Venezuela y Nicolás Maduro

  • Ekos
  • Javier García Bejos

Estado de México /

El caso de Venezuela, como el de Cuba, es paradigmático en el ecosistema de las revoluciones políticas y sociales que la izquierda impulsó en la región durante la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. En ambos países, aunque en contextos muy distintos, se llevó a cabo una transformación del statu quo que, acompañada de una épica discursiva muy sexy a los oídos de las mayorías empobrecidas, prometía construir un Estado socialista (lo que sea que eso signifique) fuerte y capaz de brindar justicia social y prosperidad económica para todos.

En ninguno de los dos países esa promesa se hizo realidad. Si bien es cierto que en los primeros años de Chávez hubo algunas mejoras en la economía de los más desfavorecidos, la realidad es que la luna de miel del chavismo duro bien poco. De manera progresiva, el régimen de Chávez fue erosionando las endebles bases de la democracia de su país y no tardó en apoderarse de todo el aparato del Estado, modificar la constitución para perpetrarse en el poder y mal administrar la economía con base en ocurrencias plagadas de ideología.

La evidencia del pésimo desempeño del chavismo es irrefutable. La precaria realidad que viven los venezolanos desde hace años debería estar por encima de cualquier sesgo o preferencia ideológica y sobre todo, debería prevalecer la empatía por una sociedad a la que le robaron el futuro, sin mencionar a la generación que nació en el chavismo y que no ha conocido en su vida otro régimen político que no ha hecho otra cosa más que empobrecer las perspectivas de vida y desarrollo de sus ciudadanos y del país.

Soy consciente de que los límites que me confiere este espacio en el que escribo, me impiden abordar a detalle las múltiples aristas de las múltiples crisis que vive Venezuela, pero sirva lo anterior de contexto para enunciar y denunciar que lo sucedido en el país sudamericano el pasado 28 de julio no fue un ejercicio democrático. Como no lo ha sido la vida política de Venezuela durante casi todo el chavismo.

Nicolás Maduro no es un demócrata. No llegó al poder vía una elección y las que se han convocado bajo su mandato han sido poco menos que cuestionables, si tomamos en cuenta la constante persecución que se ejerce en contra de cualquier tipo de disidencia política, la concentración de poder en la figura del autócrata, la captura de otros poderes e instituciones del Estado, como el ejército, el Congreso, el CNE (Consejo Nacional Electoral) y el poco espacio político que se le concede a la oposición para ejercer contrapesos, si es que puede ejercerlos.

Nicolás Maduro es un dictador. Así como también lo fue su mentor Hugo Chávez.

Es justo por eso que no puede seguir al frente de Venezuela. Es preciso y justo que abandoné el poder. De lo contrario, un país entero seguirá sufriendo las consecuencias de un sistema político devenido en culto, que se rige no bajo preceptos constitucionales, sino bajo el dogma, la ceguera ideológica, la corrupción, el tráfico de influencias, el despotismo y a veces por la estupidez.


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