El automóvil y la desigualdad urbana institucionalizada

La sociedad no se ha cansado en decir que es necesario evitar regresar a las condiciones previas, pues el covid-19 se interpretó como una señal de alerta.

Ningún cambio es fácil, y menos el de un patrón social establecido hace un siglo a favor del auto.
Nexos
Ciudad de México /

Por: Luis Zambrano

Ilustración: Ricardo Figueroa, cortesía de Nexos

Vemos al automóvil como símbolo de éxito y con orgullo lo presentamos como una extensión de nosotros mismos, de nuestra comodidad, gustos e independencia. Este éxito está ligado directamente a la dinámica competitiva en la que socialmente estamos inmersos. Las noticias financieras incluyen siempre la producción de autos ligándola al desarrollo económico. Los gobiernos locales y federal destinan grandes cantidades anuales de nuestros impuestos en infraestructura para el automóvil. Por lo tanto, tener un automóvil y utilizarlo sugiere algo que beneficia al país. Por el contrario, el transporte público, las banquetas y los ciclistas se perciben muchas veces como una molestia que atraen más problemas que beneficios. Estas formas de movilidad son vistas como de menor categoría: incómodas, inseguras e incluso amenazantes para propiciar invasiones del espacio, retrasos, suciedad o insalubridad.

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