El país está regresando a una vida más normal, pero no lo será tanto. Liz Truss se encargará de eso.
El viernes, Kwasi Kwarteng, ministro de Hacienda, acompañará su paquete energético de emergencia con un minipresupuesto. Se espera que este último revierta el aumento de las contribuciones a la seguridad social y detenga el incremento previsto del impuesto corporativo. También fijará un objetivo de crecimiento anual de 2.5 por ciento. ¿Debemos tomarlo en serio? No y sí. No porque la idea de que el gobierno de una economía de mercado pueda cumplir un objetivo de crecimiento es ridícula. Sí porque guiará la política. La pregunta es si la encaminará para bien o para mal. Yo apuesto por lo segundo.
Ni Hayek ni Friedman habrían considerado sensato un objetivo de crecimiento. Eso es planeación. Hayek insistiría, con razón, en que no tenemos ni los conocimientos ni las herramientas para conseguirlo. En Britannia Unchained, publicado en 2012 (dos de cuyos autores son Kwarteng y Truss), se proponía a Brasil como modelo. Diez años después eso parece una tontería.
Un objetivo de crecimiento no solo es inviable, sino un peligro. Supongamos que Kwarteng dice al Tesoro y a la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria que deben asumir este objetivo en sus pronósticos (si es que se les permite hacer alguno). Si se equivoca, el deterioro de las finanzas públicas puede generar una crisis de confianza, como ocurrió en la década de 1970. Parece descartar tales preocupaciones como mero “gerencialismo” (profesionalización de la administración).
Así que dejemos de lado el objetivo y consideremos la política. Truss dice que “el debate económico de los últimos 20 años ha estado dominado por las discusiones sobre la distribución”. Sin embargo, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Reino Unido tiene, después de Estados Unidos, la mayor desigualdad en la distribución de los ingresos disponibles de los hogares de todos los países ricos. Las políticas de austeridad de George Osborne después de la crisis tampoco se preocuparon en absoluto por la “distribución”. Su visión del debate del pasado en Reino Unido es una cortina de humo.
En su lugar, tenemos que reconocer que 40 años después, el thatcherismo es una idea zombi (ideas que obstaculizan el cambio, la innovación y la efectividad de las políticas públicas) por dos razones opuestas, tanto lo que se logró como lo que no.
Thatcher liberalizó los mercados laborales, frenó los sindicatos, privatizó las industrias nacionalizadas y redujo las tasas impositivas máximas. Sus políticas (que incluían la promoción de la Unión Europea), así como las de los gobiernos posteriores, también reforzaron la competencia en los mercados de productos. El Reino Unido de la actualidad es un país de bajos impuestos en comparación con otras economías de altos ingresos. Tiene una economía desregulada en la que los que tienen éxito son bien recompensados, pero a los que no les va tan bien son penalizados. Estos objetivos thatcherianos son ahora una realidad.
Entonces, ¿qué es lo que Thatcher y los que le siguieron no consiguieron? No liberalizaron la mayor distorsión de la economía, que es el uso de la tierra. No transformaron las habilidades de la población, algo que se hizo más difícil por las condiciones en las que crecen muchos niños. No abordaron los defectos de la gobernanza corporativa, que predisponen el gasto contra la inversión. Permitieron que la búsqueda de seguridad en las pensiones corporativas desplazara las carteras de la oferta de capital de riesgo a las empresas hacia la propiedad de los bonos del gobierno. De hecho, esto convirtió los planes en programas de pago sobre la marcha respaldados por el Estado.
Los resultados económicos no se transformaron de forma duradera para algo mejor. En 2019 la producción por hora trabajada en Reino Unido era casi la misma, en relación con la de Francia y Alemania, que en 1979. Sobre todo, la productividad se estancó desde la crisis financiera. La inversión es la más baja como proporción del producto interno bruto (PIB) de todos los grandes países de altos ingresos. La inversión empresarial se mantiene por debajo de su máximo en términos reales desde el brexit. La anterior implosión del sector financiero bajo una “regulación ligera” no ayudó. La incertidumbre por sí sola es mala para la confianza y para la inversión.
La idea de que más recortes de impuestos y desregulación (como que se levante el tope de los bonos de los banqueros) transformarán este desempeño es una fantasía. Lo que es sencillo ya se ha hizo. Lo que queda es difícil de hacer. Por ejemplo: mayor inversión requiere más ahorro. ¿De dónde van a salir? También están las complejidades vinculadas al cambio climático y a la energía.
Truss también sugiere la posibilidad de romper con la Unión Europea por el protocolo de Irlanda del Norte, lo que también supone una ruptura con EU. Esto minará la confianza en la probidad de Reino Unido, elevará la incertidumbre, demostrará que el brexit aún no está hecho y sugerirá que el gobierno no puede vivir con las decisiones que tomó en su propia política emblemática. Por si fuera poco, Truss quiere romper también con China. Su Reino Unido parece decidido a no tener amigos.
Además, los conservadores ganaron su mayoría bajo el gobierno de Boris Johnson gracias a que se logró el brexit, el fortalecimiento del Servicio Nacional de Salud y la “nivelación al alza” de las zonas más pobres. Al hacerlo, crearon una nueva coalición de partidarios tradicionales con antiguos votantes laboristas. En la actualidad, el brexit aún no se termina, el sistema de salud está en crisis y la nivelación al alza parece ir camino del olvido. Solo 81 mil miembros del partido conservador eligieron como primer ministro a alguien que ni siquiera era la primera opción de sus miembros del parlamento elegidos.
La confianza es fácil de destruir, pero es muy difícil de recuperar. Por eso es importante cumplir con tu palabra. Britannia no está “desencadenada”. En su lugar, navega por aguas peligrosas. ¿El nuevo capitán y el primer oficial pueden ver los escollos que se avecinan?
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