La historia falsificada y México a la deriva

Ciudad de México /

Digamos la verdad: en México concluyó una elección de Estado. Los recursos públicos, humanos y económicos, se emplearon para imponer a la candidata oficialista y entronizarla. Las 50 resoluciones judiciales que tuvieron por delincuente electoral al “mejor presidente en la historia de México” (ese de la “autoridad moral”) no le impidieron al pillo hacer de las suyas hasta el final, agrediendo a Xóchitl Gálvez y abriendo camino a la por él apodada “Carlota I”.

Pues de toda elección de Estado sólo surgen gobernantes espurios, degenerados de origen y fraudulentos, independientemente de lo abultado de su votación recibida. El eminente jurista y querido maestro Diego Valadés afirma en su libro La norma y la normalidad que “la legitimidad (del gobernante) no depende de la cantidad de votos sino de la calidad de la elección”.

Así, resulta inconcuso afirmar que la primera mujer en la Presidencia de la República (que en otras circunstancias produciría inmensa alegría en todos los mexicanos) deviene repudiable para millones de nosotros por las trapacerías que la encumbraron.

La legitimidad de los gobernantes procede de su origen o del ejercicio de sus funciones. Y si la de ejercicio se da cuando el mandatario se sujeta a la ley y gobierna en beneficio de la población, la próxima presidente tendría hipotéticamente la posibilidad de alcanzarla. Para desgracia de ella y de México su mentalidad, conducta y circunstancias apuntan en sentido contrario, porque sometidos los poderes Legislativo y Judicial al Ejecutivo, y desaparecidos los organismos autónomos (que ejercían funciones de vigilancia y control del poder) la llevarán a cumplir ciegamente la perversa agenda que le impuso públicamente su amo y señor, y sus atropellos serán formalmente legales. Además, llega rodeada de cuatroteros asignados en puestos clave por quien la hizo y la trae como muñeca de trapo. No nos engañemos: sólo podrá sacudírselo… si el susodicho queda tullido o fenece.

Por lo expuesto, una de nuestras muchas tareas es conjurar los traumas transgeneracionales provocados por la historia nacional maniquea, que nos ha dividido en patriotas y traidores, dioses y demonios. Lo cierto es que en los “héroes y villanos” oficiales hay grandezas y canalladas, empezando por las cometidas por el cura Hidalgo y don Benito. Héctor Aguilar Camín (historiador y mucho más) afirma: “La historia patria mexicana es una de las más falsas del mundo. Su colección de héroes y villanos es una vergüenza de tergiversación histórica”.

Mire usted: ¡festejamos el 16 de septiembre de 1810 como inicio de nuestra Independencia, pero desdeñamos el 27 de septiembre de 1821 que se consumó!

Por esa historia falaz no entendemos el presente y prevalecen los odios y las divisiones, pero México es la patria de todos los mexicanos.


  • Diego Fernández de Cevallos
  • Abogado y político mexicano, miembro del Partido Acción Nacional, se ha desempeñado como diputado federal, senador de la República y candidato a la Presidencia de México en 1994. / Escribe todos los lunes su columna Sin rodeos
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