El contagio de una emoción es un fenómeno tan inesperado y humano que resulta imposible detenerlo. Si no fuera de esa manera, bastaría pasar un desinfectante sobre todas las superficies. Y quizá también, si es singular y potente, pasarlo por el pecho. No llevarse las manos a la boca, no acercarlas a los ojos. Pero todo es inútil, nada de eso funciona. Nada contiene una emoción que se contagia.
Además de las neuronas típicas, los seres humanos también tenemos otras llamadas neuronas-espejo, que son las que nos ayudan a reconocer y entender a los otros. Si una emoción tiene el filo o el tino necesario y pega en una de esas neuronas, controlar el contagio es imposible. Como en una casa de espejos, un alma de espejos se reflejará en otra, que se reflejará en otra más, haciendo la emoción y el contagio imparable. Así pasó con la terrible y famosa fotografía de los tenis encontrados en Teuchitlán, Jalisco. Más de 400 zapatos solos y abandonados que conmovieron y golpearon de espejo en espejo, de persona en persona, contagiando una emoción que ha herido a todo México.
El día del hallazgo estaba marcado con una cruz. Resultó una cruel coincidencia. Era miércoles de ceniza. Así los encontraron. Una marca de ceniza en la frente para no olvidar de dónde venimos y a dónde regresaremos. Una marca de ceniza en la memoria para recordar a los que no porque estén desaparecidos no existen o se olvidan. Los integrantes del colectivo Guerreros Buscadores encontraron las que hoy suman más de mil 200 prendas ya catalogadas por la Fiscalía de Jalisco y los restos de ceniza mezclados con pequeños huesos quebrados y quemados.
“Lean a todos esos comentócratas, y no estoy minimizando para que no se malentienda […]—dijo nuestra Presidenta—, hablan de no se cuánta cosa que hay en el predio a partir de una fotografía y algunos testimonios”. Y con el comentario se equivocaba nuestra mandataria. No era una fotografía cualquiera.
Cientos de zapatos revueltos, destrozados, empolvados. Imposible de considerarlos olvidados, esos zapatos no tienen otra posible condición que la orfandad. No, sus dueños no están muertos, están desaparecidos. Trabalenguas de las cifras oficiales que pretenden suavizar y distraer la desgracia: hay más desparecidos, pero menos homicidios. Un juego macabro. El sube y baja de la muerte. En lo que va de este gobierno hay 15 por ciento menos homicidios, pero 11 por ciento más desaparecidos. El muerto en el ataúd y el desaparecido buscando sus zapatos.
No es una fotografía que se pueda olvidar, porque lo que ve la gente no son zapatos. Ve a los jóvenes que los habitaron en estos campos de entrenamiento clandestino. Campos de exterminio. Campos donde desaparecen los desaparecidos.
Las últimas entradas del catálogo de la fiscalía no tienen pares. Son de zapatos sueltos. Uno es un zapato que se encontró solo y lleno de tierra, otro un tenis vencido, una bota sin agujeta, otra sin suela. Esas fotos son aún más tristes. Ni siquiera esa herencia quedó completa. Por eso cuando la Presidenta dice que en este caso no metamos al ex presidente, que lo dejemos en paz, la respuesta es muy sencilla, ni él ni ninguno de sus antecesores merecen paz, mientras estos jóvenes y sus familiares no la tengan.