Cuando dejé de beber alcohol, hace más de 26 años, entrado en los 31 de edad, casado y apenas con un hijo, una de mis más grandes mortificaciones en aquellos ayeres era imaginar cómo habría de celebrar en lo sucesivo las fiestas patrias.
Permítame en esta ocasión, por las fechas, compartir un testimonio personal como persona que sufrió de alcoholismo y que afortunadamente, gracias a Dios, ha podido derrotar esa enfermedad hasta ahora.
El próximo puente escolar patrio cumpliré mi vigésimo séptimo grito de independencia en recuperación y créanme que no pasa nada si se celebra en abstinencia.
Estoy a punto de cumplir 57 años, tengo cuatro hijos extraordinarios y de 1998 a la fecha han pasado cinco presidentes de México encabezando el famoso grito en el Zócalo, además de que durante seis años me tocó asistir al evento social en Palacio de Gobierno en un estado del cual fui servidor público.
En aquellos años de experiencia en la comunicación estatal me tocó lo mismo coordinar las transmisiones del evento a la televisión nacional que participar del ambigú y brindis que ofrecían el gobernador y su esposa en los patios del palacio, sin necesidad de llevarme a la boca una sola gota de alcohol y yendo a dormir a casa sin borrachera y amanecer al día siguiente sin cruda para asistir al desfile militar
He asistido a muchas fiestas de septiembre, algunas muy coloridas y divertidas, sin hacerme acompañar de una bebida alcohólica.
Sí, reconozco que en nuestro país esas fiestas son unas en las que más se consume alcohol (y drogas ahora) y de ahí la frase de la mexicana alegría.
Afortunadamente mis temores de cuando dejé de beber se esfumaron cuando supe que vivir sin alcohol es perfectamente posible e incluso se disfruta más, para una persona como yo lo fui, que normalmente perdía con la bebida.
Disfrutemos nuestras tradiciones, nuestra gastronomía, nuestra música y nuestras fiestas de la mejor manera. Quien pueda beber, ¡salud! Y quienes no podamos, no pasa nada.
¡Viva México!