Incluso el martes, día en que el museo está cerrado a los visitantes, el gran patio del Palacio del Louvre, en el centro de París, está repleto de turistas que se toman selfies frente a las pirámides de cristal de Ieoh Ming Pei. Pero Café Marly, una brasserie francesa discretamente escondida en la planta baja del ala Richelieu del Louvre, está abierta todos los días y es aquí donde Laurence des Cars, la historiadora del arte de 56 años, eligió reunirse conmigo.
El Marly funciona como una especie de restaurante de oficina para el personal del Louvre y les ofrece un menú a precio reducido. Des Cars llega puntual y tiene mucho que decir sobre su visión del papel del museo en la sociedad, que incluye la restitución y la necesidad de devolver sin vacilar las obras de arte robadas por los nazis o las que fueron introducidas de contrabando al museo.
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Fue una elección sorpresa de Emmanuel Macron en 2021 para ser “presidenta y directora” del Louvre porque se esperaba que su predecesor, Jean-Luc Martinez, ganara un tercer periodo, aunque ahora está siendo investigado en Francia en un caso de presunto tráfico de antigüedades (él niega las acusaciones) para el Louvre Abu Dhabi.
Laurence des Cars no ha decepcionado. Ya emprendió grandes cambios en el Louvre y tiene planes para más. Algunos son prácticos, como el proyecto de una nueva entrada para aliviar las grandes filas en la entrada principal de los casi 8 millones de visitantes que acuden cada año. Mientras tanto, impuso discretamente un límite de 30 mil visitantes al día. “De hecho, es una decisión que tomé hace un año, pero la hice pública a principios de 2023 porque queríamos probar la propuesta durante el verano, cuando tenemos muchos visitantes”, dice.
tros cambios reflejan sus ideas sobre lo que quiere que sea el museo en el siglo XXI. Intenta atraer a más locales a un lugar con una reputación anticuada (la mayoría de los visitantes son turistas extranjeros), acoger más eventos musicales (es aficionada a la ópera) y ya puso en marcha un nuevo y noveno departamento de arte bizantino y cristiano oriental que inaugurará en 2025, llenando un vacío en la cobertura del museo y complementando el departamento de arte islámico, que tiene 11 años.
“El Louvre debería hablarle a todo el mundo”, dice. “Debería hablar con los niños que vienen de los suburbios. Debería dirigirse a los japoneses que vuelven a París para disfrutar de las vacaciones, al público estadunidense. Debería hablarle a todos, porque es para que todos disfruten”.
Mi primera pregunta se refiere a la abrumadora tarea de dirigir su nuevo imperio: tan solo el palacio tiene 403 salas, 3 kilómetros de fachada y alrededor de 2 mil 300 empleados, y el Louvre también supervisa los jardines delas Tullerías que descienden hasta la plaza de la Concordia, así como el museo Delacroix, una sucursal del Louvre en Lens, al norte de Francia, y otra lucrativa sucursal en Abu Dhabi, que Des Cars ayudó a establecer.
Se resiste a pronunciar la palabra “imperio”, pero admite que nunca esperó dirigir la institución en el corazón del mundo del arte de Francia cuando era una joven historiadora del arte especializada en el siglo XIX.
Cada uno elige platos seguros y confiables —entradas de nems vietnamitas (rollitos primavera) para ella, y ejotes con champiñones para mí, a lo que le sigue salmón a la parrilla en ambos como plato principal— y accedí sin protestar demasiado a su decisión de no tomar vino durante el almuerzo.
Ella dice
“Tenemosobjetos que datan de hace 9 mil años. Y tenemos una profundidad fantástica… es la posibilidad de abrir las mentes y los
corazones a la diversidad y la belleza del mundo, a la diversidad de la historia"
Le pregunto si el Louvre, que se convirtió en museo en 1793, es el más antiguo y el más grande del país. “Se puede debatir, pero sin duda es el que realmente inició la creación de museos en el siglo XIX”, dice. “Se inauguró durante la revolución, lo que marca el tono de su conexión con la historia de Francia. Fue residencia real durante muchos siglos, y luego cambió cuando Luis XIV se fue a Versalles... después, durante la revolución, se transformó en un museo que da acceso público a la antigua colección real”.
Laurence des Cars es considerada como la persona más adecuada para modernizar lo que ofrece el Louvre al público. “Tenemos objetos que datan de hace 9 mil años. Y tenemos una profundidad fantástica... es la posibilidad de abrir las mentes y los corazones a la diversidad y la belleza del mundo, a la diversidad de la historia”.
De orígenes aristocráticos, a diferencia de su predecesor Martinez, que era hijo de una conserje y de un cartero, Des Cars decidió no estudiar cine sino historia del arte en la Sorbona y la École du Louvre.
“Mi padre era periodista e historiador, interesado por el siglo XIX. Así que ya ves, esto es un psicoanálisis serio”, bromea. “Vivía y sigo viviendo en París, en un distrito construido por Haussmann. Si no hubiera ido a los castillos de Luis II de Baviera cuando tenía ocho años, tal vez algunas cosas habrían sido diferentes”.
Antes de irnos y pagar la cuenta —que, por suerte, es la mitad de lo que costaría a la carta sin el menú especial para el personal— le pregunto por uno de los temas más controvertidos para los museos del mundo en la actualidad: la restitución.
En última instancia, la decisión de devolver una obra de arte corresponde al propietario —en este caso, el Estado francés— y no al museo que la alberga, pero Des Cars dice que no hay discusión sobre la necesidad de devolver cuadros robados, incluido el Gustav Klimt que ella aceptó devolver del Museo de Orsay a los herederos de una mujer judía que lo perdió en Austria a manos de los nazis y murió en el Holocausto.
Lo mismo puede decirse de las antigüedades que resultan ser producto del tráfico, aunque no pueda comentar el caso de Abu Dhabi porque el Louvre se sumó como una de las partes perjudicadas. Y, pregunto, ¿el Louvre está bajo la presión de devolver las estatuas clásicas que Napoleón sustrajo de Italia, como hace el Museo Británico con los Mármoles del Partenón que se sustrajeron de Grecia? “No, no, porque Napoleón se arregló con tratados al final del imperio en 1815”.
“Esto es lo que debemos hacer. Son adquisiciones importantes, son restituciones importantes.… entiendo y respeto perfectamente la indignación, la frustración. Francia tiene un pasado colonial y debemos reconocerlo. Tenemos que enfrentar todos los puntos oscuros de nuestra historia”, dice.
Eso me lleva a regresar al día siguiente al Louvre para ver sus colecciones de África y las islas del Pacífico. Son menos populares entre la multitud que la “Mona Lisa”, la “Venus de Milo” o la gran galería de 450 metros de largo de pinturas españolas e italianas, pero me recuerdan su insistencia en el mensaje universal de los museos.
En tiempos revueltos, Laurence des Cars quiere que el arte africano se vea en Nueva York, Estocolmo, Tokio o París, y que igualmente los impresionistas franceses se vean en el extranjero “porque es maravilloso poder descubrir las civilizaciones, las culturas, y abrir la mente de la gente también a la diversidad de la historia”.
Está orgullosa de haber comprado las primeras obras de arte africano para el Louvre de Abu Dhabi y de que la Torá judía de Yemen se exponga allí junto a textos coránicos y cristianos. “Creo que es muy importante porque dice algo sobre la tolerancia, sobre el reconocimiento”, dice antes de despedirnos.
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