Durante más de un año, cada nueva cifra de inflación al parecer tomó por sorpresa a los analistas, pero en los últimos meses la sorpresa llegó por datos inferiores a lo esperado.
En Reino Unido, Estados Unidos y la eurozona, la última tasa de inflación no solo cayó, sino que se situó muy por debajo de lo que se había pronosticado. En EU, que lideró a sus pares en el episodio de alza de precios de los últimos 20 meses, el crecimiento del indicador alcanzó su máximo en junio; las tarifas de la energía a las que se enfrentan los consumidores estadunidenses bajaron de lleno desde entonces. Los costos internacionales del petróleo, el gas y las materias primas alimentarias también registran un marcado descenso desde el verano.
Si esta evolución continúa, la tan denostada etiqueta de “transitoria” volverá a ser una descripción tentadora de la inflación. La dinámica de los precios se habrá comportado tal como se podía esperar de la serie de sacudidas puntuales de los precios relativos que sufrió el mundo.
Estos fueron el enorme giro del consumidor de Estados Unidos hacia la compra de bienes, no de servicios; las disrupciones de la cadena de suministro desde Shenzhen hasta Suez; el aumento de los precios de los alimentos y de la energía a finales de 2021, en retrospectiva, vinculada al hecho de que Vladímir Putin desaceleró los flujos de gas a Europa ya entonces, y, por supuesto, la invasión de Rusia a Ucrania y un mayor uso como un arma del comercio de energía y alimentos.
Así que nos acercamos al momento en que los efectos inflacionarios compuestos de las conmociones puntuales desaparecen o se invierten. Esa será la hora de la verdad, solo entonces, y siempre que no se produzcan nuevas perturbaciones, sabremos si se han afianzado las presiones autosostenibles de los precios, que es la premisa para que los bancos centrales sigan con el endurecimiento.
La Reserva Federal de Estados Unidos ya proyecta una inflación general de apenas 3.1 por ciento y el Banco Central Europeo (BCE) de 3.6 por ciento para dentro de un año. No podemos descartar que descienda aún más rápido de lo previsto. Entonces, los bancos centrales estarán apretando las tuercas a la economía para hacer frente al problema de ayer, un año después de una grave crisis del costo de la vida y frente a una fuerte desaceleración del crecimiento del empleo y de los ingresos.
Sin embargo, la Reserva Federal y el BCE eligieron este momento para señalar una postura más dura, al decirnos la semana pasada que esperemos una “tasa terminal” más alta, es decir, el tipo de interés que pretenden alcanzar antes de dejar de aplicar el endurecimiento. Atemorizados por verse sorprendidos por una inflación más alta de la esperada, los bancos centrales cortejan el riesgo contrario, alentados por muchos economistas. Olivier Blanchard, del Peterson Institute, advirtió que la caída del indicador general es un “falso amanecer”, por lo que los bancos centrales “no pueden relajarse”.
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¿Por qué el temor a las buenas noticias? A ambos lados del Atlántico, los políticos de línea dura insisten en que la inflación “subyacente” (que excluye alimentos y energía) aún es demasiado alta; sin embargo, los consumidores se enfrentan al nivel general de precios, no al subyacente. El argumento debe ser que la caída de la inflación general no hará bajar la subyacente, aunque el aumento de la primera es lo que hizo subir la segunda.
La razón que se da para este pesimismo asimétrico es que los salarios están creciendo más rápido que en épocas normales, en especial en Estados Unidos; no obstante, los bancos centrales tienen que demostrar que también sopesaron los argumentos por los que esto no tiene por qué ser inflacionario, si no quieren que se piense que todo crecimiento salarial es malo.
Uno de ellos es que si los salarios subieron en respuesta al aumento de los precios, también deben desacelerarse a medida que disminuye la inflación general. Otro argumento es que, cuando la proporción del ingreso nacional se desplaza de los salarios a las utilidades, las empresas tienen margen para acomodar unos sueldos más altos.
El argumento más importante es que, después del covid, nos encontramos en aguas desconocidas de una profunda reestructuración del mercado laboral. En una nueva investigación de los economistas David Autor, Arindrajit Dube y Annie McGrew se muestra cómo el actual crecimiento salarial en EU, el más fuerte (y por encima de la inflación) para los que tienen los menores salarios, refleja un ritmo acelerado de cambio de empleo. La disrupción de la pandemia y las políticas de apoyo hicieron que muchas más personas encuentren nuevos empleadores que pueden pagarles un salario más alto.
Esto debe tener una enorme importancia para la política monetaria. La “inflación” salarial, que se debe a que la gente consigue empleos más productivos en empresas más productivas, sin duda no es una inflación perjudicial. Una mayor productividad debe por sí misma ser desinflacionaria para los precios; sin embargo, esta posibilidad parece estar lejos de las mentes y, desde luego, de las palabras de los banqueros centrales.
Los mercados laborales europeos pueden comportarse de forma diferente, pero las condiciones financieras que existen en EU marcan el ritmo de la economía mundial, por lo que cualquier fuerza desinflacionaria que pasa desapercibida allí pronto será relevante también en otros lugares.
Los banqueros centrales se sienten cómodos con el hecho de que se les considere como gruñones, pero desde la era del patrón oro hasta la actualidad, también han sido acusados de algo peor: de ponerse siempre del lado del capital en una batalla distributiva contra la clase trabajadora. Deben tener cuidado de darle la razón a sus críticos.