No me voy a enojar, no me voy a enojar, no me voy a enojar. Por más que uno se lo proponga y se lo repita mil veces, las emociones no aceptan órdenes, a pesar de que nos pertenezcan y sea uno el que las sienta. Piense tan solo en las veces en que se ha dado la orden a usted mismo de no llorar, de no enamorarse. Dice la neurociencia que esa desobediencia se debe a que las conexiones cerebrales entre el pensar y el sentir todavía necesitan evolucionar. Lo cierto es que pensar en ello sin parar rara vez detiene una emoción, pero al revés la cosa es distinta. Una emoción nos puede hacer olvidar lo que habíamos decidido y hasta ponernos la mente en blanco. Cabeza fría, cabeza fría, cabeza fría. Y no, no fue así. Se calentó.
La torpeza en el manejo del caso Teuchitlán hace pensar que hay una emoción que está impidiendo la claridad de pensamiento. ¿Miedo a que la indignación de la gente se desborde y el caso se convierta en un nuevo Ayotzinapa? ¿Rabia porque el gobierno pasado debió haber enfrentado el problema y no permitido que las desapariciones llegaran a cifras históricas?¿Miedo porque tan solo insinuar una crítica al ex presidente o al movimiento es considerado traición? ¿Rabia porque además de enfrentar el presente hay que solucionar las fallas y omisiones del pasado como si fueran propias?
El caso de Teuchitlán ha sacado a la superficie no solo el tema de los desaparecidos, también el reclutamiento forzado, los campos de entrenamiento delictivo y el de los campos de exterminio. Eso mismo que las madres buscadoras se encuentran al escarbar: el horror. Y sin embargo, a lo que le temen los políticos no es a eso, sino a que crezca. ¿Qué significa en términos políticos evitar que Teuchitlán se convierta en el Ayotzinapa de la 4T? Evitar que el tema crezca. Sin embargo, han sido ellos mismos los que lo han hecho crecer.
El hecho de que la Presidenta haya dedicado varios días en su mañanera a quejarse de las críticas que recibe de la oposición y de una supuesta campaña en redes sociales a la que llamó “campañita” —porque es pequeña en volumen y sin mucho alcance— hace justo lo contrario de lo que buscan: crece el tema. Aleja a nuestra mandataria de las verdaderas víctimas, amplía el alcance de la desgracia y la convierte en una super campaña no solo con amplificación profesional en redes, sino con presencia destacada en medios masivos nacionales e internacionales: prensa, radio y televisión ¿Cuánto cuesta eso? Por lo menos 200 veces más que la supuesta “campañita” y con un agravante, este sí es dinero comprobado del Estado.
¿Qué buscan? ¿Cambiar la narrativa para que no les afecte? Imposible. Ya vimos cómo resultó la idea del fiscal de abrir el rancho a cualquier visitante para poder argumentar que el gobierno no tiene nada que ocultar. El lugar se convirtió en una romería. Las madres lo sintieron como un teatro, un insulto. Algunas lloraron tan solo de pensar que alguien estuviera pisando algún resto de su hijo.
Hoy Teuchitlán es más grande que sí mismo. Es el nombre del México que respira bajo tierra. Y esos malditos bots, que en realidad no son otra cosa que motores que repiten lo que alguien más ya dijo, tienen razón al insistir: “No se escondan, es responsabilidad de este gobierno resolverlo”. “No se escondan”. “No se escondan”.