Lecciones sobre el primer trabajo formal de mi hijo

Opinión. Los ricos no pueden consumir lo suficiente para crear las plazas necesarias que vuelvan sostenible el mercado laboral

Los migrantes mantienen en marcha la economía de servicios de Estados Unidos, sobre todo en verano. SHUTTERSTOCK
Rana Foroohar
Londres /

Hace poco pasé unos días en Nantucket y Martha’s Vineyard, con grandes descuentos gracias a Dios, por cortesía de mi hijo de 16 años, que tiene su primer trabajo formal de verano en un par de hoteles boutique de las islas (no contamos los dos últimos veranos colocando ventanas y puertas en las propiedades de alquiler de su tío, en parte porque todo el mundo se grita). Pude verlo en acción, pero también observé varias cosas importantes sobre la economía de Estados Unidos.

Lección número uno: los migrantes mantienen en marcha la economía de servicios de Estados Unidos, sobre todo en verano. Hace tiempo que me di cuenta de que muchos de los complejos turísticos de playa que existen en la Costa Este dependen de la mano de obra temporal de europeos con visas de estudiante, o de trabajadores estacionales del Caribe. Esta vez, mi hijo era literalmente uno de los dos empleados estadunidenses (de alrededor de 80 personas) aparte de los gerentes. A finales de marzo, el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos (Uscis, por su sigla en inglés) anunció la disponibilidad de 16 mil 500 visas H-2B más, que se utilizan para trabajadores estacionales no agrícolas, porque eran tantas las empresas que lo solicitaban que no podían seguir adelante sin ellos.

Esto me deja perpleja, ya que se trata de un trabajo de nueve a cinco que paga 18 dólares la hora más un buen alojamiento en un lugar de vacaciones de primer nivel. Es más, pudo conseguir un segundo o incluso un tercer empleo como socorrista o mesero en uno de los restaurantes que sirven rollitos de langosta a 50 dólares. En esos lugares se puede ganar una cantidad considerable en propinas. Jóvenes subempleados que lean esto a través del programa de suscripción escolar gratuita de Financial Times: vayan a un hotel de lujo en verano y van a tener mucho éxito.

Pero esto nos lleva a la segunda lección, o tal vez pregunta: ¿no hay adolescentes estadunidenses trabajando en estos empleos porque el mercado laboral está muy restringido en otros lugares? ¿O porque están haciendo otras cosas? La tasa mensual de desempleo juvenil en Estados Unidos está en declive desde hace tiempo, y en abril cayó a 6.5 por ciento, la más baja desde 1953. Pero en junio volvió a subir a 7.5 por ciento. Así que me parece que los chicos están haciendo otra cosa al margen de trabajar. De hecho, muchos de los que conocemos están de vacaciones en el extranjero o haciendo prácticas enriquecedoras (léase no remuneradas) que amortiguan las solicitudes universitarias. Eso está bien, pero me lleva a la tercera lección.

La desigualdad distorsiona la economía estadunidense de formas que aún no hemos llegado a controlar. Conocemos las implicaciones políticas e incluso educativas de esta condición, pero lo que me fascina son las implicaciones en la valoración de los activos y los niveles de deuda. Permítanme explicarlo. En lugares como Nantucket, o Jackson Hole, o cualquier otro lugar donde viven o se van de vacaciones los ultrarricos, cuando hay una venta de terrenos (y ya ha habido 500 millones de dólares en ventas en Nantucket, una isla diminuta, en lo que va de año) la comunidad se lleva un porcentaje de las ventas para recomprar terrenos y ponerlos en reserva, lo que significa que no se pueden vender.

A primera vista parece una buena práctica de conservación, pero lo que también hace es mantener el valor del suelo y de la propiedad en esos lugares —donde casualmente viven los ricos— muy, muy alto. También crea lo que a mí me gusta llamar el “fenómeno Aspen”, en el que uno no puede darse el lujo de vivir donde trabaja (la única razón por la que mi hijo puede hacerlo es que el hotel para el que trabaja es el propietario de los dormitorios en los que vive). Esto está ocurriendo en muchos lugares, y se analiza más a fondo en el libro Billionaire Wilderness, de Justin Farrell.

Los asombrosos niveles de desigualdad que se observan en lugares como Nantucket, Martha’s Vineyard, Jackson Hole, Aspen o cualquier otro lugar de este tipo son solo la punta de un iceberg macroeconómico mucho mayor. Como explicaba hace unos días el fabuloso Michel Pettis en Financial Times: los niveles de deuda nacional de Estados Unidos seguirán aumentando a menos que podamos repartir la riqueza de manera más amplia, porque por mucho que puedan consumir los ricos, no pueden consumir lo suficiente para compensar una clase media que se está reduciendo, ni crear suficientes puestos de trabajo para hacer sostenible el mercado laboral.

Lecturas recomendadas

- The Economists escribe que la tecnología está tardando más en propagarse por las economías que en el pasado. Esto tiene grandes implicaciones para el empleo y la inflación.

- Me parece muy interesante que el ascenso de fármacos como el Ozempic, un medicamento para la diabetes que se utiliza para perder peso, pueda acabar trastornando los modelos de negocio de cualquiera que se gane la vida intentando que la gente pierda peso. Vean este interesante análisis de Bloomberg Business Week sobre las dificultades de la empresa Weight Watchers.

- Y en Financial Times, no se pierdan a Gillian Tett con un texto sobre la huída de los blancos de las escuelas preparatorias de Estados Unidos, y a John Gapper, con un artículo sobre la economía de Taylor Swift

Sus comentarios

Y ahora unas palabras de nuestros lectores.

En respuesta a: “El mérito es muy subjetivo. Se parece mucho al arte. Puede ser fácil detectar el arte malo, pero mucho, mucho más difícil decir que una obra de arte, digamos un Picasso, tiene más mérito que otra, digamos un El Greco. Los mejores museos tienen una gran variedad”. David.
Financial Times Limited. Declaimer 2021


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