¿Qué esperar de Claudia Sheinbaum?

Ciudad de México /
Alfredo San Juan

Los más pesimistas aseguran que la Reforma Judicial inscrita en la Constitución a partir de esta semana constituye la concreción del viaje sin retorno a un régimen autoritario. En política nada es descartable, pero tienden a ser los mismos que auguraban el colapso de la economía del país, el día que López Obrador asumiera la presidencia, o el desplome de la popularidad del mandatario una vez que comenzara a gobernar, producto de sus presuntas incongruencias e ineficiencias. Ahora consideran que Claudia Sheinbaum será un títere del Presidente o que, de plano, será tanto o más radical por convicción propia. Ya se equivocaron antes, nada garantiza que ahora tengan razón. La deriva autoritaria es una posibilidad, desde luego, en un proceso en el que el Ejecutivo intenta aumentar su fuerza frente al resto de los poderes para sacar adelante su propuesta. Pero en el arranque de este segundo sexenio, los factores de fondo empujan en otra dirección. Veamos.

¿Qué esperar del gobierno de Claudia Sheinbaum? De entrada, es evidente que jugará a fondo la carta con la que se presentó López Obrador el día de su toma de posesión, algo que ya hizo la noche de su victoria: “seré una Presidenta para todos los mexicanos, independientemente de su afiliación política”. Algo que en realidad no ha conseguido nadie. Los gobiernos neoliberales promovieron políticas que mejoraron la situación del tercio más alto de la población, pero desatendieron a la mitad más rezagada de los mexicanos; el resultado de esta desatención es que en 2018 exigieron un cambio. López Obrador creyó que podría salir de esta contradicción con el lema de “primero los pobres, por el bien de todos”. Pero tampoco lo consiguió: buena parte del tercio próspero no respondió a ese llamado. En abstracto podían estar de acuerdo con el lema, pero no con sus implicaciones o con la manera en que el gobierno de la 4T lo aterrizó. En consecuencia, se dio una resistencia de parte de muchos de estos intereses y, crecientemente, una confrontación. El Presidente utilizó sus botones y palancas para forzar algunos de estos cambios, en ocasiones a tirones y jalones. El sexenio terminó como comenzó, con un apoyo masivo de quienes lo consideran su Presidente y una polarización radical de quienes lo repudian.

Lo que no se percibe es que la llamada polarización de López Obrador no es necesariamente un rasgo constitutivo de la 4T, sino una estrategia política. Una reacción, en gran medida, frente a la resistencia que encontró entre los poderes fácticos de este país. El Presidente juzgó que la única protección ante estos poderes era el apoyo del Ejército y el cariño de las mayorías. Lo primero lo consiguió dotando a las Fuerzas Armadas de un papel protagónico en la 4T. Lo segundo con políticas públicas distributivas y con una radicalización verbal que mantuvo viva la popularidad en la calle, pero a costa de enturbiar la relación con ese tercio de mayor poder adquisitivo. Es decir, “la belicosidad verbal” fue en gran medida resultado de una reacción. Una estrategia de respuesta para no ser neutralizado o, peor aún, avasallado.

Lo que vaya a suceder con “la Presidenta de todos los mexicanos” también dependerá de esa reacción. Los comentaristas suelen interpretar a Claudia, como si fuera a actuar en una cabina aislada: ¿será autoritaria y radical o, por el contrario, más moderna y conciliadora? Son preguntas pertinentes, desde luego. Y sin duda, hay enormes diferencias entre los dos personajes por origen, temperamento y trayectoria. El llamado estilo personal de gobernar. Pero será igualmente decisivo el comportamiento de los otros actores de la vida pública: mercados financieros, élite empresarial, contexto internacional (léase Trump o no en la Casa Blanca), medios masivos y sus campañas, presión interna en Morena de parte de los sectores duros.

El repaso de estos factores llevaría a pensar que el país que Claudia encuentra es muy distinto al que enfrentó López Obrador; mucho más favorable para evitar o suavizar la polarización. Por falta de espacio abordo solo el principal, la actitud de las élites económicas. Luego de las elecciones y de la crisis de la oposición, los empresarios saben que esta fuerza política llegó para quedarse, por lo menos los siguientes seis años. Es lo que hay y con eso tienen que bregar. El control que la 4T ejerce en el panorama político y territorial es infinitamente mayor ahora y eso no va a cambiar. Salvo para la comentocracia, que explota su protagonismo opositor, y para los medios de comunicación que responden a su nicho de mercado, para el resto de los actores la polarización es mal negocio, entre otras razones porque la resistencia o el boicot tienen poca posibilidad de conseguir algo, salvo la desestabilización, con la que perdemos todos.

La polarización tuvo un sentido para López Obrador: mantener el pulso frente al resto de los poderes y asegurar el triunfo electoral para dar seis años más de oportunidad a su movimiento. Para las élites también porque asumieron que desgastando o abollando la imagen del gobierno harían del obradorismo una etapa pasajera. Pero los incentivos para ambas partes operan hoy en sentido contrario. Los empresarios saben que la 4T llegó para quedarse; la Presidenta también sabe que necesita una reactivación de la iniciativa privada para conseguir sus metas. López Obrador asumió que bastaba mejorar el poder adquisitivo de las mayorías para provocar la expansión del mercado interno y, con ello, la explosión de la economía. No fue así. Lo primero, una mejor distribución fue un logro, pero no consiguió lo segundo, disparar las tasas de crecimiento.

La llamada “deriva autoritaria” está en la mente de los críticos, no en el plan de ruta de la Presidenta. No dudo que algunos cuadros morenistas se intoxiquen con la gratificación que otorga el ejercicio del poder de manera unilateral y no faltan radicales que se envolverán en una supuesta pureza ideológica implacable. Con ambos tendrá que lidiar Sheinbaum. La Presidenta no necesita acrecentar su poder político con manotazos sobre la mesa, entre otras cosas porque ya lo tiene; ahora debe convertirlo en argumentos de seducción para sumar voluntades a un proyecto más ambicioso aún. López Obrador consiguió gobernar de cara a su premisa “primero los pobres”; ahora le toca a Sheinbaum continuar el impulso, pero asegurando la segunda parte, aún inconclusa: “por el bien de todos”. Que lo consiga o no, dependerá de su habilidad y de su equipo y, sobre todo, que así lo entiendan el resto de los actores.


  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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