Moneda de los BRICS ¿Sueño o realidad?

Ciudad de México /

Entre los países existen muchos tipos de relaciones: de amistad, diplomáticas, comerciales, culturales, armamentistas, de enemistad, y la lista sigue. Sin embargo, una de las relaciones más profundas y complejas, que requiere de la participación y compromiso activo de los involucrados, es la unión monetaria. La unión monetaria entre países sería el equivalente a una boda con un contrato prenupcial ampliamente detallado: a ti te toca hacer todo esto, a mí me toca hacer todo esto y, además, nuestras familias serán los árbitros que determinen si alguno de los dos falló, y si la falta es considerable, el divorcio es inminente.

En términos muy simples, la unión monetaria es cuando dos o más países deciden dejar de utilizar su propia moneda y eligen usar una moneda común. Suena algo sencillo de hacer, pero en la práctica es bastante complicado. Actualmente hay varios ejemplos de países con unión monetaria, por ejemplo, en África Central u Oceanía. No obstante, el euro es, por mucho, la unión más importante y conocida.

Veamos el ejemplo del euro. Europa empezó a pensar en una moneda común desde la década de 1960, y tuvieron que pasar varios “experimentos” económicos fallidos para, eventualmente, poder llevarlo a cabo. El más importante de estos experimentos fallidos fue el Mecanismo de Tipos de Cambio cuyo fracaso tuvo como consecuencia el Martes Negro en Inglaterra, cuando George Soros puso de rodillas al Banco Central de ese país. Después de las lecciones aprendidas, varios años más tarde lograron la tan deseada unión, ¿qué implica esto para los participantes?

Cuando un país pierde competitividad por cuestiones internas, por ejemplo, un aumento importante en sueldos y salarios pagados, o una baja en la productividad, la forma más sencilla de equilibrar la economía es a través del tipo de cambio. Por ejemplo, si los sueldos generales subieron 20% en un año, la forma de no perder competitividad para el inversionista extranjero sería depreciar el tipo de cambio 20% y así la competitividad se mantiene sin cambios (ceteris paribus, obviamente). Una opción que no es tan sencilla como depreciar la moneda, es evitar estos aumentos de sueldo o buscar mantener o aumentar la productividad para evitar que la competitividad caiga. Sin embargo, esa opción probablemente sea políticamente costosa, y buscar la depreciación de la moneda sea más sencillo.

¿Qué pasaría entonces si un país no tiene control sobre su moneda? Pues solo queda la opción complicada, que es hacer las cosas bien. Ya no hay variable de ajuste rápido. Esto pasó en la crisis europea de 2011-2012, cuando Grecia perdió competitividad interna, y al no poder devaluar su moneda, el resto del bloque monetario “cargaba” con la desidia de los griegos. Ante esto, se planteó el divorcio, y Grecia no tuvo de otra más que apretarse el cinturón para volver a ser competitiva. Hay que recordar, además, que las economías europeas son relativamente parecidas y, bajo el “contrato prenupcial” firmado antes de la unión, las economías tenderían aún más a parecerse. Grecia incumplió el contrato, y su participación en el bloque fue altamente discutida, generando un caos impresionante en el proceso.

Ahora bien, si países similares tuvieron y siguen teniendo problemas de índole existencial al implementar su unión monetaria, ¿qué podemos esperar de países mucho más diversos? Aquí entra el tema de la moneda que, se dice, quieren implementar los BRICS. La unión de países que componen los BRICS ya no se limita solo a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. En estos últimos años ha habido adiciones como Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y EAU, y el primer problema salta a la vista: la geografía. Generalmente los países con uniones monetarias tienden a ser vecinos. Hace sentido, pues una de las cosas que busca dicha unión es el apuntalamiento de una economía regional. Generalmente, las economías regionales tienden a parecerse, sin embargo, las diferencias económicas entre Brasil y Egipto, por ejemplo, son abismales, o bien, la de China y Sudáfrica. Los BRICS no son economías parecidas, y la geografía juega un papel importante en este aspecto.

Otro factor importante es que el país hegemónico del bloque, China, no tiene una moneda de libre flotación y tiene fuertes controles de capitales y, además, es algo que no quiere o desea flexibilizar. ¿Cómo puedes tener una moneda con aspiraciones hegemónicas si no estás dispuesto a abrir tus fronteras financieras? Tú mismo estás frenando la evolución de tu propia moneda. Y como China, hay varios países en el bloque con características similares, siendo Rusia y Brasil ejemplos igualmente notables.

Imagínate, entonces, que países relativamente cerrados a flujos financieros y muy distintos entre ellos, deciden emprender una unión monetaria. Suena como la película de la chica recatada del pueblo ultra religioso que se escapa una noche, después de discutir con su familia, con el motociclista renegado de la gran ciudad. La película termina muy bonita, con los dos manejando hacia el horizonte. Aunque, si hubiese una secuela realista (spoiler alert, en esas películas casi nunca hay), la relación seguramente terminaría destrozada, en divorcio y peleados a muerte. Lo mismo sucede con los países.

La unión monetaria es cosa seria. Quizás la idea sirva para hacer presión internacional en medios, o ruido para que las causas de esos países ganen relevancia, no obstante, en la práctica no va a suceder y, si intentan que suceda, terminará en desastre. El enamoramiento podrá ser bonito, pero la secuela será un baño de sangre.


Por Luis Gonzalí, CFA. VP/Co-Director de Inversiones en Franklin Templeton México


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