Ahora que veía la película A Complete Unknown (estrofa de la legendaria rola “Like a Rolling Stone”), que cuenta la historia del tránsito de Bob Dylan del folk, acústico per se, a la guitarra eléctrica, he caído en la cuenta de otra de las múltiples aportaciones del célebre compositor al mundo del espectáculo, el suyo, el de la música, y nada que ver, por supuesto, con la ocurrencia de la Academia Sueca de darle el Premio Nobel de Literatura.
La película de James Mangold (2024) estaba nominada en ocho categorías al Oscar y se fue con las manos vacías. La trama está basada en el libro Dylan Goes Electric!, de Elijah Wald (2015), que relata no solo ese paso del solista con su acústica cantando por la paz mundial al de líder de una banda de rock con instrumentos eléctricos, sino también sus relaciones de pareja, en la que sobresalen los vaivenes con su colega Joan Baez.
Con el joven actor Timothée Chalamet en el papel de Dylan, la película acierta en no caer en la ambición de crear una biografía exhaustiva y se limita a ese periodo entre 1960, cuando el chico llega a Manhattan con su guitarra al hombro desde Nueva Jersey, y 1965, cuando irrumpe con su banda y vulnera la virginidad del Festival de Folk de Newport. Abusa el filme, por otro lado, con la repetición de rolas como “Blowing in the Wind” y “Like a Rolling Stone”.
Y es ahí donde caigo en lo visionario que fue Dylan. En romper con dinámicas de festivales que tenían debidamente identificado su target y sus intereses. Estamos hablando de 1965. Hoy, mire usted, llegan al Vive Latino desde hace algunos años, pocos, bandas británicas y gringas que sería impensable que fueran del interés de una buena tajada del respetable que cultiva solo el rock en español o menos aún parecía posible ver en la Feria de San Marcos de Aguascalientes, con su palenque, sus mariachis y sus corridos tumbados, a sir Rod Stewart o a Scorpions.
Aunque se haya ido en blanco en la ceremonia del Oscar, vaya a ver esta película que aun así ha cosechado crítica positiva.