Por esas cosas raras de la vida no pude evitar escuchar la plática que tenía una madre de familia con la directora de una escuela de nivel inicial. La mujer exponía que su intención era ya no llevar más a clases a uno de sus hijos, el más pequeño, le decía que francamente ya estaba muy cansada. “Yo me rindo”, le soltó con todo el peso de las letras. Sorprendida, la responsable escolar le reviró a bote pronto un “no me digas eso” y puso cara de espanto. Pero la cuidadora insistía. Y la docente igual: “entonces endósamelo”, le retó.
En su desenfrenada carrera de sinceridad la mamá dijo estar harta de que en los últimos siete años solo hubiera sido madre. Y desempeñar ese papel ya la había agotado. Ya es tiempo, dijo, de redefinir mis prioridades, voy a cumplir cuarenta años y ya va siendo hora de que concluya mi otra licenciatura, mi maestría. Ahora, “yo soy mi prioridad”. Y la plática se acabó.
Para qué les traigo esta bochornosa plática de la que fui testigo involuntario, pero de la que no pude zafarme. La respuesta es que mi intención es poder, juntos, seguir cuestionando las narrativas de la actualidad que nos hacen estar ante ellos, como diría la madre “rendidos”.
Ambiciosamente espero que no se distraigan con la invitación a linchar a la madre, a la docente o al narrador deficiente, por la presunta postura o impostura que se puede tomar ante un tema que podemos calificar como delicado.
Para venderselo, pensemos inocentemente, para ser aceptadas, muchas terapias psi se tienen que montar en el discurso dominante del mercado, que tiene sino como objetivo sí como una de sus condicionantes y consecuencias la disolución de los vínculos sociales para dar paso al reinado del individuo.
Es muy frecuente escuchar que a los pacientes sus psicólogos, terapeutas o coach de TikTok les dicen que ha llegado el momento cumbre, la transición esperada, de ponerse en el centro de todos sus pensamientos, de todas sus acciones y alejarse de aquello o de aquellos -casi siempre esto es lo primero- que no los vayan a poner como su prioridad.
Como en una epifanía, en un despertar de la conciencia espiritual, las personas descubren que es cierto, que el origen de todos sus males, sus pesares, sus problemas, sus frustraciones, es que han dedicado la vida entera, así sean 18 o 50 años, a complacer a los otros, nunca han sido para ellos mismos ni su prioridad ni su centro de atención.
¡Qué agobio!
Pensar que toda una vida, ya sea que apenas inicia, está en la madurez o va en declive, se haya sido esclavo de los demás, desde luego que puede mandarnos a la zona de la frustración o a la banca de la depresión. ¿Pero será que esto es así?
Lacan dice que no deseamos, sino que somos deseados, que el deseo nos antecede y que el deseo es el deseo del otro. Entonces puede escucharse que tienen razón los voceros del mercado vestidos de terapeuta. Pero momento, no nos apresuremos a coronar esta sentencia como norma de vida.
Lo que en realidad sucede es que si seguimos este deseo es porque en verdad queremos ser el deseo del otro. Si vivimos en función de lo que quieren los demás, es porque nosotros queremos convertirnos en aquello que ellos quieren para sí, y no solo una parte, sino el todo. Es decir, esta presunta renuncia al Yo como prioridad no es inocente, de hecho, podemos pensarla como una estrategia para conseguir aquello a lo que dice haberse negado.
Luego entonces si en los hechos ponemos al “yo como mi prioridad”, ¿por qué la gente enferma? Quizá sea porque no logramos ser el deseo del otro, no alcanzamos a ser ese objeto de su deseo, pero, ya saben, esa es otra historia.