“Si no pensamos como ciudadanos, puede fallar la democracia”

Opinión. La crisis de covid-19 puede transformar a las sociedades occidentales; sin una clase media estable, el Estado se arriesga a sucumbir a la plutocracia o a una tiranía.

Trump organizó un festejo del 4 de julio en la Casa Blanca, donde hubo invitados pese a la crisis. Carlos Barria/Reuters
Martin Wolf
Londres /

El covid-19 es una conmoción global, pero ¿será transformador? La respuesta es que puede ser un acontecimiento transformador para una serie de sociedades occidentales, en particular: Estados Unidos y Reino Unido.

Para las democracias liberales occidentales, la era posterior a la segunda guerra mundial puede dividirse en dos subperiodos. El primero, desde 1945 hasta 1970, fue la era de un consenso “socialdemocrático” o, como dicen los estadunidenses, de un “nuevo acuerdo”. El segundo, a partir de 1980, fue el del “libre mercado global” o el “consenso Thatcher-Reagan”.

Entre estos dos periodos vino un interregno, la alta inflación de la década de 1970. Ahora vivimos en lo que parece ser otro interregno, que comenzó con la crisis financiera mundial. Ésta perjudicó la ideología del libre mercado. Sin embargo, en todo el mundo occidental se hicieron valientes intentos de restaurar el ancien régime (antiguo régimen), a través del rescate del sistema financiero, una regulación más estricta y austeridad fiscal.

El ascenso del nacionalismo populista siguió a este intento de restauración. Con su proteccionismo y bilateralismo, la promesa de preservar la seguridad social y el énfasis inicial en la reconstrucción de la infraestructura, Donald Trump se convirtió en líder de su partido porque no era un republicano tradicional de libre mercado. Con su compromiso de nivelar las regiones más pobres y referencias favorables al Nuevo Acuerdo de Franklin Delano Roosevelt, Boris Johnson señaló una nueva dirección de viaje. Estos líderes enterraron a Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

¿En torno a qué idea pueden girar ahora las políticas, la sociedad y la economía? La respuesta debe ser la ciudadanía, un concepto de griegos y romanos que es más que una simple idea política. Como Aristóteles dijo: “El hombre es un animal político”. Solo somos completamente humanos, pensaba, como participantes activos en una comunidad política.

En una democracia, las personas no solo son consumidores, trabajadores, dueños de negocios... somos ciudadanos. Este es el vínculo que une a las personas en un esfuerzo compartido.

Rabia y desesperación

La razón más importante para enfatizar la ciudadanía es la que describió Aristóteles hace casi dos milenios y medio. Una condición necesaria para la estabilidad de cualquier democracia constitucional es una clase media próspera. En su ausencia, el Estado corre el riesgo de convertirse en una plutocracia, una demagogia o una tiranía.

Con el hundimiento de la clase media, incluso las democracias occidentales están en peligro. Como Eric Lonergan y Mark Blyth alegan en Angrynomics, la mezcla de acontecimientos económicos adversos con injusticias manifiestas enfureció a muchos.

Anne Case y Angus Deaton argumentan que estos acontecimientos derivaron en graves problemas de salud. Señalan que las tasas de mortalidad de estadunidenses blancos de mediana edad van al alza desde 2000. Parece que algo similar ocurre en Reino Unido. “Las muertes de la desesperación son prevalentes entre aquellos que quedaron olvidadas, cuyas vidas no han funcionado como esperaban”.

¿Cómo llegamos aquí? ¿Cómo encaja el covid-19? ¿Cómo pueden cambiar nuestras ideas y políticas?

El acuerdo de la posguerra funcionó bien, por un tiempo. Fue igualitario y económicamente dinámico, sobre todo en los países devastados por la guerra. Los gobiernos occidentales desempeñaron un papel activo en el manejo de sus economías nacionales, mientras que liberalizaron y expandieron el comercio exterior.

Esta debería llamarse la Era de Keynes, pero murió con el aumento de la inflación, que precipitó la agitación laboral y la desaceleración económica de la década de 1970. A la era keynesiana le siguió la de Milton Friedman, caracterizada por la globalización, los mercados liberalizados y un enfoque en el control de la inflación.

Esta nueva era fue testigo de éxitos notables: la reducción de la desigualdad y la pobreza masiva; fue una era de innovaciones, sobre todo en tecnología de la información. No menos importante, fue la era del colapso del comunismo soviético y el ideal de la democracia se extendió por todo el mundo.

