COP: lo bueno, lo malo y lo feo del pacto final

Según el consenso, hubo un resultado respetable, pero un fracaso colosal frente a la crisis climática

Las protestas de la organización PETA alcanzaron la cumbre climática efectuada en Egipto. EFE
Simon Mundy y Patrick Temple-West
Londres /

Y así, después de dos semanas cada vez más frenéticas, la COP27 llegó a su final durante la madrugada del domingo, con un acuerdo difícil de alcanzar que animó a algunos, decepcionó a otros y no logró satisfacer a nadie.

He reflexionado sobre el festival de cabildeo y creación de marcas que surgió en torno a estas negociaciones intergubernamentales. Deambulando por la zona azul, que es el eje central de todas las cumbres climáticas, me encontré con todo tipo de cosas, desde una persona con un traje de oso polar que daba abrazos para promover la energía nuclear, hasta una gran instalación de la compañía canadiense de informática CGI que ofrecía a los delegados el inspirador mensaje: “Nuestro mundo está cambiando, bienvenidos al metaverso”.

¿Es hora de replantear las cosas? Una opción, que sugirió el activista ghanés Joshua Amponsem, puede ser separar “el parque de diversiones” de las negociaciones: celebrar un debate público sobre el clima y un evento para establecer redes de contactos un par de semanas antes de que comiencen las conversaciones de la COP. Esto permitirá a un amplio abanico de partes interesadas ayudar a enmarcar el contexto de las negociaciones sin distraerlas.

Suponiendo que este cambio no se produzca a tiempo para la COP28, podemos al menos reconsiderar el actual modelo de “pagar para participar”, que privilegia las voces de países y empresas ricos sobre naciones de bajos ingresos.

Vastas extensiones de la zona azul se destinaron a “pabellones” de marca donde los países, las compañías y los grandes grupos sin fines de lucro impulsaron sus respectivas agendas. Organizados por Global Conference Management, de Egipto, y GL Events, de Francia, los pabellones no eran baratos. Una organización, cuyo pabellón era el más pequeño, me dijo que le costó alrededor de 200 mil dólares.

Así que solo puedo imaginar cuánto pagó Arabia Saudita, el mayor exportador de petróleo del mundo, por su espacio, el pabellón nacional más grande, con poco más de mil metros cuadrados. Otros grandes productores de combustibles fósiles también fueron a lo grande: Emiratos Árabes Unidos tuvo una superficie de mil metros cuadrados, mientras que Qatar, líder en gas natural licuado, dispuso de 416 metros cuadrados para promover los intereses de sus 2.9 millones de ciudadanos. CGI obtuvo 240 metros para celebrar el metaverso.

Por su parte, Pakistán y Bangladesh, dos países muy expuestos a los efectos del clima, con 390 millones de habitantes entre los dos, tuvieron una superficie de 100 metros cuadrados cada uno. Malawi obtuvo 9 metros, lo mismo que el pabellón de la Universidad de Plymouth, ubicado al lado. Otros países vulnerables a los impactos climáticos, desde Afganistán a Nepal o Bolivia, no tuvieron ningún pabellón.

¿Es lo mejor que podemos hacer? Una opción alternativa, que me comentó el defensor del clima de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Nigel Topping, es prescindir totalmente de los pabellones nacionales. A cada país se le podría asignar un puesto de tamaño modesto (y equitativo), y los espacios más grandes se convertirían en lugares de debate compartidos y organizados por temas. Me parece una buena idea.

El texto de clausura

Según los estándares de los acuerdos de la COP, que requieren un consenso unánime entre casi 200 países, fue un resultado respetable; sin embargo, en el contexto de la creciente tragedia de la crisis climática, fue un fracaso colosal.

Primero los aspectos positivos, empezando con el financiamiento de las pérdidas y los daños. Yo era un niño pequeño cuando, en 1991, un grupo de pequeños estados insulares empezó a presionar para que se celebraran conversaciones formales sobre cómo los países ricos y con grandes emisiones ayudarían a los más pobres y vulnerables a cubrir el costo de los efectos de los desastres climáticos.

Conseguir que se incluyera en la agenda de la COP de este año, por primera vez, fue un gran logro después de tres décadas de esfuerzos, y conseguimos algo más que palabras vacías. Los países acordaron ahora que debe establecerse un fondo específico y que debe hacerse antes de que comience la COP28 el próximo año. Quedan por decidir casi todos los detalles; no está claro cuánto dinero se destinará al fondo ni quién lo hará, pero la ministra del clima de Pakistán, Sherry Rehman, tiene razón al calificarla de “inversión en justicia climática”.

