Desaparecer gorriones

Ciudad de México /

La sociedad merece serenidad, discernimiento y diligencia, excelencia y verdad, técnica y buena voluntad; que esos sean los cimientos para apuntalar nuestro sistema de justicia, no semillas envenenadas… de esas solo puede germinar pudrición

Hace poco un amigo me regaló el libro Dios: la ciencia, las pruebas, de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, una aproximación muy interesante para tratar de explicar, desde la ciencia, lo que a algunas personas nos parece irrefutable pero fascinante motivo de lectura. A mi hijo mayor y a mí nos recordó un poco a El libro de los espíritus, de Allan Kardec. Cada uno en su ámbito, dos tratados sobre Dios y el halo de entendimiento superior al que nos aproximamos de forma intuitiva más que racional. Y Allan Kardec desde la espiritualidad, y Bolloré y Bonnassies desde la ciencia, procuran dos aportaciones racionales en torno a la existencia de Dios.

Lamento decirle al amigo que voy lenta con la lectura, el mucho ruido y el desasosiego que este provoca afuera restan tiempo para otra lectura que no sea la que demandan los casos a ser resueltos en nombre de la justicia de Unión. Sin embargo, hay un pasaje en el capítulo “¿Qué es una prueba?” que ayuda mucho a atemperar ese ruido y orientar la atención a donde debe ser puesta: a la reflexión serena y luminosa, tan bien intencionada como científica (especialmente cuando nos disponemos a analizar ajustes al sistema de impartición de justicia, un bien mencionado cientos de veces en la Biblia).

En este capítulo, muy inicial, los autores plantean qué debe considerarse una prueba y por qué, y dicen, con sensatez, que las pruebas absolutas no existen, o, al menos no están a nuestro alcance. Sin embargo, en el ámbito empírico, dicen, para estar seguros de no cometer errores a la hora de decidir, debe tenerse en cuenta el conjunto de todos los datos y parámetros que intervienen en el problema, aunque sea muy difícil en la realidad. “Sólo existen pruebas de fuerzas variables cuya suma puede, no obstante, conducir a una íntima convicción más allá de toda duda”. Ojo con estas tres palabras: suma de variables. Al desatenderse, el resultado es desastroso. Transcribo:

“Una historia trágica y real ilustrará esta sorprendente realidad.

“En los años 1950, la cosecha de trigo de China fue mala. Los responsables agrícolas informaron a Mao Tse-Tung de que los gorriones se comían gran parte de las semillas sembradas, lo que era verdad. Mao realizó un razonamiento justo, a saber: si se mataba a los gorriones, esta gran porción de semillas no iba a ser comida por los pájaros en cuestión, lo que era exacto, y que por ende las cosechas iban a aumentar en proporción, lo cual resultó ser falso. La decisión de desaparecer a los gorriones fue aplicada en 1958, en la época del ‘Gran Salto Adelante’, sin experimentación previa, de manera inmediata y en todo el país. Esto provocó una gran hambruna, que generó millones de muertos. Resulta que había un elemento que intervenía en este problema, elemento que no fue tomado en cuenta por Mao y sus consejeros: si bien los pájaros se comen efectivamente parte de las semillas, devoran sobre todo lombrices e insectos, que, a su vez, comen y destruyen de manera aún más notable las cosechas. Como lo vemos con esta trágica historia, un único dato que no fue tomado en cuenta condujo al resultado inverso que el razonamiento inicial hacía esperar”.

“Una reforma judicial que parte de la idea de que existe corrupción porque hay pájaros que se comen el trigo”. Shutterstock

Esto se conoce, en parte gracias a Raymond Boudon, como efectos perversos en la doctrina de las políticas públicas y administración como ciencia, y esta lectura sobre el trigo de Mao nos lleva al punto elemental para el correcto diseño de cosas públicas: tomarse muy en serio los posibles efectos perversos de una abstracción que es mágica sólo con imaginación, no con ciencia.

Una reforma judicial que parte de la idea de que existe corrupción porque hay gorriones que se comen el trigo, difícilmente erradicará esa corrupción, y en cambio es previsible que generará efectos colaterales para los que, como sociedad, no estamos preparados porque ni siquiera los quisimos prever. Si a la magia hay que ponerle mucho andamio, esta no sucederá, y más bien ese andamiaje se caerá en el peor momento encima de todos, dañando más a quienes menos culpa tengan, con todo y cubetas, tablones e ilusiones.

Genuinamente creo que hay jueces que son auténticos servidores de la justicia, que a pesar de ese sello de humanidad que nos llena de luces y sombras, procuran que algo bajo su hechura logre ese halo de entendimiento superior y haga digna e imperecedera su vida. Los hay por cientos. Desde luego que hay otros que, parafraseando la reseña, más parecen “lombrices e insectos”, pues van carcomiendo, bajo el sagrado nombre de la justicia, el trigo que nos alimenta. Pudren lo que tocan, pero hacerlo en nombre de la justicia son palabras mayores.

No necesariamente quedan sin sanción, por ejemplo, el Consejo de la Judicatura Federal reiteradamente sanciona, inhabilita o cesa personas juzgadoras, y en el Pleno de la Corte muchas veces conocemos esos casos cuando se impugna lo que resuelve el Consejo. Pero, en autocrítica, cabe señalar que el Consejo sigue la política de que la ropa sucia se lava en casa y eso no abona a rendir cuentas a una sociedad que se va dejando seducir por la idea de que hay que acabar con los gorriones porque comen trigo, porque sin trigo nos quedamos todos. Sin linchar, basta decir las estadísticas.

Sin pretender jamás detener las buenas ideas para hacer asequible la justicia, como analista de políticas más que como jueza, albergo dudas de que la única solución sea desaparecer gorriones y ya. Además de las inquietudes sobre el costo de tantas variables, el método y las alternativas, me intrigan las razones. ¿Se traza la salida de una Judicatura por ser independiente? ¿De jueces y magistrados por decidir sin línea, y de la Corte por no controlarlos? ¿Por ser como al inicio de la 4T queríamos que fueran? Qué disminuida será la siguiente generación de juzgadores, cómo aspirarían a ser lo que hoy causa incomodidad.

Aún no hay leyes nuevas y ya están envenenadas las semillas: la desunión y el egoísmo, el asegurarse costales de trigo a costa de los justos en un momento revuelto, la conveniencia personal, el pavor, “quiten a los demás, pero a mí no”. No es buen momento para que los verdaderos gorriones vuelen bajo, en tiempos de incertidumbre se les necesita todavía más altos porque la justicia, si bien nunca es soberbia, no se agacha.

La sociedad merece serenidad, discernimiento y diligencia, excelencia y verdad, técnica y buena voluntad. Que esos sean los cimientos para apuntalar nuestro Sistema de Justicia, no semillas envenenadas. De esas sólo puede germinar pudrición. Pero hay tiempo todavía, con la lluvia pueden surgir flores.


Ministra de la Suprema Corte de Justicia


  • Margarita Ríos-Farjat
  • Ministra de la Suprema Corte de Justicia
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