Pero surgieron debilidades. El crecimiento en los países de altos ingresos bajó en relación con la era de la posguerra. La distribución del ingreso y la riqueza se volvió más desigual. El valor económico del trabajo con poca educación disminuyó respecto al de los universitarios. Los mercados laborales se volvieron más “flexibles”, pero los ingresos más precarios. A medida que la sociedad es más desigual, menor es su movilidad social.

En culturas que hacen hincapié en la obligación de cuidarse a sí mismos, la desigualdad como tal no es tan desestabilizadora política o socialmente, pero la sensación de deterioro de las perspectivas para uno mismo y los hijos de uno sin duda importa. Así también lo hace una fuerte sensación de injusticia.

Aquí es donde la idea del “capitalismo amañado” es relevante. Un aspecto de esto es el crecimiento desmesurado de las finanzas. Otro es el cambio hacia la maximización del valor de los accionistas como única meta de las empresas y la tendencia asociada a recompensar a la administración en referencia al precio de las acciones.

Otro aspecto es la disminución de la competencia, documentada para EU por Thomas Philippon en su libro. También es relevante la evasión fiscal; a las multinacionales estadunidenses se les ha permitido informar una gran proporción de sus utilidades en el extranjero en jurisdicciones pequeñas con bajos impuestos. Ese tipo de oportunidades y muchas otras en diferentes áreas no solo se están aprovechando, se están creando activamente a través del cabildeo.

Por muy conveniente que sea, no es culpa de los extranjeros. El comercio, más la expansión de las importaciones de fabricación de China en la primera década de este siglo, generó conmociones. Sin embargo, Elhanan Helpman, economista de Harvard, concluye una revisión de la literatura al afirmar que “la globalización en la forma de comercio exterior y offshoring no ha sido un gran contribuyente a la creciente desigualdad”.

Cambios en la fuerza laboral

El cambio tecnológico ha sido más importante. Algo significativo es el rápido crecimiento de la productividad en la fabricación. También ha sido importante la creciente demanda de mano de obra calificada.

El declive de la industria de fabricación como fuente de empleo ha tenido efectos adversos en las ciudades y regiones en las que se concentraron. Cuando las fábricas cierran o despiden a una gran proporción de su fuerza laboral, la economía local también se ve afectada. Esas regiones “olvidadas” se han convertido en un elemento crucial en las coaliciones de descontento. Mientras tanto, las ciudades, las grandes metrópolis, son centros dinámicos para personas educadas y las nuevas actividades, como como señala el economista de la universidad de Oxford Paul Collier.

Los resultados más graves de la crisis fueron el colapso económico, los rescates del sistema financiero, el énfasis en frenar el gasto público y la desaceleración del crecimiento posterior. En la eurozona esto se exacerbó por la forma en que los países acreedores sermonearon a los que estaban dificultades sobre su presunta irresponsabilidad.

Impacto de la pandemia

Algunos argumentan que ver estos cambios políticos en términos económicos es un error. Estas son respuestas a cambios culturales, como la migración, el cambio de lugar de las mujeres y las nuevas costumbres sexuales. Esto es poco convincente por dos razones: los cambios culturales y económicos no pueden separarse unos de otros y la cultura no cambia tan rápido.

Lo que hay que explicar son los cambios en el comportamiento de votación. La respuesta es la lealtad cambiante de las personas que han llegado a sufrir de una ansiedad del estatus: el temor de que viven al borde de un precipicio económico o que ya están cayendo en él.

En esta situación ya tensa llegó la tormenta de covid-19, y esto tuvo al menos cinco grandes efectos. En primer lugar, provocó un cierre económico para frenar los contagios. Esto vino a expensas de los jóvenes, que son relativamente inmunes al virus, y en favor de los viejos, que son los más vulnerables.

En segundo lugar, afectó más a las mujeres a las personas no calificadas. Esto se explica por la intensidad alta del empleo femenino en algunos sectores de servicios afectados (y de riesgo) y por la posibilidad de una mayor proporción de personas calificadas para trabajar de forma segura desde casa.

En tercer lugar, el virus parece exacerbar muchas desigualdades. Parte del apoyo más grande se dirigió al sector financiero. En cuarto lugar, se obligó a un gasto fiscal mayor incluso en comparación con la crisis financiera. Esto plantea la cuestión de cómo se administrará la deuda y quién la va a pagar.

En quinto lugar, el virus demostró el poder y los recursos disponibles para el Estado. Reagan solía decir que “las nueve palabras más aterradoras en el idioma inglés son: soy del gobierno y estoy aquí para ayudar”. En la actualidad, está de vuelta la demanda de la ayuda de un gobierno competente.

