La gran sorpresa económica de 2021 fue la fuerza de la recuperación económica. Otra fue el aumento de la inflación que acompañó esa recuperación, sobre todo en Estados Unidos. Después de la conmoción del covid-19 en 2020 y la recuperación inesperadamente fuerte y la sorpresa inflacionaria de 2021, ¿qué nos puede deparar 2022?
El pronóstico más reciente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es el de un crecimiento global de 4.5 por ciento en 2022, solo modestamente por debajo del crecimiento reforzado por la recuperación de 5.6 por ciento del año anterior. También proyecta un crecimiento de 4.3 por ciento de la eurozona en 2022, en comparación con 3.7 por ciento para EU, pero una inflación de 4.4 por ciento en Estados Unidos en, frente a 2.7 por ciento en la zona euro.
Uno puede imaginar los riesgos al alza, incluso con este escenario razonablemente atractivo.
La inflación puede desaparecer más rápido de lo proyectado, por ejemplo, si se remedia la escasez de oferta que acompañó a la recuperación. Esto permitirá a los bancos centrales persistir en la flexibilidad monetaria.
Además, otras variantes de coronavirus, además de ómicron, pueden ser menos dañinas. O un programa de vacunación mundial puede dar un respiro a pandemia. De ser así, una reapertura global más rápida apoyará una recuperación aún más fuerte y compartida, en especial en las economías de los países emergentes y en desarrollo más perjudicados.
Sin embargo, también existen riesgos a la baja, tanto económicos como no económicos. Entre los primeros se encuentra la posibilidad de que el aumento de la inflación siga sorprendiendo al alza, generando una espiral de precios y salarios a medida que los trabajadores respondan al efecto perjudicial de la alta inflación sobre los salarios reales. Esto puede desbaratar el ancla de las expectativas inflacionarias.
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Los bancos centrales se verán obligados a endurecer su política monetaria mucho más de lo que se espera. Es casi seguro que esto también generará reacciones negativas en los actuales mercados de activos espumosos, provocando una ola de quiebras.
Entre los riesgos a la baja no económicos está la aparición de variantes de covid contra las que las vacunas actuales sean ineficaces. También existen riesgos geopolíticos, entre los que destacan las tensiones entre EU, China y Rusia. Estas tensiones se han materializado con frecuencia en guerras.
Otros riesgos se ubican entre lo económico y lo no económico. Uno de ellos es el daño sustancial a las relaciones económicas mundiales si las fricciones entre China y Occidente siguen empeorando, como parece probable.
Además, existe el peligro a largo plazo de un cambio climático desestabilizador. Aunque la conciencia de la amenaza es cada vez mayor, la acción aún está muy por debajo de lo necesario para evitar cambios potencialmente catastróficos en el clima. La reciente conferencia sobre el clima COP26 que se celebró en Glasgow no fue un fracaso total, pero también estuvo lejos de ser un éxito. Si Donald Trump o alguien como él se convierte en presidente de EU, las posibilidades de abordar con éxito esta amenaza serán muy pequeñas.
La gran lección que hemos aprendido en la última década y media es lo incierta que es la economía mundial. Podemos reconocer varias fuerzas predecibles: la tendencia intrínseca al crecimiento de las economías de mercado, la continuación de los avances científicos y tecnológicos y las fuerzas demográficas de la fertilidad y el envejecimiento. Pero también hay factores de desorden imprevisibles: crisis financieras, agitaciones políticas, tensiones geopolíticas, pandemias y, en el fondo, el cambio climático.
El covid-19 nos recordó con fuerza estas incertidumbres. También vino acompañado de algunas lecciones poderosas. Entre ellas, destacan dos.
La primera es que, en el contexto de una incertidumbre tan generalizada, es vital que nuestros sistemas sean robustos, o resilientes, o un poco de ambos.
Los sistemas robustos pueden funcionar durante las crisis, mientras que los resilientes vuelven rápido a la normalidad. En general, los sistemas que suministran bienes y servicios vitales, como alimentos básicos, suministros médicos, energía o servicios financieros cotidianos, deben ser robustos. Pero los usuarios de muchos otros bienes y servicios pueden soportar algunas disrupciones. En ese caso lo que importa es la resiliencia.
La segunda lección, mucho más importante, es que la contradicción entre la especie que somos y el mundo que hemos creado es cada vez más peligrosa. Aunque somos una especie intensamente tribal, creamos un mundo global.
El covid ha sido la conmoción global por excelencia; sin embargo, resultó imposible armar una respuesta global coherente, sobre todo en el suministro de vacunas. Ese tribalismo aumentó la vulnerabilidad de todos. Del mismo modo, la geopolítica está separando al mundo, aunque esté más integrado que nunca en múltiples dimensiones, entre ellas la económica.
Esta contradicción entre lo que somos y lo que hemos construido es la dominante de nuestra época. Es posible que estas tensiones no hagan temblar los cimientos de nuestro mundo en un año determinado, pero crean riesgos de fondo que no se deben ignorar.