También hubo avances positivos en torno al financiamiento mixto. Está claro que hay una enorme necesidad de medidas más proactivas por parte de los bancos multilaterales de desarrollo, en especial el Banco Mundial, para impulsar los flujos de capital para la mitigación y adaptación al cambio climático. A medida que aumenta la preocupación por este tema, el banco a menudo ha adoptado un enfoque a la defensiva, insistiendo en que ya lo está haciendo bien. El texto de clausura de la COP27, acordado por unanimidad, aumentará de manera significativa la presión sobre el Banco Mundial y otros organismo multilaterales de desarrollo, pidiéndoles que “reformen sus prácticas y prioridades” y “definan una nueva visión… que se ajuste para hacer frente de forma adecuada a la emergencia climática mundial”.

El texto de clausura del encuentro tenía poco que decir de forma explícita sobre el papel de las empresas del sector privado, pero acogió con satisfacción un informe de la ONU sobre los compromisos netos de los actores que no son Estados, publicado durante la cumbre, que (como escribimos) establece un nuevo y poderoso punto de referencia para los planes climáticos de las empresas.

Así pues, se lograron algunos avances importantes; sin embargo, hay muchos motivos para una profunda decepción, sobre todo el extraño y tóxico recelo sobre las referencias explícitas a los combustibles fósiles.

El texto de portada de la COP26 del año pasado fue, increíblemente, el primero en incluir este tipo de referencias, cuando pedía una “reducción gradual de la energía alimentada por carbón no disminuida y la eliminación gradual de los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles”. Eso fue todo. La energía de carbón “disminuida” (con captura de carbono) y los subsidios a los combustibles fósiles eficientes (sea lo que sea que esto signifique) pasaron sin ser mencionadas, junto con todas las formas de gas y petróleo.

Algunos esperaban que el texto de la cumbre climática fuera un precursor de un lenguaje más duro este año. India propuso que el informe de portada del encuentro en Egipto exigiera la reducción progresiva de todos los combustibles fósiles, no solo del carbón, una sugerencia que obtuvo el apoyo público de más de 80 países; sin embargo, la idea fue rechazada, y algunos participantes y analistas achacaron a la resistencia de Arabia Saudita y otros grandes productores de combustibles fósiles, y a su estrecha relación con la presidencia egipcia de la COP27.

Esto no augura nada bueno para la COP del próximo año, que se celebrará en Emiratos Árabes Unidos, una economía con una fuerte dependencia de los combustibles fósiles y un aliado cercano de Arabia Saudita; no obstante, el acuerdo de este año sobre las pérdidas y los daños —que algunos observadores veían muy poco probable antes de la cumbre— demostró que un impulso concertado para lograr una mayor ambición todavía puede dar sus frutos.

Para los que trabajan por una transición energética acelerada —y para quienes intentan desacelerarla— los preparativos de la COP28 comenzaron ayer.

Normas de inversión

Han sido dos semanas agotadoras en Sharm el-Sheikh, pero mientras los funcionarios de los gobiernos se dedicaban a definir los objetivos sobre las emisiones, el esfuerzo mundial por redactar normas para la inversión ambiental, social y de gobernanza (ESG, por su sigla en inglés) continuó lejos del foco de la atención.

El viernes pasado, la Autoridad Europea de Valores y Mercados (ESMA, por su sigla en inglés) propuso regular la forma en que los fondos utilizan “ESG”, “sustentable” y otros términos ecológicos en el nombre de un producto de inversión. Los fondos que utilicen “ESG” en el nombre tendrán que demostrar a al organismo reguladores que al menos 80 por ciento del fondo se centra en dichos criterios.

“El objetivo es garantizar que los inversionistas estén protegidos frente a afirmaciones de sustentabilidad infundadas o exageradas”, señaló la presidenta de la ESMA, Verena Ross.

El umbral de 80 por ciento se ajusta a la norma de la Comisión de Bolsa y Valores  de Estados Unidos (SEC, por su sigla en inglés) para los nombres de los fondos. A principios de este año, el organismo propuso su propia normativa para frenar los nombres de los fondos. Aunque no se centraba de manera específica en los fondos de sustentabilidad, la SEC indicó que los nombres de fondos sustentables y ecológicos necesitan un mayor escrutinio.

El sector de los fondos de inversión se opuso a los cambios en las reglas de la SEC sobre los nombres, bajo el argumento de que afectará a los administradores de activos con un aumento de los costos, pero ahora que la ESMA lanzó su propio esfuerzo regulatorio, ¿los fondos de inversión tendrán la capacidad de luchar contra las normas? 

Lectura interesante

Simon Stiell, director de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que organiza la cumbre anual sobre el clima de la COP, declaró a Camilla Hodgson, de Financial Times, que estudiará “áreas de mejora” para el evento del próximo año. Cuando se le preguntó por la fuerte presencia de la industria de los combustibles fósiles en la COP27, dijo: “No se les puede ignorar,la cuestión es cómo se les involucra y dónde encajan dentro del proceso”.


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