Un nuevo contexto cívico

¿Qué puede significar un retorno a la idea de ciudadanía, en este nuevo contexto? No significa que el Estado no deba preocuparse por el bienestar de los que no son ciudadanos. Tampoco que considere el éxito de sus propios ciudadanos como una contrapartida de los fracasos de los demás. Por el contrario, busca relaciones de beneficio con otros Estados.

No significa que los Estados deban aislarse de un intercambio libre y fructífero con otras sociedades. El comercio, así como el movimiento de ideas, de personas y de capitales, bien regulados, pueden ser muy beneficiosos.

No significa que los Estados deben evitar cooperar para lograr objetivos compartidos. Esto se aplica sobre todo a las acciones destinadas a proteger el medio ambiente.

Lo que sí significa es que la primera preocupación de los Estados democráticos es el bienestar de todos sus ciudadanos. Para hacer esto real, siguen ciertas cosas.

Todos los ciudadanos deben tener la posibilidad de adquirir una educación que les permita participar lo más plenamente posible en la vida de una economía moderna. Todos los ciudadanos deben tener la seguridad necesaria para prosperar, incluso si se ven afectados por una enfermedad, discapacidad u otras desgracias.

Todo ciudadano debe tener la protección en el trabajo para estar libre de maltratos, tanto físicos como mentales. También deben poder cooperar con otros trabajadores para proteger sus derechos colectivos.

Los ciudadanos exitosos deben pagar impuestos suficientes para sostener una sociedad así. Las corporaciones deben entender que tienen obligaciones con las sociedades que hacen posible su existencia.

Las instituciones políticas deben ser susceptibles a la influencia de todos los ciudadanos, no solo a la de los más ricos. La política debe apuntar a crear y sostener una clase media vigorosa mientras se garantiza una red de seguridad para todos. Todos los ciudadanos, sin importar su raza, etnia, religión o género, tienen derecho a la igualdad de trato.

Los ciudadanos tienen derecho a decidir quién puede venir a trabajar en sus países y quién tiene derecho a compartir con ellos sus obligaciones y derechos. De qué manera pueden alcanzarse estos objetivos es de lo que debe tratarse la política, pero esto no significa volver a la década de 1960. El mundo ha cambiado demasiado y en la mayoría de los casos para mejorar.

No vamos a volver a un mundo de industrialización masiva, donde la mayoría de las mujeres educadas no trabajaban, donde había jerarquías étnicas y raciales y dominaban los países occidentales. Además, con el cambio climático, el ascenso de China y la transformación del trabajo por la tecnología de la información, enfrentamos retos muy diferentes.

Sin embargo, algunas cosas siguen siendo las mismas. Los seres humanos deben actuar tanto colectiva como individualmente. Actuar juntos, dentro de una democracia, significa actuar y pensar como ciudadanos. Si no lo hacemos, la democracia fracasará. Es el deber de nuestra generación asegurarse de que no lo haga. 

Apoya Reino Unido al sector cultural

El gobierno de Boris Johnson invertirá casi 2 mil millones de dólares para “rescatar” teatros, galerías de arte, salas de conciertos o cines independientes, un salvavidas que el sector cultural británico, duramente golpeado por el coronavirus, recibió con alivio. Es “la mayor inversión de una sola vez realizada en la cultura británica”, aseguró el ejecutivo en un comunicado. La inmensa mayoría de ese paquete, mil 960 millones de dólares, se destinará a instituciones culturales en Inglaterra en forma de subvenciones y préstamos, anunció el gobierno.

“Abandonados”

Donald Trump se convirtió en presidente de EU y Boris Johnson en primer ministro de Reino Unido gracias al resentimiento de los “abandonados”.

Clase obrera

Ambos planes fueron parte de una reacción de grandes porciones de la vieja clase obrera que buscaba la transformación de los partidos tradicionales de izquierda (laboristas y demócratas).

Transición

Además de los daños a la salud, el covid-19 causó un retorno dramático del gobierno; lo que puede marcar el final del segundo periodo de transición de la posguerra.

Crisis global

La crisis mundial fue resultado de la liberalización financiera en el contexto de los desequilibrios macroeconómicos, como argumentaron Matthew Klein y Michael Pettis.

Ciudadanía

La ciudadanía debe ser leal a las instituciones políticas y jurídicas y preocuparse por el bienestar de todos, así como buscar la prosperidad.


LAS MÁS VISTAS