Roberto es un nombre de origen italiano y deriva de los elementos robur, que significa brillante, y fam, que significa fama. Esta combinación de términos le confiere al nombre Roberto la connotación de Fama brillante.
Y cuando se reúnen dos Robertos se potencializa la brillantez.
Eso es exactamente lo que sucede en Por la punta de la nariz, una muy singular puesta en escena en la que brillan, ¡vaya que lo hacen!, Roberto Sosa y Luis Roberto Guzmán.
A estos nombres hay que agregar un par más: Benjamín Cann y Morris Gilbert; con lo que se conforma un verdadero Poker de ases, cuya brillantez da por resultado un montaje soberbio.
Como dice Umberto Eco en sus Apostillas a El nombre de la rosa, el título de una obra artística (literaria, musical, cinematográfica, dramatúrgica…) es vital, pues al mismo tiempo debe intrigar, anticipar, resumir…, y Por la punta de la nariz es un buen ejemplo de ello.
La historia de esta obra inicia en España, donde el dramaturgo Ramón
Madaula escribió y estrenó El electo; de ahí siguió a Francia, donde los autores y guionistas Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patelliere adaptaron y convirtieron en Por la punta de la nariz, título que hace alusión a un refrán galo que a su vez alude a las mentiras.
Estudios médicos y psicológicos afirman que existe el efecto Pinocho, según el cual al mentir el cuerpo libera catecolaminas (sustancias químicas que provocan dilatación en los tejidos); esto aumenta el flujo sanguíneo en la nariz, causando una leve hinchazón y picor.
Aunque la nariz no crezca --como en el caso de Pinocho—este proceso sí puede hacer que la persona quiera tocarse o frotarse la nariz.
Eso es lo que sucede al protagonista de esta historia en el que debiera ser el día más feliz de su vida, y que se convierte en una pesadilla por culpa de su nariz. Y es que es precisamente su nariz la que lo delata, la que saca a la luz sus verdaderas intenciones, sus razones ocultas… sus secretos inconfesables.
Ahora Por la punta de la nariz llega a México de manos de Morris Gilbert, el decano de los productores de nuestro país, quien siempre ha subrayado la versatilidad de las puestas en escena que genera, y de lo cual este brillante montaje es prueba contundente.
El tema que aborda podría dar pie a una tragedia; sin embargo, como bien lo han dicho los actores en diversas entrevistas, es un texto en el que caben muchos géneros: comedia, farsa, melodrama, parodia, pieza…
Para abarcar ese caleidoscopio de tonos, sentimientos, temáticas, tratamientos se requiere la mano de un maestro, y es ahí donde entra Benjamín Cann, quien como director de escena es también brillante.
Hace algunos meses Cann nos maravilló con la propuesta exquisita de La ternura (también producida por Gilbert); ahora vuelve a hacerlo con un montaje minimalista, una pequeña joyita en la que no falta ni sobra ni el más mínimo elemento.
Para concretarlo, Cann se apoya en un equipo creativo muy joven y, valga la redundancia, muy creativo, integrado por Mauricio Galaz (director residente); Mauricio Parker (escenografía); María Vergara (iluminación); Alan Kerriou (video); Julio Cann González (adaptación); Irma Adriana Pérez Solís (vestuario); Paola Palacios (utilería); y Max Antúnez y Carolina Hertz (producción ejecutiva).
Todo esto al servicio de dos grandes actores.
He tenido el gusto de haber visto a ambos crecer en escena a lo largo de varias décadas. A Sosa en montajes como De la calle, Sánchez Huerta, Panorama desde el puente; y a Guzmán en 23 centímetros, La gata sobre el tejado caliente, Cabaret…
Hoy, ambos ofrecen un trabajo que es resultado y muestra de sus talentos y años de experiencia.
Se trata de un verdadero enfrentamiento, “tate a tate”, de dos talentos, dos fuerzas, dos pasiones. Uno, el presidente electo a punto de tomar posesión, que no puede pronunciar su discurso, porque le pica la nariz; otro, el terapeuta que intenta desbloquear el problema y desata un mundo lleno de problemas.
Noventa minutos en tiempo real es lo que enfrentan los personajes junto con el público, que ríe a tambor batiente, que se emociona, que sufre, que se molesta, que vive en carne propia lo que está viendo, pues no hace falta ser presidente, ni político, sino simplemente humano para verse reflejado en lo que ocurre en escena.
Por la punta de la nariz se presenta en el teatro Varsovia, un pequeño, íntimo y muy grato espacio, ubicado en la zona rosa, en la calle Varsovia casi esquina con Paseo de la Reforma, a una cuadra del Ángel de la Independencia, en funciones dobles de viernes a domingo.
Por la punta de la nariz es un título que intriga, que llama la atención; es una propuesta escénica que atrapa, cumple y supera las expectativas de cualquiera; y es, sobre todo, una prueba contundente de la brillantez de un equipo inmejorable de amantes y hacedores de teatro, del mejor teatro.