“Hoy todo el mundo habla de narrativas. Lo paradójico es que el uso inflacionario de las narrativas pone de manifiesto una crisis de la narración misma”. Así comienza Byung-Chul Han La crisis de la narración, una severa crítica a la técnica de comunicación comercial (también literaria y política) ahora de moda, el storytelling, dirigida a captar la atención del público mediante un contenido cuya intención es trasmitir mensajes específicos.
La guía para ello es elemental: identificar a quién se le contará la historia, elegir el contenido, buscar una conexión emocional con el espectador, diseñar los personajes y enfatizar la simpleza del tema. Este giro posmoderno hacia lo narrativo que no narra, su sobreutilización mercantil y su “clamorosa demanda” actuales muestran, como escribe el filósofo coreano-alemán, la profunda alienación de la época y su disfunción. Dime qué dices con insistencia y te diré lo que no dices sustancialmente.
Hubo tiempos no tan lejanos donde las narraciones “nos acomodaban en el ser”, daban sentido y orientación a la vida de la gente, la cual en sí misma era una narración. Entonces no se hablaba aquí y allá de narrativas porque la conciencia narrativa, estructura profunda del cerebro humano que articula las culturas, las religiones y las cosmogonías, dándonos pertenencia nos salvaba de la contingencia vital. Los peces no mencionan el agua pues es la atmósfera donde están.
Alrededor de las hogueras primordiales se fue contando la vida. Ahí apareció el sentido de lo trágico, la intuición de lo metafísico, el recuerdo de los muertos inolvidables, la magia, los sueños y las experiencias del grupo como sabiduría común. La existencia y sus enigmas, aun los misterios de lo inaccesible para el entendimiento, eran la narración originaria que enseñaba por qué hay algo y no más bien nada. Ese contarse la vida hacía que estar en el mundo fuera “como estar en casa”. Contar es habitar, poseer, entender. Pertenecer.
Mirando desde el barandal de sus años ya pasados, Nietzsche escribirá en Ecce Homo que “así nos vamos contando la vida a nosotros mismos”. Esa narración no solamente es nuestro resumen existencial sino la construcción de un sentido ontológico. El Jesús del evangelio apócrifo de Tomás, aquel que se encuentra debajo de la piedra o al removerse las cenizas de la hoguera, lo dirá con claridad meridiana: “Lo que saques que esté dentro de ti te salvará, lo que no saques que esté dentro de ti te destruirá”. Sacar es narrarnos. Narrar es salvarnos.
Las narraciones, afirma Byung-Chul Han, son generadoras de comunidad. El storytelling forma communitys, una comunidad en forma de mercancías que se compone de consumidores. Así el capitalismo se adueña de la narración y la utiliza para fomentar el consumo. Narración e información son acciones opuestas. En palabras de Niklas Luhman citadas por el filósofo coreano-alemán, la información no contiene la profundidad del ser sino la reiteración de su contingencia. En cambio, la narración es “una forma conclusiva”, un orden que da sentido y proporciona identidad.
La información fragmenta y reduce el tiempo a una mera sucesión de instantes. Pero la narración construye un continuo temporal: “una historia” capaz de explicar y transformar el mundo, de descubrir en él dimensiones que van más allá de la voluntad de la persona, así sea quien haya creado lo que se está contando, dado que expresan verdades intrínsecas y generales, miradas donde existen lejanía y reposo, distancia y aproximación, donde hay perspectiva, duración y calma. “Narrar y escuchar se requieren mutuamente. La comunidad narrativa es una comunidad de personas que se escuchan con atención”.
De ahí que la narración con-mueva, saque al sujeto de sí mismo, suspenda su diálogo interior, disuelva temporalmente aquella conciencia que está enajenada en la opinión. El storytelling solo consiste en escucharse a uno mismo. Su ámbito es la satisfacción inmediata del deseo, única motivación ontológica del consumidor.
Las narraciones fundacionales son metanarrativas que establecen el origen del mundo y revelan la naturaleza de su creador trascendente, conservando la necesaria ambigüedad, la oscuridad relativa que caracteriza toda narración verdadera, la cual deja sin explicar —porque no puede y tampoco quiere— diversas zonas de lo que cuenta. Las evoca. Entonces la narración lleva a aquel que la escucha o lee a participar y completarla, a ser y estar en ella. La narración es un objeto vivo que existe al surgir delante de un tercero, ese que de nuevo participa en su elaboración.
“La narración y el recuerdo se requieren mutuamente”, sostiene Byung-Chul Han. La era posnarrativa del storytelling, una época informativa y no narrativa, es un tiempo sin interioridad. Narrar cura porque posibilita la hazaña biográfica que R.D. Laing llama metanoia, no un arrepentimiento sino una comprensión propia que llevará al sentido y la aceptación. Narrarnos para salvarnos.
AQ