Las universidades tradicionalmente actúan como amortiguadores de las crisis económicas en Estados Unidos. Cuando la economía se estanca —o está a punto de hacerlo— la demanda de educación superior aumenta. Los trabajadores adultos vuelven a estudiar para mejorar sus perspectivas de empleo. Los jóvenes permanecen en clase con la esperanza de que su graduación coincida con un nuevo crecimiento económico.
Las recesiones anteriores así lo sugieren. Durante la Gran Recesión, el número de estudiantes matriculados en las universidades aumentó en 2.9 millones, o casi 16 por ciento. Pasó de 18.7 millones de estudiantes en otoño de 2007 a un máximo de 21.6 millones en otoño de 2010, según el Centro Nacional de Estadísticas Educativas (NCES, por su sigla en inglés).
Mientras se habla de otra recesión, la persona no especialista puede suponer que nos espera otro auge de admisiones, pero no hay que apostar por eso.
Las matrículas universitarias se encuentran en constante retroceso desde 2010. Cayeron en picada durante la pandemia. Entre el otoño de 2019 y el de 2021, casi un millón de estudiantes menos se matricularon en las universidades, de acuerdo con los datos proporcionados por el National Student Clearinghouse Research Center.
Parte del descenso se puede achacar a la emergencia sanitaria. Los estudiantes optaron por posponer sus estudios a medida que las clases migraban a impartirse en línea, pero el hecho de que no se produzca un repunte en la matriculación ni siquiera después de que se levantaran las restricciones por el covid-19 sugiere un cambio fundamental en las actitudes hacia el valor de un título universitario.
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Y con justa razón. El costo de la educación universitaria se disparó de manera exponencial desde 2010. Y con esto, también subió el nivel de la deuda estudiantil.
De hecho, más de 43 millones de solicitantes de préstamos deben de manera colectiva alrededor de 1.6 billones de dólares en créditos estudiantiles federales. Si sumamos los apoyos privados, la deuda total de los estudiantes llegaba a una suma total de 1.76 billones de dólares a finales de marzo de este año. Esto supone más del doble de los 760 mil millones de dólares registrados en 2010. Mientras tanto, la deuda promedio de los préstamos federales se duplicó hasta superar 36 mil dólares desde 2007.
El problema ya se convirtió en un tema político candente de cara a las elecciones de mitad de mandato que se celebrarán en noviembre. La administración de Joe Biden está considerando alguna forma de condonación de los préstamos estudiantiles.
Los altos niveles de deuda estudiantil afectan a la capacidad del deudor para acumular riqueza, lo que se traduce en una prima de riqueza universitaria decreciente. De hecho, la prima de ingresos entre los graduados universitarios y los de preparatoria se ha ido reduciendo poco a poco desde 2013.
La caída de la matriculación universitaria no es necesariamente algo malo. El incremento de los préstamos estudiantiles subsidiados por el gobierno le ha permitido a las universidades encarecer la educación superior. Esto ya no es sostenible. Hace mucho tiempo que la educación superior necesita una reorganización.