Quizá usted haya visto circular en las redes sociales el video de un automovilista en Puebla que cándidamente baja la ventanilla de su auto extiende la mano y tira una caja de pizza. Lo hace como quien después de hurgarse en la nariz lanza la bolita pegajosa o el que convierte en proyectil la colilla de cigarro o en pelota de pingpong la envoltura de su paleta.
Dejando de lado la brújula moral que nos orilla a condenar cualquier acto que consideramos de barbarie, quizá podamos entender su comportamiento, que no está tan alejado de lo que cualquier infractor menor realiza (realizamos). Para lograrlo debemos reconocer que existe un concepto que calma casi cualquier sentimiento de culpa provocado por la trasgresión de la ley, se trata de la basura.
Desde el que se quita una pelusa de su abrigo y la avienta por la ventanilla hasta el que tira la caja en la que venía su comida, probablemente piense que la basura si está lejos de su alcance mucho mejor. No importa el tamaño o su procedencia, es un desecho y como tal se le puede tratar.
Ahora bien, se podrá argumentar con toda la razón para seguir criticando este proceder, que hay lugares específicos para depositar estos residuos. Pensamos que, si en casa colocamos todo lo que ya no sirve en un recipiente, lo tapamos y esperamos a que pase el camión recolector estaremos siendo buenos ciudadanos. Nuestra propia calificación mejora si además tenemos diferentes contenedores para separar la basura, en uno los residuos inorgánicos, en otro los orgánicos, en otro plástico, en otro cartón, en otro latas y aluminio. Ahora sí medalla al mérito civil y un lugar privilegiado en la turba de los que incitan a la funa.
La basura que acabamos de desechar ya no es más nuestra responsabilidad. Ya es problema de alguien más, del gobierno de la ciudad, por ejemplo, que quién sabe qué haga con ella, pero mientras más alejada de nosotros la deposite será mejor. O de los recicladores, que seguro cuentan con la tecnología necesaria para convertir la caja de mis zapatos en un nuevo contenedor para el cereal de las mañanas, del cual también pronto me desharé.
Pero erramos. La basura no existe. No en el sentido que creemos. Lo que desechamos sigue ahí. Presente, acechándonos. Ya sea que la aventemos por la ventanilla del auto o la coloquemos en una elegante bolsa negra biodegradable. Siempre ahí.
Algunas terapias psi hablan también de pensamientos basura -tal vez no lo digan de esta manera, pero ese es su sentido- de los cuales los pacientes deben deshacerse. No hay que tenerlos, cobijarlos, alimentaros, porque se vuelve contra nosotros y nos causan daño. Pensamientos intrusivos, le llaman algunos. Y para acabarlos hay que “aceptar” que “no somos nuestros pensamientos”. Algo que psicológicamente sería difícil de sostener.
De todas maneras, hagamos de cuenta que es posible deshacernos de estos malos pensamientos, de la misma forma en la que tiramos nuestra basura, arrojándola a un tiradero común o llevándola a reciclar. Pero ¿de verdad podemos lograrlo? Freud se preguntaba “a dónde va un pensamiento cuando se olvida”.
Parece que la respuesta es que no se olvida. Aunque parezca. Y el propio Freud lo confirmó cuando estudió los olvidos de nombres propios y los lapsus. En esos aparentes errores, fallas, faltas, hay más de lo que se dice. No es que esté oculto, es que hace falta saber escuchar.
Así que parece que con los pensamientos ocurre igual que con la basura, no podemos deshacernos de ellos, aunque queramos, porque tarde o temprano van a volver y siempre serán como la basura, nuestra responsabilidad.