Kundera y la acción paralela

Ciudad de México /

En su Pequeño diccionario de palabras incomprendidas, Milan Kundera omite el término “escritura”. Siendo el medio a través del cual narra La insoportable levedad del ser, novela que alberga esa relación de vocablos, habría sido tautológico definirlo. La omisión también es el disfraz de aquello que sin aludirse está presente porque lleva a lo que oculta, a la esencia que esconde. Así lo muestra dos veces, escondiéndolo y revelándolo a la vez, evocándolo e invocándolo. Kundera no glosa el significado de la escritura, la realiza.

Pero sí se detiene en otro concepto: “Vivir en la verdad”, una fórmula utilizada por Kafka en su diario. No es casual que Kundera lo aplique a Sabina y Franz, los amantes clandestinos de la obra, pues de nueva cuenta aquello que se asigna a otros es una revelación de quien lo hace. Sabina desprecia la literatura que delata las intimidades del autor: “La persona que pierde su intimidad, lo pierde todo”, piensa.

Sabina, al ocultar su amor ante los demás, puede “vivir en la verdad”. No sufre por hacerlo, al contrario, así se salva a ella misma en su intimidad. La misma tarea de Kundera desde una lección flaubertiana para el autor: disolverse en su obra, ocultarse en ella y dejar de ser quien nominalmente se es. La más temprana firma de autor conocida en los albores del tiempo moderno, cuando surgirá la luminosa y desdichada pasión de la novela como un antídoto contra el olvido del ser individual y concreto que determinará la época de masificación generalizada a punto de comenzar, está inscrita en un escondido bloque de la catedral de Chartres: “Esta piedra la labró Juan”.

Entonces, el arte de desaparecer a pesar de que el nombre del autor aparezca en sus obras. Como Ulises, Kundera también dirá: mi nombre es Nadie. Y en esa evaporación solo habrá sabiduría. La profunda sabiduría del arte de la novela, en el cual las “célebres preguntas metafísicas” del origen y el final de la existencia humana obtendrán, hasta donde es posible resolver tal indagación ontológica, una respuesta.

El alma va tiñéndose no solo del color de sus pensamientos, como enseña Heráclito, sino también de sus lecturas y costumbres, de sus preguntas e intereses. Cuando era más joven las novelas de Kundera me arrebataron el aliento. Desde La broma y su comienzo legendario, que hoy entiendo en carne viva: “Así que después de muchos años me encontré otra vez en casa”, hasta las subrayadas páginas de tantas de las siguientes: “Sí, la felicidad es el deseo de repetir, piensa Teresa”, como sigo creyéndolo todavía.

Ahora en mi vejez frecuento con más deleite —no solamente por este mi tiempo personal donde ya no queda mucho tiempo— sus cortos ensayos. Abro una y otra vez El telón en páginas al azar, ávidamente subrayadas, y desespero por no encontrar entre los libros de mi desordenada biblioteca Los testamentos traicionados (ya aparecerá, me digo, y vuelvo a buscarlo).

Tantas cosas inagotables pueden leerse en aquel ensayo, no solamente una historia personal de la literatura sino la ruta filosófica de un escritor y su relación ontológica con la imaginación, con el mundo y el lenguaje. Por ejemplo: a) ni Rabelais ni Cervantes, ignorados por el enciclopedista, se asumieron, aun siéndolo, como fundadores de la novela moderna, esa aparición milagrosa; b) narradores como Fielding, uno de los primeros en elaborar una poética de la novela, la fundan conservando celosamente su propio lenguaje, su personal modo de decir; c) el alimento de la novela, acto de intuición penetrante y sagaz sobre lo que contempla, no es otro que la naturaleza humana; d) los críticos son los “funcionarios de la literatura”, sus normas y clasificaciones representan opiniones prescindibles, ancilares; e) la única moral de la novela es la definida por Broch al entenderla como una “impaciencia del conocimiento” que ilumina zonas del ser desconocidas, para el lector pero antes para el escritor mismo; f) la modernidad literaria significa, con nuevas maneras, avanzar en el trayecto heredado, mientras el trayecto de la literatura siga ahí; g) el conocimiento de la novela debe llegar al alma de una situación histórica y su contenido humano; h) solo puede hablarse de dos categorías: la novela buena y la novela mala; i) la novela muestra el infierno en la tierra que no es trágico sino un horror sin huella de lo trágico; j) el humor, hallazgo literario de Cervantes, es el gran invento de los tiempos modernos.

En el teatro de la memoria, misteriosa Acción Paralela, transcurrió la proverbial discreción pública y el ascético silencio mediático en el cual Kundera disolvió si no su reverenciado nombre de creador sí su persona, para ser solo una escritura cuya pasión fue la novela, maravilla del momento presente, del segundo de vida, de la sublime insignificancia de la existencia. Aquel “último observatorio donde todavía puede abarcarse la vida como un todo”.

  • Fernando Solana Olivares
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