Por: Sandra Aguilar-Gómez y Danae Hernández-Cortés
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
Durante 2020, quizás a modo de consuelo por la crisis sanitaria que azotaba el mundo, se habló de los cielos azules que brillaban libres de contaminación sobre las calles vacías de la mayoría de las urbes del planeta. Al cerrar las industrias, y con la disminución en la movilidad por la cuarentena, se produjo una caída repentina en las emisiones de gases de efecto invernadero y una mejora en la calidad del aire. Muchas de las grandes ciudades del mundo experimentaron caídas de entre 30 y 60 por ciento en sus emisiones de dióxido de nitrógeno, un indicador clave de actividad económica. Sin embargo, la pandemia no es una buena noticia para el medio ambiente: a menos de que se plantee una recuperación sostenible, el fin de la crisis traerá consigo un regreso a la trayectoria de declive ambiental que caracterizaba a México y al mundo antes de la pandemia. Tal fue el caso de la crisis de 2008, tras la cual, después de un breve periodo de disminución, las emisiones de gases de efecto invernadero se incrementaron agresivamente. Aquel rebote puso al mundo de vuelta en el camino en el que se encuentra ahora: uno que, a menos de que se tomen medidas radicales, muy probablemente resultará en altos costos económicos y humanos.