Las universidades británicas se enfrentan a una nueva oleada de huelgas por las pensiones. Así lo indican los informes que advierten que los estudiantes que acaban de regresar a la universidad pueden enfrentarse a más perturbaciones por parte de los académicos en huelga. Es fácil condenarlos, pero yo no lo hago. Son las víctimas de una toma de decisiones indebidamente adversa al riesgo en el Universities Superannuation Scheme (USS), bajo la influencia de una regulación mal concebida.
El USS es un gran esquema financiado, con 476 mil miembros y 82 mil 200 millones de libras en activos. Además, las universidades son instituciones más o menos inmortales. Si no pueden pagar las prestaciones prometidas en su esquema, nadie puede hacerlo, aparte quizá del gobierno.
Dada la imposibilidad de una seguridad total, ¿hasta qué punto querrá una persona prudente que esas promesas a largo plazo fueran “seguras”? Dos artículos recientes aclaran esta cuestión.
Raghavendra Rau, de Cambridge, analiza una cartera con una ponderación de 55 por ciento en renta variable mundial, 20 por ciento en bonos mundiales, 20 por ciento en bonos de Reino Unido y 5 por ciento en pagarés británicos desde 1900. Compara la hipótesis de “rentabilidad prudente” del USS de un rendimiento real cero por 30 años con el peor rendimiento realizado por una cartera de este tipo en los últimos 120 años, que abarca dos guerras mundiales y la gran depresión. Resulta que la hipótesis prudente de la USS es peor incluso que estos desastres.
¿Es esto prudencia o pesimismo extremo? Lo primero, argumentan David Miles y James Sefton, del Imperial College. Calculan el riesgo en términos de una distribución de probabilidad estándar y concluyen que “una inversión sustancial en activos de mayor riesgo (valores) hace que el resultado promedio sea uno en el que el régimen pueda pagar con comodidad las prestaciones acumuladas”. Pero el riesgo de tener muchos menos fondos de los necesarios para pagar las promesas de pensiones existentes es significativo y las posibilidades de grandes déficits son muy importantes”.
Así, incluso si los rendimientos sobre el capital se revierten, hay un 23 por ciento de posibilidades de que el USS se quede sin dinero en 2100. Si se quiere evitar esta posibilidad, algo tiene que cambiar, insisten.
Esto plantea dos grandes preguntas. La primera se refiere a la probabilidad de que se produzcan estos resultados tan nefastos. La segunda es si se puede asegurar un fondo de pensiones contra esas catástrofes.
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En correspondencia conmigo, Miles argumenta que “hay un gran riesgo de sesgo de selección de la muestra: Estados Unidos y Reino Unido no perdieron guerras, no tuvieron hiperinflación, no fueron invadidos, no tuvieron un colapso político. Los rendimientos de los activos argentinos, de los alemanes (acciones eliminadas a mediados de siglo), etc., son muy diferentes y mucho más volátiles”. Es fácil imaginar acontecimientos catastróficos —guerra termonuclear, revoluciones comunistas, el colapso del Estado, etc.— que acabarán con cualquier cartera de acciones.
Sin embargo, es difícil creer que una tasa de contribución más alta y unas estrategias de inversión más prudentes puedan proteger el patrimonio contra esas catástrofes. Estas no son asegurables, sin duda para un gran número de personas. Si Reino Unido y EU fueran alcanzados por mil ojivas nucleares, el capitalismo se derrumbaría o los gobiernos caerían en impagos de sus obligaciones y gravarían la mayor parte de la riqueza, ningún fondo de inversión sobreviviría. La destrucción de riqueza a esta escala no puede evitarse con un poco de prudencia el día de hoy. Eso da una ilusión de seguridad, pero no de la realidad.
Olvídense de esa idea. Lo que sí tiene sentido es contar con un fondo que invierta de forma sensata (es decir, con predominio de la renta variable) y que esté estructurado de forma que se limite el riesgo a la baja tanto para los miembros participantes como para los patrocinadores en caso de que las cosas vayan mal, en una escala relativamente manejable. Lo que se necesita entonces es un cierto ajuste de las prestaciones y las contribuciones. Esta flexibilidad es lo que necesitan todos los fondos de pensiones, no para protegerse contra las catástrofes extremas, sino contra las desventajas del rendimiento real en el mundo real.
En un plan colectivo de contribuciones definidas administrado con sensatez, eso ocurriría. Dado que los patrocinadores del USS no tienen una riqueza infinita, tiene sentido que se limiten los pasivos que soportan. Como también escribe Miles: “La cuestión es si el USS, con su extraña estructura (un gran número de instituciones diferentes, muchas de ellas con una capacidad limitada para aportar más) es capaz de hacer promesas que garanticen el pago de pensiones fijas. Hay que repartir mejor el riesgo”.
Eso tiene mucho sentido, pero la respuesta es considerar precisamente esa estructura. No le corresponde al USS tratar de asegurarse contra el fin de nuestro mundo. El fin del mundo no es asegurable. Ningún fondo sensato debe intentar algo así. En el curso normal de los acontecimientos, el USS está más que adecuadamente financiado, digan lo que digan los reglamentos.