Amargo despertar

Ciudad de México /
Luis M. Morales

La victoria electoral de Donald Trump no sólo fue una derrota del partido demócrata, sino de la cultura woke, una doctrina política surgida en las universidades de Estados Unidos que aboga por causas como la equidad racial y social, el feminismo, el movimiento LGBT, el uso de pronombres de género neutro, el multiculturalismo, el uso de vacunas, el activismo ecológico y el derecho a abortar. El término woke (despierto) define al ciudadano politizado y alerta, en guerra permanente, no sólo contra los enemigos declarados de esas causas, sino contra los correligionarios que las respaldan parcialmente, pero no utilizan con la debida propiedad el lenguaje inclusivo o se atreven a sostener, por ejemplo, que las operaciones para cambiar de sexo antes de haber cumplido la mayoría de edad pueden crear más problemas de los que resuelven. A pesar de sus orígenes libertarios, el movimiento woke se caracteriza por el talante autoritario de su militancia, que no vacila en recurrir a los cubetazos de lodo para despertar al pueblo de su letargo.

El teatro de operaciones de la cultura woke son las redes sociales, donde un ejército de activistas vapulea diariamente a los infractores de su código lingüístico, amenazándolos con el boicot profesional o la muerte civil si continúan blasfemando. No se trata de persuadir al hereje, sino de intimidarlo con métodos coercitivos, que por desgracia han adoptado ya con celo puritano algunas universidades, instituciones públicas, medios informativos y editoriales. Muchos partidarios del feminismo, la liberación gay, la igualdad racial y otras banderas enarboladas desde hace décadas por los defensores de los derechos civiles en Estados Unidos rechazan el sesgo dogmático y prohibicionista de la cultura woke. La pugna interna entre esas facciones tarde o temprano tenía que reflejarse en las urnas. ¿Cuántos liberales excomulgados que antes votaban por el partido demócrata no acudieron a las urnas o votaron por Trump en venganza por el maltrato que les dispensan los inquisidores de su propio bando? 

En la derrota de Kamala Harris pagaron justos por pecadores, pues ella intentó deslindarse sin éxito de los ideólogos más recalcitrantes del movimiento woke, siguiendo el ejemplo de Barack Obama, que intentó ponerles un hasta aquí desde 2019: “Tengo la sensación de que ciertos jóvenes en las redes sociales —dijo— creen que la forma de generar el cambio es juzgar lo más rigurosamente posible a otras personas. Si publico un tuit satanizando a un político por haberlo pescado en una incorrección verbal puedo ufanarme de ser woke. Basta ya. Si todo lo que haces es tirar piedras, probablemente no llegues muy lejos. El mundo es desordenado y ambiguo. Las personas que hacen cosas realmente buenas tienen defectos" (Véase el reportaje “Qué es woke y por qué este término generó una batalla cultural y política en EE.UU”, BBC News Mundo).

Los sondeos de opinión han revelado que la intransigencia lingüística de la gente “despierta” le granjeó simpatías a Trump entre la comunidad hispana de Estados Unidos. De unos años para acá, los apóstoles del lenguaje inclusivo rebautizaron a los latinos con un nombre genéricamente neutro, latinx, para que el carácter binario de la lengua española no pudiera ofender a ninguna persona transgénero. Una palabreja impronunciable no puede agradar a los hablantes de ninguna lengua, pero la eufonía tiene sin cuidado a la clerecía universitaria que pretende imponer su léxico hipercorrecto a 335 millones de gringos. Hasta Joe Biden ha empleado el fatídico neologismo, sin advertir que la inmensa mayoría de los hispanos residentes en Estados Unidos lo considera con justa razón un atropello paternalista de la élite académica blanca. 

La analista política Sarah Baxter, del London Standard, señala otra conquista de los radicales despiertos que pudo haber influido en la victoria del candidato republicano. “Desde la noche de la elección, los expertos supieron que Harris no ganaría la presidencia cuando quedó muy por debajo de la votación que Biden había obtenido cuatro años antes en Loudon County, Virgina, un suburbio de

Washington D.C. donde los comités directivos de las escuelas públicas se empeñaron en instalar baños con neutralidad genérica por un costo de 11 millones de dólares, contra los deseos de alumnos y padres de familia, a pesar de que una niña había sido asaltada previamente por un muchacho con falda en el baño de damas”.

El movimiento woke quizá pierda pronto sus cotos de poder, pero la historia lo recordará por su mayor triunfo: haber fortalecido al fascismo a cambio de que los transexuales puedan mear a sus anchas en los baños epicenos de los high schools. Un amargo despertar para la vanguardia retrógrada que se ufanaba de nunca dormir.


  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
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