Una de las grandes fallas de los gobiernos demócratas en Estados Unidos en las últimas décadas ha sido su incapacidad para adelantarse a los mercados financieros mediante una regulación inteligente.
Por supuesto, los republicanos deben hacer esto también, pero el pueblo no espera que ellos lo hagan al mismo grado. La postura conservadora todavía es que los mercados saben más, incluso cuando se vuelve bastante claro que los mercados públicos ya no asignan capital de la manera que sea más productiva, o incluso comprensible. Basta con ver el valor y la composición altamente concentrada del S&P 500 en la actualidad frente al estado de la economía real.
Pero la administración Biden está abordando este asunto con la nominación de Saule Omarova para el cargo de contralora de la moneda. Este trabajo incluye la supervisión de los bancos nacionales y una variedad de tareas clave dentro de eso, desde lidiar con cuestiones hipotecarias y de vivienda hasta pensar en el papel del dólar en los mercados globales.
Omarova, profesora de la Universidad de Cornell, ya fue blanco de críticas de financieros y conservadores. Deberían preocuparse, ella es una de los reguladoras más calificadas que ha aparecido en un rato y encaja a la perfección para el momento, ya que tiene un talento poco común para detectar riesgos sistémicos y asimetrías en los mercados.
Por ejemplo, su artículo de 2013 sobre los problemas inherentes a los bancos que poseen y realizan operaciones con materias primas. The Merchants of Wall Street: Banking, Commerce, and Commodities (Los comerciantes de Wall Street: banca, comercio y materias primas) despertó un gran interés en el tema. En 2013 y 2014 desempeñó un papel clave en audiencias en torno a bancos como Goldman Sachs, JPMorgan y Morgan Stanley, acumulando y operando materias primas al mismo tiempo.
Las audiencias arrojaron una luz a las lagunas kafkianas de un sistema en el que Goldman Sachs, por ejemplo, podía eludir las reglas sobre las operaciones y la posesión de materias primas físicas al mismo tiempo, solo moviendo aluminio de un lado a otro entre diferentes almacenes.
Como me señaló Omarova, el argumento clave que las instituciones financieras utilizaban para defender su derecho a poseer y comercializar materias primas —incluida la noción de que necesitaban poseer petróleo físico y hacer operaciones con sus derivados para comprender mejor el mercado— también demostró las ventajas injustas, como el acceso a información privilegiada, que aporta dicha propiedad.
Este problema de asimetría de información empeoró con el ascenso de las fintech, las criptomonedas y la entrada de los grandes grupos de tecnología en la industria financiera. Por ejemplo, hay compañías como el emisor de stablecoins (criptomonedas para minimizar la volatilidad de su precio) Tether, que se han vuelto lo tan grandes como para generar preocupaciones en la Fed sobre su riesgo sistémico.
Si la administración Biden permite que las fintech se salgan de control de una manera similar a cómo los ex presidentes Bill Clinton y Barack Obama permitieron que los derivados esparcieran el riesgo en todo tipo de formas opacas, políticamente será terrible para los demócratas. Chocaría con el mantra de “trabajo, no riqueza” de Biden. También puede permitir que los grandes grupos de tecnología se apoderen de los bancos comunitarios, que son las únicas instituciones financieras que aún otorgan préstamos a la gente común.
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Por fortuna, Omarova —al igual que Gary Gensler, de la Comisión de Bolsa y Valores de EU (SEC, por su sigla en inglés)— tiene experiencia tanto en los riesgos como en las oportunidades inherentes a las criptomonedas y los dólares digitales. Su artículo The People’s Ledger (El Libro de Contabilidad de la Gente) ofrece ideas sobre cómo la Fed puede usar dólares digitales y realizar operaciones bancarias directas con los ciudadanos a través de monederos digitales para asignar mejor los fondos a las personas e instituciones adecuadas durante las crisis.
A algunos les preocupa que esto ponga mucho poder en manos de la Fed, ya que se saltaría a los bancos convencionales, pero al menos la Fed puede tener más posibilidades de llevar el apoyo a las personas adecuadas.
La idea de Omarova también implica la posibilidad de una política monetaria altamente dirigida, realizada a través de la Reserva Federal sin bancos comerciales (que, francamente, a menudo prefieren hacer operaciones bursátiles que prestar) en el medio. Esto puede comenzar a abordar el problema de las grandes disparidades dentro de las economías regionales de EU.
Es significativo que el artículo de Omarova comience con el discurso de la “cruz de oro” del populista William Jennings Bryan de 1896, en el que abogaba por un sistema monetario que sirviera a los intereses de los trabajadores y del país. Muchos pensaron que la crisis financiera de 2008 era un momento para que las finanzas se volvieran a anclar en la economía real pero, gracias en parte al cabildeo de los bancos, no fue así.
Omarova se ha enfrentado a una atroz campaña de calumnias por parte de los cabilderos de Wall Street y los republicanos. Nacida en Kazajistán, estudió marxismo (entre otras cosas) antes de llegar a EU. Los críticos la llaman “radical”, y lo es, aunque no de la manera que ellos piensan. Si bien comprender la ideología de la lucha de clases no es malo para ninguna figura dirigente en estos días, Omarova es profesora de derecho, no socialista.
Más importante aún, ella está enfocada en “volver a llevar a los mercados financieros al servicio de la economía real”, como me dijo durante una entrevista en 2016. No está interesada en picotear temas tecnocráticos en los márgenes, sino al abordar las grandes preguntas sobre a quién y para qué debe servir el sistema financiero. Los mercados ya están haciendo y respondiendo estas preguntas. Los reguladores también deberían hacerlo.