, que cría a dos de sus nietos después de la muerte de su madre en el terremoto.
Campo de damnificados en Marruecos (AFP)

En Imzilne, los habitantes se agarran a los pocos destellos de felicidad. A finales de noviembre, a pesar de los escasos medios, consiguieron celebrar una boda que había sido aplazada por el sismo.

"La vida continúa a pesar de todo. Pasamos tres meses de un intenso estrés, mi matrimonio fue un momento de alegría", dice Latifa Amzil, la joven novia de 24 años.

De repente, una mujer embarazada sale de su tienda y una vecina comenta, con una sonrisa: "¡Y pronto celebraremos un nacimiento!".

aag

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