Imagina que eres una batería. Comienzas el día con toda la energía lista para usarse, pero a medida que pasan las horas, esa carga se va agotando con cada responsabilidad que cumples. Nos movemos en el mundo cargando etiquetas que nos definen: mamá, papá, profesional, cuidador, líder. Aunque estos roles nos llenan de propósito, también nos consumen energía. Y, como cualquier batería, si no tenemos una oportunidad de recargarnos, nos agotamos.
Estos “momentos de recarga” no solo son deseables, son necesarios. Sin embargo, muchas veces sentimos culpa al desconectarnos, pensando que tomar un descanso nos hace menos comprometidos o responsables. Al contrario, permitirnos un tiempo de recarga no es una debilidad; es una acción valiente que nos ayuda a seguir adelante, enfrentar nuestras tareas y relaciones con la mejor actitud. Luchar contra esa culpa es el primer paso para cuidar de nosotros mismos y poder dar lo mejor a los demás.
En consulta, uno de los síntomas más comunes que veo de esta necesidad de desconexión es la ansiedad nocturna por comer. Muchos describen cómo, al final del día, sienten una urgencia por consumir alimentos, especialmente aquellos poco nutritivos, o incluso recurren al alcohol para aliviar la tensión acumulada. Este deseo surge porque, bajo el estrés constante de nuestras responsabilidades, el cuerpo busca vías de placer inmediato que le ayuden a nivelarse. Sin embargo, esta es solo una respuesta momentánea; lo que realmente necesita nuestro sistema nervioso es un cambio de ritmo, un paso hacia el descanso y la recuperación.
Desconectarse permite precisamente eso, dar al sistema nervioso la oportunidad de pasar de un estado de alerta a uno de calma y restauración. Este balance es vital no solo para evitar el cansancio extremo, sino también para mantener una salud emocional y metabólica más estable a largo plazo. Estos momentos de desconexión son una recarga que nos permite tener energía renovada y ser más conscientes de nuestras necesidades reales.
La desconexión puede ser sencilla y adaptarse en pequeños momentos a lo largo del día. Aquí tienes algunas ideas que podrías incorporar:
· Una llamada en el tráfico: Aprovecha esos momentos para llamar a un amigo o familiar y dejar que una conversación cercana te alivie.
· Lectura recreativa: Encuentra un espacio para leer solo por el placer de hacerlo. Elige temas que te emocionen o historias que te lleven lejos.
· Tiempo con tu mascota: Llevar a tu perro a pasear o dedicar unos minutos a acariciar a tu gato puede ser un respiro que te devuelva al presente.
· Un café sin distracciones: Tómate un café sin el celular, sin prisas, solo disfrutando del aroma y del momento.
Estos espacios de desconexión no son “escapadas” de nuestras responsabilidades, sino una preparación para cumplirlas mejor. Al recargarnos y cuidar de nosotros mismos, volvemos a nuestras etiquetas con una actitud positiva y una disposición genuina hacia las personas y actividades que forman parte de nuestra vida. La desconexión breve y constante transforma nuestras tareas, haciéndolas más manejables y menos pesadas.
Permitirnos estos momentos de recarga es una responsabilidad que tenemos hacia nosotros mismos y hacia quienes nos rodean. La salud emocional y el bienestar dependen de nuestra habilidad para parar y recargarnos, y con ello, no solo mejoramos nuestra salud mental, sino también nuestra salud física y metabólica. Estos momentos nos ayudan a ser más conscientes de nosotros mismos y vivir más y mejor.