En su discurso en Mansion House a principios de este mes, Jeremy Hunt, el ministro de Hacienda, reconoció algunos de los defectos del lío de las pensiones en Reino Unido, como la baja rentabilidad prevista de los activos y el fracaso de los inversionistas institucionales a la hora de respaldar a las empresas nacionales de alto crecimiento, pero no logró dar esperanzas de reformas radicales.
La falla comienza con los tres objetivos de Hunt, que eran “asegurar los mejores resultados para los ahorradores de pensiones”, dar prioridad a “un mercado de bonos del gobierno fuerte y diversificado” y fortalecer la “posición competitiva de Reino Unido como centro financiero líder”. Lo primero está bien, pero lo segundo es un alegato para retener a los inversionistas cautivos en la deuda. Esto es “represión financiera” que tiene como meta beneficiar a un gobierno sobreendeudado a expensas de los ahorradores.
El tercer objetivo refleja la confusión permanente entre el papel del sector financiero como fuente directa de ingresos y su rol más importante en la creación de prosperidad económica. Hunt debió tener solo dos metas: pensiones sólidas y gran prosperidad.
Como se argumenta en “Invertir en el futuro: impulsar los ahorros y la prosperidad para Reino Unido, del Instituto Tony Blair para el Cambio Global, la mejor manera de alcanzar estos objetivos es mediante mayores aportaciones a un número limitado de grandes fondos administrados de forma profesional e invertidos en un conjunto diversificado de activos.
Sin embargo, en Reino Unido hay más de 5 mil fondos de pensiones de beneficio definido. Y lo que es peor, se han visto obligados por una regulación absurda a ser inversionistas cautivos en deuda del gobierno a tasas de rendimiento real cercanas a cero. La fragmentación de los planes de aportación definida es peor, con cerca de 27 mil fondos. Las futuras generaciones van a empobrecer, igual que el país en su conjunto.
Con todos estos defectos, las ideas de Hunt se quedan cortas
Primero, no ofrece ningún plan serio para la consolidación de los fondos de beneficios definidos del sector privado en otros más grandes y administrados de forma más agresiva. En el caso de los planes de beneficios definidos, Hunt parece aceptar que el sector desempeñe su lucrativo papel de gestor de fondos de pensiones moribundos.
¿Qué ocurrirá con los activos transferidos a las compañías de seguros? Como afirma el propio regulador, “la compañía optará por invertir con menor riesgo, lo que la convierte en la opción más cara”.
La alternativa es la consolidación en el Fondo de Protección de Pensiones. Aunque Hunt menciona esta posibilidad, no es su alternativa preferida. También se habla de la consolidación de los planes de pensiones de las autoridades locales, pero este plan tampoco es muy radical.
Segundo, Hunt no ofrece ningún plan radical para consolidar el universo de los planes de aportaciones definidas ni para promover el desarrollo de esquemas colectivos multigeneracionales ni para elevar las tasas normales de cotización actuales de 8 por ciento a algo más cercano a 15 por ciento necesario para la mayoría de los pensionistas, en particular aquellos para los que la pensión pública será demasiado baja.
Tercero, Hunt afirma que el “pacto de Mansion House” compromete a los fondos que representan “alrededor de dos tercios de todo el mercado laboral de aportación definida de Reino Unido, al objetivo de asignar al menos 5 por ciento de sus fondos por defecto a valores que no cotizan en bolsa para 2030”. Si el resto del mercado de aportaciones definidas sigue este ejemplo, afirma que esto podrá “desbloquear hasta 50 mil millones de libras de inversión en empresas de alto crecimiento para ese tiempo”. Pero, si el sistema actual de beneficios definidos sigue migrando hacia el mercado de compra de seguros, en lugar de consolidarse e invertirse en capitales, es probable que se produzca una liquidación de activos productivos que empequeñezca las sumas del pacto.
Es cierto que Hunt reconoce los defectos de nuestro no sistema actual. Señala, por ejemplo, que “no se está invirtiendo tanto en compañías británicas de alto crecimiento como sus pares internacionales” y, al mismo tiempo, “algunos regímenes de aportaciones definidas tal vez no proporcionen los rendimientos que esperan o necesitan los titulares de sus fondos”. Pero esto hace aún más triste la falta de radicalismo. Está demasiado preocupado por proteger los intereses existentes.
En cambio, tenemos que decidir adónde queremos llegar y cómo hacerlo. Un buen sistema de pensiones debe basarse en un contrato nacional multigeneracional diseñado para ofrecer recursos decentes y apoyar la prosperidad en el futuro. Debe generar ahorros adecuados, invertirlos en activos productivos y asegurar al titular contra la volatilidad de los rendimientos y la incertidumbre de la longevidad. Lo que tenemos ahora falla en todos los aspectos. Tenemos que hacerlo mejor. Si este gobierno no se atreve, el próximo deberá hacerlo.