¿Cuánto durará el daño de Truss a las firmas británicas?

Opinión. La confianza de las empresas nacionales se deterioró todavía más en las últimas semanas por la inestabilidad política

La primera ministra anunció su dimisión tras solo seis semanas en el cargo. Stefan Rousseau/AP
Cat Rutter Pooley
Londres /

Un libro de jugadas para la mala administración de negocios puede ser algo como esto: un nuevo director ejecutivo llega, presenta una estrategia tan evidentemente desastrosa que provoca un éxodo inmediato de inversionistas y luego despide al director financiero.

Hasta ayer eso era lo que describía el gobierno de Reino Unido bajo el mandato de la primera ministra Liz Truss.

A veces los jefes aguantan lo suficiente como para que la macroeconomía los rescate a ellos y a los resultados de su empresa. La renuncia de Truss significa que no tiene ninguna posibilidad de tal rehabilitación. La pregunta es qué tan duradero será el daño a las empresas y a la economía de Reino Unido después de sus ocho semanas en el cargo.

Ya hay señales de que la confianza de los inversionistas internacionales mejoró desde las profundidades a las que llegó después del “minipresupuesto” del 23 de septiembre. Los rendimientos de los bonos del gobierno empezaron a caer y la libra a subir desde que el moderado conservador Jeremy Hunt asumió el cargo como ministro de Hacienda la semana pasada. El Banco de Inglaterra logró restablecer parte de su credibilidad gracias a la percepción de que la responsabilidad monetaria se enfrentó a la imprudencia fiscal y ganó.

Sin embargo, el gobierno de Truss pretendía ser uno descaradamente a favor de las empresas, al menos al principio. Aunque el evento fiscal del ex canciller Kwasi Kwarteng carecía de detalles, el tono era claro: este era un gobierno que iba a por el crecimiento con la City de Londres como motor. Si la supresión del tope de los bonos a los banqueros fue simbólica, el hecho de que el Tesoro, bajo la dirección de Hunt, se negara a descartar una tasa de impuestos más alta para los bancos británicos el próximo abril podrá interpretarse como una señal de hasta qué punto se movieron las arenas.

La confianza de las empresas nacionales, ya de por sí inestable, al parecer se deterioró aún más en las últimas semanas.

Las cifras de la Federación de Pequeñas Empresas mostraron esta semana que la confianza está en su nivel más bajo fuera de los confinamientos. Un informe de la consultora Begbies Traynor apunta a un aumento de lo que denominan “angustia corporativa crítica”. La inestabilidad política, incluso más que la inflación, es ahora lo que hace caer la confianza, de acuerdo con los miembros del Instituto de Directores, que suele representar a las pequeñas y medianas empresas. Kitty Ussher, economista jefe del Instituto de Directores, subraya la correlación entre la confianza económica de los jefes y sus intenciones de inversión.

A pesar de esto, es posible exagerar el grado de impacto del ruido político en los planes de inversión de las empresas. Como dice Paul Drechsler, presidente de la Cámara de Comercio Internacional de Reino Unido, “las empresas van de un lado al otro, invierten donde ven oportunidades”.

Hay un debate sobre hasta qué punto algunas de las políticas de crecimiento emblemáticas del gobierno de Truss —zonas de inversión o la reducción del impuesto corporativo— habrían impulsado la economía y la inversión empresarial en cualquier caso.

La libra todavía se encuentra débil, lo que proporcionará un cierto apoyo a la inversión interna. También lo harán los atractivos fundamentales de la economía británica: un gran mercado de consumo, un creciente sector de energías renovables y una industria de ciencias de la vida competitiva a escala mundial, por ejemplo, junto con los servicios financieros y profesionales.

Algunas de las cosas aburridas que acaban marcando una diferencia estructural también siguen adelante: en particular, para la City de Londres, el proyecto de Ley de Servicios y Mercados Finales, que se abre paso en el Parlamento después de una amplia consulta con el sector.

La inquietud —cada vez mayor y más vocal entre las altas esferas de la comunidad empresarial de Reino Unido— se refiere solo en parte al plan real de crecimiento de los partidos políticos. Esto debe quedar claro por el hecho de que muchos grupos de la industria acogieron al principio el “minipresupuesto” para las empresas. Una vez que se restablezca la previsibilidad, existe la posibilidad de que tanto la confianza como la inversión se recuperen rápido, como ocurrió después de que Boris Johnson consiguió un acuerdo sobre el brexit en 2019, con tantos defectos como resultó tener.

La salida de Johnson demostró que el cambio de un líder no siempre cambia la suerte. Credit Suisse es un ejemplo similar en el ámbito corporativo: un carrusel de cambios en su equipo directivo en los últimos años sigue sin impedir que se tambalee entre las crisis.

EY, una de las firmas de las cuatro grandes, tiene algo que llama la “regla de las tres advertencias” para las empresas. Su análisis demostró antes que una de cada cinco compañías públicas que emitió tres advertencias de utilidades en el espacio de un año dejó de cotizar en bolsa 12 meses después, en su mayoría por insolvencia. Es difícil calcular el equivalente político, pero, por el bien de Reino Unido, el gobierno debe apartarse del modelo de empresa en quiebra.

Financial Times Limited. Declaimer 2021


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