Supraconciencia

Ciudad de México /

Nada es nuevo bajo el sol, dice la doxa. Solo se representa de otra manera aquello antes dicho, o es vuelto a enunciar en un inesperado método de comprobación. Existen tiempos gozne, tiempos bisagra como el actual. Apocatástasis se llaman las épocas que restauran, reintegran, reconstituyen el saber. Es entonces cuando se nombra lo que estaba oculto o reservado al conocimiento de unos cuantos. Ahora se hace público y comienza a legitimarse lo que en la modernidad sabían muy pocos. Y si lo afirma la ciencia, para el racionalismo imperante es verdad.

El médico cirujano Manuel Sans Segarra, conferenciante de éxito en YouTube con millones de visualizaciones, especialista en Experiencia Cercanas a la Muerte (ECM) desde una perspectiva científica y estudioso de la biología cuántica, ha publicado un libro sobre la Supraconciencia (La Supraconciencia existe. Vida después de la vida, Planeta, 2024), cuyo comercial título puede prejuiciar en su contra a escépticos y materialistas —ya indispuestos de por sí.

Todas las religiones organizadas, con nombres y teofanías diferentes pero en sustancia iguales, aluden a la Supraconciencia y su encuentro. Las tradiciones sapienciales y la filosofía perenne también, lo mismo que las prácticas chamánicas y la ingesta ritual de enteógenos. El politeísmo sagrado y el animismo antiguo, la magia egipcia o la teúrgia primitiva lo buscan. Aun la poesía, el arte, la epifanía creativa o su cotidiana revelación.

Detrás de nombres como Dios, Jehová, Alá, Brahman, Tao, escribe Segarra, está lo que indistintamente llama conciencia cuántica universal, conciencia cuántica primera, energía cuántica universal. La Supraconciencia, un efecto de estas causas, se define como una conciencia no local cuyo origen no obedece solamente al resultado de la actividad neuronal en el cerebro porque “reside en un nivel más profundo y fundamental de la realidad”.

Siguiendo a otros científicos, Segarra postula que la conciencia se genera por procesos cuánticos que ocurren dentro de las células cerebrales. La conciencia es una propiedad fundamental del universo presente en todas las cosas. Y la Supraconciencia es un campo de energía que actúa en todo el universo, de ahí que la muerte no signifique el final de la conciencia, “simplemente un cambio en su forma de manifestarse”.

Superando el error epistemológico de la visión cartesiana (“cogito, ergo sum”), el autor plantea que la mente y el cuerpo no son entidades separadas sino integradas, existentes en una totalidad que incluye el universo (el pluriverso, dirían hoy los cosmólogos). La conciencia es la fuerza que une a la mente y el cuerpo (“somos polvo de estrellas, energía cuántica universal”), pero la Supraconciencia va más allá de la conciencia ordinaria dado que es un estado en el que se experimenta una conexión sin fisuras, una profunda sensación de unidad y totalidad, de pertenencia e interrelación con lo existente. No es abarcable solo con el pensamiento o la reflexión, tampoco apelando a la lógica o la razón.

El estudio de la conciencia y de la Supraconciencia es tan antiguo como la humanidad, y desde los primeros filósofos hasta los científicos modernos se ha especulado al respecto. La identificación del yo individual con esa realidad última es lo que el budismo llama iluminación, el cristianismo revelación, el taoísmo integración, la gnosis intuición o el chamanismo envolvimiento.

La mayoría de los ECM estudiados por este autor y otros investigadores son estados donde se alcanza la Supraconciencia y puede describirse (una condición bien conocida a lo largo de la historia: Platón describe el caso del soldado armenio Er quien la experimenta luego de una batalla). Suscita poderosas vivencias de paz, equilibrio y gozo, de expansión y apertura, de vinculación amorosa con el universo en un camino espiritual independiente de cualquier filiación religiosa. El ego, que Segarra llama el “no yo”, desaparece y con él sus características: la ignorancia sobre la naturaleza de la realidad, el egoísmo, la separación entre el observador y lo observado, la inclinación por lo material, el miedo (“Todo miedo es, en el fondo, temor a la muerte”). Estas condiciones se mantienen después de la experiencia de ECM y cambian para siempre la vida de las personas.

La Supraconciencia puede alcanzarse por dos medios: la ECM, un fenómeno fisiológico involuntario, o a través de la meditación, del aquietamiento mental de la “tormenta” originada por nuestros pensamientos, empleando la relajación, la respiración y la concentración. Una práctica que se conoce como atención plena al momento presente, con la cual se elimina la ansiedad culpable por el pasado y la angustia expectante por el futuro.

Así, la muerte se revela como una metamorfosis (aquel “despertar” del que habló Schopenhauer) y la vida misma gana en alegría, sentido y densidad. Saberlo ya no es esotérico ni devocional. Es biología cuántica y orden implicado. Abismos insondables del ser.

  • Fernando Solana Olivares
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