¡Mariachi!

Monterrey /

El mariachi no solo era conocido, sino solicitado, tanto, que para el primer aniversario se lo peleaban en los mejores eventos. Ah, y después: ¡Vámonos pa´ los EU!

En aquellos tiempos teníamos un amigo muy hacendoso. Tuvo muchos negocios; en algunos le fue bien, en otros más o menos y en algunos, mal. Y en uno de esos le fue tan mal que tuvo que invertir sus ahorros personales para cubrir deudas, indemnizaciones, multas y recargos y soportar acosos de abogados. Pero siguió adelante. Un día, un buen día, dio con un mariachi roto. Este conjunto tradicional se hallaba en la quiebra y envuelto en deudas. No solo tocaban bien, tenían algo que a muchos les falta: carisma. Más su problema más acuciante es que no se sabían vender ni administrar, como tampoco tenían una cabeza que los dirigiera. Y ahí es donde nuestro energético amigo detectó una oportunidad. Juntó al grupo y les propuso el plan: —miren, —les dijo, con voz firme y cautivadora—, esto es lo que vamos a hacer: voy a comprar una Van grande, registraré un nombre nuevo para este conjunto y me voy a dedicar a conseguirles presentaciones y eventos, y el trato será de tal porcentaje para mí y tanto para ustedes. Pues dada la situación era tal, que nadie se negó, antes recibieron una bocanada de aire fresco, una esperanza, un sentido en sus vidas donde antes solo había un camino oscuro, lúgubre y trunco.

Los primeros meses siempre son los más duros; el arranque de un proyecto nuevo es pesado y darlo a conocer lleva tiempo y una inversión en publicidad. Pero la constancia, disciplina, persistencia pronto mostraron resultados. Antes de cumplir el año, el mariachi no solo era conocido, sino solicitado, tanto, que para el primer aniversario se lo peleaban en los mejores eventos. Ah, y después vino lo mejor: ¡Vámonos pa´ los Estados Unidos! Y allá les fue mejor todavía. Y entonces, todo mundo andaba con las bolsas hinchadas de billetes, tanto nacionales como los de color verde. Festejaban, derrochaban y, delirantes, se veían en la cima del mundo.

Ese día sonó el teléfono. Una persona de mucha influencia ocupa al mariachi para la boda de su hija. Claro, sin problema. Ahora mismo preparamos el autobús. Ah, porque ahora viajan en lujoso autobús con chofer, chicas de maquillaje y vestuario, enfermero, representante operativo, guaruras y ayudantes generales. La cita es en un rancho en el Altiplano. Por allá las cosas no andan bien, temas de inseguridad, ya sabe, pero así sacamos la chamba, como siempre.

El lugar es muy bonito, muy amplio. Tiene su casa grande, alberca, palapa, asadores, jardín, todo. El evento tanscurre de manera normal. Uno que otro borracho desorientado y un par de rijosos, pero nada serio. De pronto comienzan a aparecer escuadras y armas de asalto. Disparos al aire, la música a todo volumen, gritos de euforia, felicitaciones a los novios.

Ya termina la fiesta. recogen el equipo y, cansados, suben al autobús. Espera, hay un cambio de última hora: el chofer original no va a manejar la unidad, viene otro asignado por el dueño del rancho. 

Van por la carretera, todo oscuro y en silencio. El chofer acelera. Quizá un poco más de lo que debiera. Hay nerviosismo. Alguien mira por la ventana trasera: un convoy los sigue. El autobús va tan rápido como puede. De pronto: disparos. Los proyectiles impactan la ventana y las ruedas traseras, el camión vuelca horriblemente. Algunos pasajeros son expulsados del vehículo. La escena, dantesca; heridos, fracturados, sangre, lamentos y gritos. Los hombres del convoy se acercan, abren los compartimientos de maletas y extraen la cocaína. Ejecutan a todos. Desaparecen en la oscuridad. Las luces intermitentes revelan, con luz mortecina, el horror de aquel desastre. Alto: hay alguien por ahí, uno de los mariachis se arrastra por un dique. Nadie lo vio. Está herido, pero vivirá y contará su parte de lo sucedido.

A nuestro amigo emprendedor lo relacionaron con tráfico de drogas. Aunque nunca estuvo involucrado, hizo lo correcto: agarró a su familia y se largó a Estados Unidos. Desde entonces viven allá.

La semana pasada se celebró el Grito. Fue con su familia a un restaurante mexicano. Amenizaba un mariachi. Grande fue su sorpresa cuando reconoció a uno de los músicos. Él también lo reconoció. Ambos se miraron sin decir nada. Cada quien continuó con lo que estaba haciendo: uno tocando, el otro bebiendo.

  • Adrián Herrera
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