Mujeres jacarandas

Ciudad de México /

Hay personas que se molestan porque se aproxima la conmemoración del Día Internacional de la Mujer; les parece caótico el tráfico que genera, peligroso para la seguridad pública y ocasión para escuchar aguerridas consignas por megáfono

No acabarán mis flores, no cesarán mis cantos.

Nezahualcóyotl.

Es espectacular cómo embellecen a la Ciudad de México las jacarandas en flor: son poesía sobre Paseo de la Reforma o cuando elevamos la vista y sirven de marco para un fragmento de cielo, e incluso suavizan la solemnidad en piedra de los edificios del Centro Histórico.

En los últimos años se han ido asociando a la conmemoración del Día de la Mujer, de manera que cuando comienzan a florecer tomamos conciencia de que estamos saliendo del aletargado primer bimestre del año y de que ya nos está alcanzando la primavera, con la agridulce sensación de que el tiempo se pasa volando, efímero como las flores pero cumplido como las promesas.

Hay personas que se molestan porque se aproxima la conmemoración por el Día de la Mujer, les parece caótico para el tráfico urbano, peligroso para la seguridad pública y ocasión para escuchar aguerridas consignas por megáfono. Puestas así las cosas, el panorama luce gris. Pero yo me pregunto por qué no ven la explosión de flores (las de los árboles y las humanas), la primavera que ya asoma, el año cumplidor que nos va poniendo manteles de distintos colores y temperaturas para servirnos mayor felicidad en cada época del año, la celebración por la justicia de género y la movilización por mayor equidad.

Es difícil ajustar la vista del alma cuando estamos inmersos en los puntos grises, en los muros de piedra, en el cielo nublado, en historias y expedientes que dan fe de abusos y maldad. Pero es necesario no dejar de apreciar las flores.

Ser mujer no es fácil aunque las nuevas generaciones están experimentando algo más parecido a la igualdad de lo que nos tocó a las predecesoras, y eso que yo ya estaba en una posición con mayor ventaja que la generación anterior a la mía, y así hacia el pasado en una suerte de escalera donde la joven mujer del presente está en la punta de una pirámide casi tan alta como la pirámide masculina.

Me atrevo a decir que lo que más deseamos las generaciones predecesoras de mujeres (el destino más responsable de toda generación es ser predecesora) es que las siguientes disfruten lo que se ha ido logrando, que sean felices. Que no dejen de responsabilizarse por quienes llegarán con el porvenir, pero que disfruten las conquistas del esfuerzo colectivo y hermanado, y que no pierdan la capacidad de ver la belleza de ese hermanamiento a pesar de los obstáculos, de las injusticias, de nuestros propios defectos y egoísmos, y de todo lo que no hemos podido desarrollar juntas porque apenas estamos acostumbrándonos a vernos en amplios espacios (la discriminación histórica no solamente nos privó de espacios individuales, sino colectivos, y con ello nos evitó desarrollar un sentimiento de camaradería con nuestras congéneres… pero hacia allá vamos).

Vista aérea del Hemiciclo a Juárez. Archivo

¿De ser felices se trata? Así de simple. Siempre se ha tratado de eso. Pero ¿cómo se puede ser feliz bajo el yugo del estereotipo? ¿Cómo se puede ser feliz frente a accesos restringidos o con sueños echados al olvido porque están vedados? ¿Cómo entender con alegría el concepto de libertad si desde niñas captábamos las limitaciones, aunque nuestros seres más queridos se esmeraban en inculcarnos que esas limitaciones eran relativas?

Tuvimos que avenirnos al pensamiento complejo porque experimentamos en carne propia todas estas contradicciones, que también nos brindaron maltratos y experiencias duras en el camino. Y nos hemos sentido solas y frustradas muchas veces por la simple razón de que no avizorábamos un catálogo mayor de oportunidades y de que enfrentábamos un mundo en donde hasta se justificaba la falta de accesos disfrazándolos de falta de capacidad y de entendimiento, o teníamos que conformarnos con los pequeños espacios que se nos iban abriendo, y además había que disputárselos a otras mujeres porque las parcelitas eran pocas. Y más valía competirlas porque si no entonces se asumían favores extraños. Desde luego que ha sido duro. Por si fuera poco, estaban además los estereotipos: ser dulces a pesar de todo.

No, la felicidad a la que me refiero no es esa cargada de estoicismo, de la amenaza social de que calladitas somos más bonitas. Me refiero a la felicidad que nace del desprendimiento. Así nos tocó y así avanzamos. No buscamos ser felices a costa de dominar a los demás, ni de imponerles estereotipos ni limitaciones.

Nosotras no habremos de aspirar a replicar aquello que sufrimos. Así como los árboles mudan para renovarse, así nosotras requerimos dejar ir. Somos flores, pero también somos el árbol de raíz profunda y ramas flexibles y fuertes.

México, así somos tus mujeres. Coloridas y movilizadas, vivas y entusiastas. Con heridas pero con esperanza, fugaces pero eternas.


  • Margarita Ríos-Farjat
  • Ministra de la Suprema Corte de Justicia
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