Una vez más son los pobres del mundo los que corren el riesgo de convertirse en daños colaterales. Mientras la invasión rusa se extiende por Ucrania, los más desfavorecidos de Medio Oriente, Asia Central y gran parte de África se verán atrapados en el fuego cruzado a medida que el precio de los alimentos aumente y disminuya su disponibilidad.
En 2021, casi 700 millones de personas —9 por ciento de la población mundial, casi dos tercios de ellas en el África subsahariana— vivían con menos de 1.90 dólares al día, la definición de pobreza extrema del Banco Mundial. Cualquier aumento sustancial de los precios de los alimentos puede hacer que millones de personas vuelvan a caer en esta categoría.
En un informe de Standard & Poor’s se predice que la crisis alimentaria durará hasta 2024 y es posible que más allá. Advierte que puede afectar a la estabilidad social, al crecimiento económico y a la calificación de la deuda. El Comité Internacional de Rescate (IRC, por su sigla en inglés) ya alertó al mundo de una inminente “crisis de hambre” en la que 47 millones de personas más —sobre todo en el Cuerno de África, el Sahel, Afganistán y Yemen— pueden verse empujadas a una situación de hambre extrema.
Antes de la invasión de Rusia a Ucrania los dos países estaban, por separado o en conjunto, entre los tres principales exportadores de trigo, maíz, canola y semillas y aceite de girasol. En conjunto representaban 12 por ciento de todas las calorías alimentarias comercializadas y Rusia es el mayor productor de fertilizantes. El aumento del costo de la energía afecta a todo.
En Ghana, la inflación roza 25 por ciento; en Nigeria, el banco central subió las tasas en 150 puntos base. Esta semana, Kenia subió los tipos de interés por primera vez en casi siete años.
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No hace falta ser un líder paranoico para intuir que se avecinan problemas. Muchos recuerdan los orígenes de la Primavera Árabe, que comenzó, al menos de manera simbólica, en 2010 con la autoinmolación de un vendedor de verduras tunecino. El aumento de los precios de los alimentos en 2007 y 2008 provocó disturbios en todo el mundo. Las protestas sudanesas que sacaron del poder al longevo dictador Omar al-Bashir en 2019 fueron desencadenadas por un pan de cada día inasequible.
Los líderes perciben la urgencia. Esta semana, Macky Sall, presidente de Senegal y de la Unión Africana, anunció que viajará a Moscú. Una vez allí, es posible que haga una petición al presidente ruso, Vladímir Putin, sobre las consecuencias del bloqueo ruso del puerto de Odesa en el Mar Negro, que impide la salida de 20 millones de toneladas de trigo de Ucrania. Buena suerte con eso.
La invasión de Putin, y no las sanciones, es la principal causa de este sufrimiento. Aun así, Occidente debe tomarse en serio la queja de Sall de que las sanciones a los bancos rusos dificultaron, si no es que imposibilitaron, la compra de grano y fertilizantes a Rusia.
A largo plazo, muchos países —especialmente en África, donde la población urbana aumenta más rápido— deben pensar más en la seguridad alimentaria. La Declaración de Maputo de 2003 comprometió a los jefes de Estado africanos a dedicar al menos 10 por ciento de las asignaciones presupuestarias a la agricultura.
En lugar de esforzarse por aumentar las cosechas nacionales, muchos gobiernos tratan de aplacar a la población con importación de alimentos. África es el consumidor de trigo de mayor crecimiento, aunque, fuera de unos pocos países como Kenia y Sudáfrica, se cultiva poco en el continente.
Los cultivos que se producen en el continente necesitan más atención. El uso generalizado del teff, un antiguo grano etíope, en el Cuerno de África es un buen ejemplo. Otros cultivos que pueden consumirse más son la tapioca, que se produce en África occidental y central, que puede convertirse en pan.
Además, muchos países dependen de la importación de fertilizantes. En África, Marruecos es uno de los pocos grandes productores. Los países con grandes reservas de gas, como Mozambique, Tanzania, Costa de Marfil, Senegal y Mauritania, deben desarrollar de forma prioritaria una industria nacional de fertilizantes.
En Nigeria, el empresario Aliko Dangote abrió una planta de fertilizantes en las afueras de Lagos con capacidad para producir 3 millones de toneladas de urea al año, lo que la convierte en una de las más grandes del mundo. Según declaró a CNN, su fertilizante se envía a EU, Brasil, México e India, con lo que se obtienen valiosas divisas; el fertilizante también debe ser la base de una campaña para más cosechas.
Los gobiernos tienen razón al preocuparse por sus poblaciones hambrientas. La solución es prestar atención a sus agricultores.